Foto: Karina Zambrana Shows, CC BY-ND 2.0.

Gal Costa y la reinvención de la música brasileña

Hablar de los choques y fusiones de tradición y modernidad en las artes es ineludible al hablar de Gal Costa, cuyos innovadores experimentos musicales abrieron nuevos caminos en la música de Brasil.
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Hace un año, la cantante brasileña Gal Costa celebraba su cumpleaños número 77. Gracias a su gira As várias pontas de uma estrela, con la que estaba recorriendo Brasil, gozaba los aplausos de un público que nunca la había dejado de reconocer.

Murió unas semanas más tarde, el 9 de noviembre, dejando una profunda huella en la música de su país. Fue una de esas artistas que trascendió su quehacer musical para convertirse en un ícono de Brasil.

Costa fue una de las figuras icónicas de la tropicália brasileña, movimiento que partía de un concepto de “canibalismo cultural” para regenerar y renovar el arte. En la música, la tropicália se expresó con la bossa nova, la psicodelia brasileña y el ambiguo término MPB (Música Popular Brasileira), al que se arrojaban todas las fusiones de rock y jazz con música tradicional del país sudamericano. La de Gal Costa fue una de las voces más bellas de una generación dorada de músicos bahianos, como Caetano Veloso y Gilberto Gil, que trastocó y transformó la música brasileña. Costa hizo incursiones en diversos géneros tradicionales locales, siempre partiendo de la visión contestataria con tintes de rock y folk que nutrió al tropicalismo.

Gal Costa además encarnó el feminismo en Brasil, defendiendo la emancipación de la mujer. Fue una sobreviviente de la censura cultural de la dictadura militar brasileña (1964-1985) que orilló a Gil y Veloso a exiliarse una temporada en Londres en 1969. Ella se quedó en Brasil, desafiando a la moral imperante no solo con su música, sino con letras como la de “Vaca profana” (1984) o con la estética visual de, por ejemplo, su álbum Índia (1973), censurado por una portada que se consideraba indecente. Pero sobrevivió a la dictadura e incluso pudo darse el gusto de celebrar, poco antes de su muerte, la derrota del nefasto régimen prodictatorial de Jair Bolsonaro. Aunque este no se podía comparar con la dictadura de 1964, dijo, de igual forma lo detestaba.

A partir de la segunda mitad de los años 70, los álbumes de Gal Costa se enfocaron más en explorar e interpretar las músicas tradicionales brasileñas, así como en reforzar algunas de las fusiones que habían sido novedosas en sus inicios. Sus producciones posteriores no volvieron a tumbar y reordenar el corpus musical brasileño como lo habían hecho sus primeros trabajos, aunque nunca dejó de dar sorpresas musicales que le daban una sacudida a dicho corpus, como los discos Recanto (2011) y Gal estratosférica (2016), con algunos elementos electrónicos. Pero su sola presencia en los escenarios ya era un emblema.

Pocos de los textos escritos hace unos meses en memoria de Gal Costa –en español, inglés y portugués– repararon en un año y un álbum que me parecen fundamentales para la cantante y para la música brasileña.

Costa había iniciado su carrera profesional en 1967 con Domingo, un icónico álbum de culto junto a su amigo y compañero de luchas políticas y musicales, Veloso, y había participado en la emblemática Tropicália ou Panis et circensis (1968). Esta compilación, considerada fundacional de la tropicália, con piezas de Veloso, Gilberto Gil y Os Mutantes, entre otras figuras ahora legendarias, marcó el inicio de dicho movimiento musical, y está ubicado entre los más importantes de la música brasileña del siglo XX. El gran éxito de dicha compilación fue “Baby”, grabado por Costa y Veloso.

En marzo de 1969, poco tiempo después del bombazo de Tropicália ou Panis et circensis, Gal Costa lanzó su debut solista homónimo. Además de incluir “Baby”, que ya era un gran éxito, el álbum iniciaba con la enigmática “Não identificado”, que arranca con un tono avant garde y un teclado entre kitsch y psicodélico, para dar pie a una de las voces y melodías más dulces de su tiempo. Entre ciertos patrones rítmicos y melódicos brasileños, se asoman distorsiones inusitadas, como en “Namorinho de portão”, o los requintos de guitarra totalmente rocanroleros de “Vou recomeçar”. El álbum fue desconcertante e innovador en su momento, y sin duda es una joya.

Pero no es ese álbum al que me refiero. Fue uno que llegó en diciembre de 1969 y realmente deconstruiría a la música brasileña y el rock. Fue el segundo álbum de la cantante, también titulado Gal Costa y que, para distinguirlo del debut, es referido simplemente como Gal. Con este lanzamiento quedaba bien definida una bifurcación artística de Costa, con dos líneas que desarrollaría el resto de su carrera: una más cercana y “amable” hacia la música tradicional brasileña, expresada en el álbum Domingo junto a Veloso y en el Gal Costa de marzo del 69; y otra línea más radical, experimental y de fusión, que había quedado asentada en Gal.

La pieza con que abre el álbum, “Cinema Olympia” (escrita por Veloso), está más cerca de San Francisco que de Bahía, aunque podría estar a tono con algunas canciones del álbum debut de marzo. Pero a partir del segundo track llega la psicodelia rockera con tintes africanos y de Medio Oriente, en una espectacular interpretación de “Tuareg” de Jorge Ben Jor. Esta pieza habría sonado vanguardista y experimental en los circuitos londinenses y neoyorquinos de fines de los sesenta; hay que imaginar cómo era escuchada en el Brasil inmerso en la dictadura militar anticomunista de la época.

De ahí, el álbum da paso a “Cultura e civilização”, de Gilberto Gil, que mantiene la intensidad de distorsión y psicodelia, además de una letra que critica a la sociedad de consumo y parece ser una respuesta e ironía, quizá involuntaria, a la perspectiva antropológica un tanto colonialista de Bronislaw Malinowski. Con esas tres piezas que dan inicio a Gal uno sabe que está ante un clásico. De las nueve piezas del álbum también se puede destacar la estrafalaria “Pulsars e quasars”, el avant garde psicodélico de “The empty boat”, y la gran versión de un clásico de Ben Jor, “País tropical”.

A estas alturas del siglo XXI, hablar de los choques y fusiones de tradición y modernidad en las artes parece un tema trillado. Es un concepto sobre el cual han discurrido tantas ideas que, irónicamente, su uso a veces resulta hueco. Pero es ineludible al hablar de Gal Costa: pertenece a la generación que vivió, originó, y fomentó ese choque en el siglo XX. Y entre los artistas que adoptaron esa visión con sus distintas ramificaciones globales, ella fue una de las grandes luminarias. Con su música logró sobrepasar las barreras del idioma y afianzarse no solo como un ícono brasileño, sino de la cultura y contracultura global del siglo XX. ~

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Sociólogo, etnomusicólogo, periodista y DJ.


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