Para Julia, Lorenza y Andrés
El pasado viernes 28 de abril, la muerte de Alejandro Hope era la principal tendencia en Twitter. Había sorpresa e incredulidad ante su fallecimiento en la plenitud de su vida (acababa de cumplir 52 años en febrero), pero sobre todo una coincidencia total: perdíamos no solo a un gran analista en materia de seguridad, sino también a un amigo de una inteligencia, generosidad y sencillez asombrosas.
Lo conocí en 2001 o 2002, cuando llegó como analista al área política de GEA. De entrada, nos dijo que para no complicarse la vida con su apellido de origen inglés lo había castellanizado y que, por tanto, le dijéramos “Ope”. No pasaron muchos días para saber que habíamos ganado un colaborador de inteligencia excepcional, con todo y su apariencia de genio distraído: sus zapatos mal amarrados tenían cara da venir de un partido de futbol llanero, y aunque iba de traje y corbata, el nudo nunca estaba bien hecho y la mitad de la camisa invariablemente estaba fuera del pantalón. En las reuniones semanales de discusión entre los socios sobre la coyuntura económica y política del país, la señal de que para él ya todo estaba claro era que comenzaba a comerse los lápices o las tapas azules de las plumas Bic, lo que tuviera más a mano. Las discusiones terminaban con cuatro o cinco lápices deshechos. Sus análisis políticos para la publicación semanal que mandábamos a los clientes del despacho parecían “maquinazos” (textos apresurados, hechos al vapor y sobre las rodillas para salir del paso), pero al revisarlos me daba cuenta que en un par de cuartillas había dado con los puntos centrales del tema y había expuesto con enorme precisión y agudeza envidiables sus antecedentes, implicaciones y escenarios probables.
En 2007 me incorporé al CISEN y Alejandro se vino a trabajar conmigo a principios de 2008. Pronto se ganó el puesto de director de análisis del crimen organizado, y entre sus tareas estaba preparar los reportes sobre la evolución de la lucha contra las organizaciones criminales, de sus múltiples conflictos y de la violencia homicida, mismos que yo le presentaba semanalmente al presidente Calderón y al resto de los integrantes del Gabinete de Seguridad. Esos análisis se preparaban con información de todas las dependencias. Ope coordinaba las reuniones, diseñaba la estructura de los reportes, exigía que se verificara toda la información, que no hubiera contradicciones ni omisiones. Luego, el equipo que él dirigía hacía distintos tipos de análisis estadísticos que permitieran conocer causas probables y tendencias de la violencia por municipio, estado, región, organización criminal, por tipo de conflicto. El CISEN se convirtió en el centro de la inteligencia estratégica del gobierno federal.
Alejandro abrió el camino y dejó escuela. En una ocasión, un informe oficial del Departamento de Estado de los Estados Unidos, dado a conocer en 2009 afirmaba que en México se producían y exportaban más de 30 mil toneladas de mariguana al año. Alejandro lo refutó contundentemente ante funcionarios de varias agencias de seguridad de ese país. Les dijo algo así como: “Nosotros aceptamos que producimos tal cantidad de mariguana si ustedes aceptan que 190 millones de estadounidenses consumen mariguana todos los días a todas horas (la cifra oficial de consumidores era de alrededor de 22 millones de personas que se fumaban poco más de tres mil toneladas anuales). Explíquennos, ¿por qué razón los narcotraficantes mexicanos van a producir diez veces la cantidad de mariguana que demanda el mercado? Por favor, no inventen cifras y menos las pongan en informes oficiales”. No pudieron responder nada.
Hope no se limitó al análisis de las estadísticas. Dio con Mark Kleinman, uno de los principales estrategas en el uso de la inteligencia para reducir la violencia, y lo trajo a México. Con él tuvimos múltiples sesiones de discusión que nos ayudaron a replantear de fondo el combate a las organizaciones criminales. Sus ideas –expuestas en un libro llamado Cuando la fuerza bruta fracasa. Cómo lograr que haya menos crimen y menos castigo (2015)– fueron fundamentales para la estrategia que se adoptó para desarticular al cártel de los Zetas.
La “especialización” en seguridad de Alejandro continuó en el Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO), donde ocupó el cargo de director de proyectos de seguridad. Luego regresó a GEA, donde realizamos varios proyectos para gobiernos estatales y municipales.
Alejandro complementaba el aprendizaje que suponía el trabajo cotidiano de consultorías y asesorías con la voracidad por el estudio de madrugada. Todos los días, a partir de las cinco de la mañana, comenzaban a llegar a mi WhatsApp decenas de mensajes con todas las lecturas que estaba haciendo, desde notas de los principales diarios y revistas de varias partes del mundo, hasta reseñas de libros, artículos de revistas especializadas, estudios de seguridad en los países menos esperados, estadísticas del INEGI. Era una trituradora de todo tipo de información y conocimientos. Era su conversación privada con muchos otros sabios y expertos que lo alimentaban, lo cuestionaban, lo hacían formular nuevas preguntas y encontrar mejores explicaciones.
Afortunadamente para el país, El Universal le abrió sus puertas y una parte de esa sabiduría encontró una salida en forma de artículos. Su Twitter pronto se hizo popular (tenía más de 150 mil seguidores, cifra descomunal para un simple escritor de artículos) gracias a sus agudos y demoledores comentarios sobre las burradas de los funcionarios de seguridad de este y el anterior gobierno; por sus ocurrencias de todo tipo y hasta por las trivias de los fines de semana o las miniencuestas sobre los temas más variados: cantantes, deportistas, tipos de comida, películas, programas y personajes de la televisión. Era el sabio de la seguridad, pero de una sencillez natural, pues tenía gustos y pasatiempos comunes y corrientes, como los del resto de los mortales. Le gustaban el rock y los wafles, pero no soportaba Marcelino, pan y vino.
Atestigüé varias veces cómo escribía sus artículos en la sala de espera de un aeropuerto, en un vuelo de 45 minutos, o en medio de reuniones de trabajo. Al leerlos al día siguiente comprobaba que la premura no estaba peleada con la calidad. Sus textos eran buenos porque se sustentaban, invariablemente, en información sólida y en evidencias contundentes –los antecedentes necesarios, los hechos comprobados, las estadísticas correctas y precisas– que luego vinculaba con una lógica impecable, de manera que construía argumentos difíciles de rebatir. La ideología nunca fue argumento.
Su secreto para seleccionar y relacionar los hechos de un fenómeno y exponerlos con tanta sencillez y claridad era el conocimiento profundo de los temas, sus muchas horas de lectura y reflexión en las madrugadas, cuando decía que todo era silencio y hasta el Twitter paraba. Cuando analizaba hechos complejos poco explorados, no dudaba en señalar los límites de su conocimiento, no le causaba problema decir que no tenía explicaciones y que, por tanto, solo plantearía hipótesis provisionales. Abría la discusión, como cualquier buen científico
Juan Pardinas, quien se lo llevó a trabajar al IMCO, dijo que la inteligencia de Hope tenía dos super poderes: era contagiosa y generosa. La compartía con cuanto periodista lo buscaba –es significativo que los corresponsales extranjeros hayan enviado una corona de flores a su funeral– para entender las complejidades de la violencia, las políticas de seguridad, la lógica de las organizaciones criminales o porqué era imposible terminar con el tráfico del fentanilo. Asistía a todo tipo de foros a dar sus puntos de vista sobre esos temas, lo mismo de estudiantes que de los empresarios más ricos del país, de diputados, alcaldes o policías municipales de Ciudad Nezahualcóyotl, hubiera o no pago de por medio. Nunca opinó sin evidencia, nunca hizo juicios infundados y nunca atacó personas: podía despedazar políticas públicas erróneas, pero respetaba al funcionario.
Así fue como Ope se convirtió en un referente indispensable en la conversación sobre la seguridad en México, reconocido por políticos, académicos, periodistas, especialistas del tema dentro y fuera del país y, sobre todo, por los ciudadanos que leían sus artículos periodísticos y comentarios en las redes sociales para tratar de encontrar algo de luz en estos ya largos años de la oscuridad de la violencia. La contribución de Alejandro al debate de la seguridad es decisiva, no solo por sus análisis inteligentes y pedagógicos, sino también por la autoridad moral y credibilidad que se ganó al fundarlos en la evidencia sólida y en la intención de esclarecer para solucionar. Era una voz crítica, sensata y propositiva, difícil de encontrar y sustituir en estos tiempos polarizados.
Qué injusta es su muerte para un país que está urgido de soluciones a la violencia e impunidad fundadas en todo aquello en lo que Alejandro creyó y practicó a raudales: la inteligencia, la generosidad y la sencillez. ~
Es especialista en seguridad nacional y fue director del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (CISEN). Es socio de GEA.