El retorno de la sociedad civil

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La mañana del 19 de septiembre de 1985 solamente las personas que se hallaban en las zonas más afectadas de la Ciudad de México pudieron darse pronto una idea de la magnitud de la tragedia. A la secundaria 138 de la colonia Casas Alemán no llegaron noticias en toda la mañana infausta. Cuando ocurrió el terremoto, todos los alumnos estábamos en la llamada formación, listos para recibir el diario sermón cívico antes subir a los salones. En el centro de la explanada, el asta bandera se sacudía como sable en manos de esgrimista.

No sabíamos que la secundaria 3 de Avenida Chapultepec se había caído, atrapando a varios chicos de nuestra edad. Nada sabíamos del edificio Nuevo León en Tlatelolco ni del estacionamiento de Montevideo y Avenida Politécnico, los dos edificios colapsados que nos quedaban más cerca. De todo nos fuimos enterando gradualmente a través de una radio de pilas. Primero supimos que la devastación era mayor de lo que nadie se pudo haber imaginado; luego, cuando vimos que pasaban las horas y seguíamos sin luz ni agua, fuimos cayendo en la cuenta de que estábamos solos, sin ninguna autoridad a cargo.

Entonces nos organizamos. Los niños y adolescentes nos hicimos fuertes en el depósito de agua en el cruce de las calles de Manzanillo y Mazatlán. Abrimos la pesadísima tapa de metal y establecimos turnos para sacar el agua con cuerdas y cubetas y repartirla entre las señoras formadas en fila. Días después fuimos a exigir a la dirección del Centro Social Aquiles Serdán que a los hijos de los damnificados alojados en el gimnasio se les permitiera usar la alberca, como a cualquier vecino de la colonia. Fue un proceso de descubrimiento y aprendizaje: sobre la ineficiencia y parálisis gubernamental; sobre la corruptísima simbiosis entre constructores y funcionarios públicos; sobre nuestra propia capacidad de solidarizarnos con los demás y organizarnos para atender las necesidades urgentes, y sobre el desgaste y eventual desvanecimiento del espíritu cívico.

Años después, al apreciarse los efectos de esa oleada de organización ciudadana independiente, y sobre todo a raíz de la insurgencia electoral de 1988, toda esa riquísima y compleja experiencia empezó a condensarse en el relato del “despertar de la sociedad civil” y el papel determinante que habría tenido en la apertura democrática que se fue produciendo a cuentagotas en la década de los noventa. Como suele suceder en México, una vez que un relato nacional se consolida es difícil que desde la academia y la intelectualidad se lo interrogue, cuestione o enriquezca; se convierte así en una inagotable fuente de lugares comunes.

Los jóvenes que se volcaron a rescatar su ciudad desde los primeros minutos después del sismo del 19 de septiembre de 2017 tuvieron y siguen teniendo un reto mucho mayor del que tuvimos los niños y jóvenes de la generación del 85: buscar el sentido de su movilización a contrapelo de un relato que se les impone desde afuera. Desde el pasado 19 de septiembre, estos muchachos se movilizan con un trasfondo que de entrada les impone pautas de conducta y expectativas: no escepticismo frente al gobierno, sino desconfianza a ultranza; no crítica de la ineficiencia, sino denuncia y cuestionamiento permanentes de toda acción de funcionarios de gobierno.

Destaquemos también algunos de los muchos e innegables aspectos positivos de contar con el antecedente de 1985. La gente que salió masivamente a las calles a sacar sobrevivientes de los escombros, las decenas de miles de voluntarios que organizaron, clasificaron y distribuyeron el acopio, las cientos de brigadas que brindaron primeros auxilios y servicios básicos a los damnificados, estaban todos imbuidos por un firme sentido del deber que solo se explica por la ubicuidad del relato de la sociedad civil y el terremoto del 85. Desde el exterior esto se pudo apreciar claramente, sobre todo al contrastar el vivo despliegue civil mexicano con la mayor indefensión de otras poblaciones afectadas por desastres naturales, incluso en Estados Unidos.

“Es claro que todo mundo sabía qué hacer, cómo hacerlo y por qué”, le comentó a mi esposa un dirigente sindical en Washington, cuyo conocimiento de México se basa principalmente en las novelas detectivescas de Paco Ignacio Taibo II. Una especie de memoria social se activó este pasado 19 de septiembre entre jóvenes que aún no nacían en 1985 o no tienen recuerdos de esa época, pero que asumieron con natura- lidad su papel al producirse el evento que preveían los simulacros y recordaban las pláticas en familia.

Si bien el relato del despertar de la sociedad civil en 1985 pudo ser una especie de fuente habilitante de la energía voluntaria de la sociedad, no es menos cierto que la interpretación cerrada, superpolitizada y plana de la sociedad civil y el temblor amenaza con con- vertirse en una camisa de fuerza. Lo anterior puede limitar seriamente la capacidad de los nuevos voluntarios para extraer sus propias lecciones de la experiencia e incluso construir su propio relato de la sociedad civil en 2017.

Si algo caracterizó las primeras horas después de este último sismo fue la instantaneidad. Inmediatamente después del temblor se pudo apreciar la magnitud de la destrucción, así como la escala del esfuerzo de rescate. Instantánea fue también la organización a través de las redes sociales. Y casi instantánea fue, de igual forma, la aparición de viejos lugares comunes provenientes del sismo del 85.

En primer lugar, surge el mito de la ausencia del Estado. El relato de una sociedad civil que despierta requiere un Estado paralizado e invisible. Cuando ese relato no se ajustó a la realidad, algunos de sus propulsores debieron recurrir a una versión alternativa: la minimización. Así, algunos rincones de las redes sociales se llenaron de memes que buscaban reducir la participación de las diferentes corporaciones de protección civil y el Ejército, a algunos incidentes de descoordinación entre sus líderes, pasando por alto las muchas otras escenas de trabajo conjunto, hombro con hombro, entre voluntarios, policías, soldados y empleados de protección civil.

En el segundo mito, la sociedad civil de golpe se convierte en experta en cada aspecto logístico y técnico de los rescates. Debe sustituir, con ese supuesto conocimiento y sus buenas intenciones, cualquier operación determinada “desde arriba”, la cual, en todos los casos, estaría buscando “apresurar” los trabajos de rescate para “encubrir” alguna irregularidad.

Después de 1985, el relato del despertar de la sociedad civil era útil para movilizar a una sociedad asfixiada por el aparato corporativo priista y propiciar el fin de un régimen tan autoritario como inepto. En 2017, ni la sociedad civil ni el aparato del Estado son los mismos en México. La sociedad civil mexicana lleva décadas organizando redes autónomas, muchas de las cuales, como el movimiento #YoSoy132, son claros antecedentes de la eficiente organización juvenil frente al nuevo sismo. Asimismo, algunas corporaciones del Estado mexicano han profesionalizado sus equipos en áreas de protección civil con personal que en no pocos casos proviene de iniciativas ciudadanas de rescate.

Cuando los jóvenes voluntarios de 2017 hagan el análisis de este momento de crisis, su respuesta como generación y las posibles formas de llevar esta reactivación social al ámbito de la política –y las políticas– se enfrentarán con una disyuntiva: o ver este momento histórico como una simple reedición del relato de 1985 o tratar de vislumbrar, a través de esta masiva participación juvenil y social frente a un desastre natural, las nuevas formas de interacción entre sociedad civil y el Estado. Es importantísimo que hagan este análisis contemplándose a sí mismos, no tanto a los que los precedimos, y viendo hacia adelante. ~

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Politólogo, egresado de la UNAM y de la New School for Social Research.


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