Entrevista con Ana Rossetti: “La oportunidad que nos ofreció La Movida fue la de expresarnos sin que nadie te etiquetara”

La poeta acaba de publicar 'Somos un cuerpo herido', un ensayo que parte de Hipatia y Catalina de Alejandría para trazar su autobiografía intelectual.
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Ana Rossetti (San Fernando, Cádiz, 1950) acaba de publicar Somos un cuerpo herido (Siruela, 2023), un ensayo en el que a partir de las vidas de Hipatia y Catalina de Alejandría la escritora aborda su propia autobiografía intelectual. Precisamente de los mitos que la apasionan desde que era una niña, de sus comienzos en La Movida o de las grandes preguntas teológicas que aún no se han resuelto hablamos en la primera edición de BAJO 35, un encuentro de poetas organizado por Cooltural Plans con apoyo de la Diputación de Huelva que tuvo lugar el pasado mes de mayo. Días después, la autora nos hizo saber que Cátedra publicará próximamente una antología de su obra a cargo de Carmen Medina.

Ayer me comentaron que tu nombre aparece en los temarios de historia de la literatura española contemporánea.

Sí, es algo que me desconcierta bastante. A veces vienen estudiantes y me dicen “nos hemos examinado de ti” y a ver qué les contestas. 

Imagínate si te piden que les pongas notas.

Imagínate, es un poco perturbador.

¿Hacía mucho que no venías a Huelva? 

Sí, hacía muchísimo tiempo que no venía. Creo que la última vez fue cuando el 15M, porque me acuerdo de que en la radio del taxi hasta Sevilla estaban dando la noticia de que en la Puerta del Sol estaba acampando la gente. Me pareció una buena noticia. 

Hace más de una década de eso. 

¿Cuándo fue la primera vez que publicaste un poema? ¿Te acuerdas?

La verdad que no sé cuándo fue la primera vez que publiqué un poema, pero sí de mi primer “estreno”: una obrita de teatro que hice sobre Santa Casilda en el colegio. Tendría unos 8 años y era una niña muy tímida, así que no sé cómo fui capaz de montar aquello por mi cuenta. Yo sola escribí la función, hice el casting, le dije a cada compañera lo que tenía que hacer, llevé trajes, colchas, visillos y coronas de primera comunión para vestirlas. Y encima pedí que me prestaran el escenario. Vinieron todas las clases de primera enseñanza a verlo. Creo que fue algo bastante aceptable porque no me abuchearon ni tampoco me bulearon luego.

Santa Casilda vuelve a aparecer en tu libro de relatos Una mano de santos.

Me llamaba mucho la atención Santa Casilda porque fue una princesa musulmana de Toledo. La historia oficial dice que ella ayudaba a los prisioneros cristianos que su padre tenía en el calabozo. Es decir, se invertía los términos: la “infiel” era la “buena”. Casilda les daba comida en secreto, pero cuando la denunciaron y la llevaron ante el rey, de su delantal salieron rosas. Pudiera ser que el nombre de Casilda venga de Casida, que es una composición propia de la poesía árabe y persa. El poema lleva consigo la rosa de la poesía, o mejor, la rosa de los vientos, porque tiene todas las direcciones pero un mismo centro en donde convergen. Esta historia significa más de lo que parece, habla de la misión integradora de la poesía puesto que según otro episodio de su vida, la presencia de Casilda-Poema en territorio enemigo, fue beneficiosa para los enemigos y para ella misma. La acción de la poesía si es verdadera, no distingue fronteras, credos ni ninguna otra condición sino que se enriquece con el mestizaje. La leyenda de Santa Casilda me ha perseguido toda la vida. Me ha inspirado como metáfora y se me ha revelado como poética. 

No es la única santa que te ha inspirado. En Somos un cuerpo herido (Siruela, 2023) hablas de Santa Catalina de Alejandría, a la que relaciones con Hipatia. ¿Qué similitudes existieron entre estas dos mujeres?

Ha sido recientemente que se ha querido ver en Catalina una expresión sincrética de Hipatia, o un encubrimiento. Sea lo que sea, la devoción a Catalina no llega a Francia hasta el siglo X con los cruzados y su relato corresponde al imaginario medieval. Catalina no es una figura histórica, Hipatia, sí. Hipatia es una mujer que se está reivindicando, como en justicia le corresponde, y su legado científico y filosófico es muy necesario para tejer nuestra genealogía femenina. Sin embargo, Catalina como mito, es el símbolo de una sabiduría ancestral que nos comunica con la luna, las cosechas, la alquimia, la rueda y los devenires. Si Catalina es una mitificación, Hipatia, aunque sea una adulteración, una manipulación y todo lo que se quiera, también representaría la carga simbólica que la sitúa fuera de tiempo y por tanto, la hace inmortal. 

El día de la poesía te escuché recitar unos versos en el Museo del Prado que me hicieron pensar en tu infancia. Creo que aparecen en la nueva edición que ha hecho Torremozas de Yesterday (2022) y que incluye una selección de todos los libros anteriores. Pero este en concreto se titula Lengua materna.

En ese poema me refiero a la poesía que han transmitido las mujeres oralmente. Desde las canciones de cuna a las coplas, o los romances que mi abuela materna nos recitaba. Eso te va haciendo el oído, preparándolo para una cadencia musical. Además, tanto la copla como los romances narran historias que son muy transgresoras; hay adulterios, venganzas, asesinatos… que atraen poderosamente. Claro que hay otros más amables. Por ejemplo, hay un romance que habla de un caballero y una lavandera que es una cristiana cautiva. Él la rescata y cuando se van acercando a las tierras del chico se dan cuenta de que son hijos de los mismos padres. “¿Cómo se llama tu padre?” / “Mi padre, Juan de la Oliva.” / “¡Dios mío! ¿Qué es lo que dices? / ¡Virgen sagrada María! / Pensaba llevar mujer / y llevo una hermana mía”. O el otro que se refiere a una niña, hija de un capitán sevillano, que se viste de varón para poder ir a la guerra. Durante siete años pasa inadvertida, pero un día se le cae la espada y en lugar de decir “maldita sea” dice “maldita sea yo”, y el hijo del rey se da cuenta de que es una mujer y se enamora de ella. Y si nos vamos a la copla… no veas lo que hay ahí. 

Has sido una adelantada a tu tiempo, porque ya escribías una poesía queer y feminista.

Yo no me he inventado nada, solamente he observado. Desde niña me he fijado en el papel que juega la ropa en las identidades. Tal vez por eso me gusta tanto el teatro barroco, tan pródigo en travestismos. De entre las Novelas ejemplares me encantaba la de Las dos doncellas y en cuanto a personas reales, la vida de la monja alférez era una de mis preferidas. Pero también me fascinaba Aquiles. Aquiles hizo lo contrario que las doncellas guerreras: se disfrazó de mujer para no tener que ir a la guerra.  

¿Cuándo te mudaste a Madrid?

Me fui a Madrid con 18 años, que entonces se consideraba minoría de edad. En Madrid las luchas obreras y estudiantiles conllevaron un estado de excepción. Pasé de estar en el mundo maravilloso del jardín de casa de mi abuela –o en el de “La casa de los siete balcones” donde vivía con mis hermanos–, a correr delante de la policía. Según llegué a Madrid me convencieron para hacer de la superiora en el Don Juan Tenorio, en un grupo de la Universidad. Yo había ido con la intención de estudiar escenografía y vestuario, cosa que no pudo ser porque cuando aún estaba cursando los comunes, quitaron la especialidad, pero desde la misma escuela, salté al teatro independiente. Más tarde mi marido y yo montamos nuestro propio grupo. Entonces escribí los libretos de cada función que representamos pero de ellos no queda ninguno. 

¿Y cuándo publicaste tu primer libro, Los devaneos de Erato?

¡Eso sí que es un novelón! Yo estaba trabajando de regidora en un cabaré, en el Pasapoga. La noche del ensayo general ardió la sala. Por suerte ya habíamos hecho la función y no había nadie dentro. Pero nos quedamos sin trabajo. Me quedé totalmente en la calle porque como pasó poco antes de Navidad, estaba muy complicado lo de enrolarse en cualquier otra compañía; había que esperar hasta después de Semana Santa. Me vi en una situación chunga, pero chunga de verdad, y para consolarme me iba a las librerías de Galerías Preciados y de la Casa del Libro a picotear por las novedades y hojear revistas. Al menos estaba calentita porque era pleno invierno. Y de repente, entre las glamurosas revistas en couche sobre decoración, floricultura y los Vogues y los Elles, resaltaba una publicación horrorosa –a mí lo feo siempre me ha atraído tanto como lo bello por lo que tiene de desestabilizador– y me tiré a ella enflechada. Era una revista de poesía y nada más abrirla, me encuentro con la convocatoria de un premio dotado con cien mil pesetas. 

¡Milagro!

Fue un regalo, porque no me pedían demasiados versos. Yo tenía la costumbre de enviar poemas a la gente que conocía y que estaba en la misma onda. Nos carteábamos mediante poemas en los que nos contábamos lo que nos pasaba, pero en clave poética. Así que les pedí que me los devolviesen y los fui ordenando para que el conjunto cobrara coherencia. En realidad, para armar el libro solo tuve que recopilarlos. Los mandé al concurso y mira por dónde, lo gané.

¿Me estás diciendo que los poemas de Los devaneos de Erato estaban desperdigados por las casas de tus amigos? 

Para mí tenían el valor de la inmediatez, no se me había ocurrido guardar copia. Pero cuando me vi tan desesperada me dije si no valdría la pena probar suerte. Había que sacar dinero de donde fuera y eso era lo único que tenía. Que el premio fuera 100.000 pelas era un buen motivo; yo no había visto 100.000 pelas juntas en mi vida, la verdad. Esto se lo debo agradecer a la desaparecida librería de Galerías Preciados, al desaparecido Pasapoga y a quien ilustró la portada de la revista porque sin ellos tal vez no me hubiese enterado de la convocatoria o, de haberla visto, no le hubiera prestado atención. No sabemos hasta qué punto las cosas que nos suceden son malas o buenas, sin el incendio de Pasapoga todo hubiese sido muy distinto. Y también habría sido muy distinto si el libro no se hubiera publicado en 1980.

A lo mejor estás aburrida de que siempre te asocien a La Movida madrileña.

¡Qué va! Yo le debo muchísimo a La Movida. Sin La Movida ese libro no sale adelante. Se publican libros buenísimos que no tienen demasiado recorrido, porque no aparecen en el momento adecuado. En otro momento, la gente de izquierdas me hubiera considerado como una frívola y una burguesa y otras cosas por el estilo, y la de derechas como un putón verbenero. Me habrían dado caña por uno u otro lado. Pero la oportunidad que nos ofreció La Movida, lo que tuvo de bueno, fue la de expresarnos sin que nadie te etiquetara.

Ponme algún ejemplo.

Antes de La Movida no se podía decir en determinados ambientes que te gustaba una cosa y a la vez la contraria. En los grupos de teatro independiente no podía comentar que leía a D’Annunzio ni que cuando regresaba a San Fernando iba a los bailes, vestida de largo y con un chico de smoking al lado y todas esas parafernalias que me han gustado siempre. Ni tampoco podía ponerme a hablar del Frente Obrero o de Bertolt Brecht en el Club Naval. Pero yo podía estar viendo una película de Ingmar Bergman y luego pasar a una de Sara Montiel y disfrutar de las dos de manera diferente. ¿Cómo voy a comparar Fresas salvajes con La violetera? Es que no tiene nada que ver una con la otra, pero eso no significa que si te gusta una ya no puedas ver la otra. Pues bien, todos estos encasillamientos desaparecieron con La Movida. Por un tiempo se dejó de clasificar a la gente. Si en una noche de marcha alguien decía que se tenía que ir pronto porque le tocaba el turno en la Adoración Nocturna o que debía madrugar porque tenía que ir al Retiro para hacer el Saludo al Sol a nadie le extrañaba y nadie lo juzgaba por eso.

¿Tú crees que Los devaneos de Erato hubiesen tenido hoy la misma repercusión?

No, a pesar de que hoy pueda seguir sorprendiéndonos, no creo que tuviese demasiada repercusión. Empezando porque ha cambiado mucho el lenguaje y porque el tipo de relaciones personales que tenemos hoy son muy distintas. Claro que se puede seguir leyendo y que hay mucha gente a la que le interesa, pero lo curioso es que ahora me suelen preguntar si no tuve problemas con un libro “tan escandaloso” cuando fue todo lo contrario; precisamente a ese supuesto escándalo se debe que fuese tan celebrado. Decididamente entonces se percibía lo que ahora llamamos escándalo de otra forma. 

¿Y qué te dijeron tus padres?

La cosa más alucinante que me ha dicho mi padre es: eres más rara de lo que te haces. Así me dijo, textual. En cualquier caso son los mejores padres que he podido tener, porque ellos me enseñaron que la libertad tiene que ir acompañada de responsabilidad y de respeto.  Siempre me admitieron como era y aceptaron las cosas que hacía, aunque a veces no las comprendiesen del todo. Nunca me cuestionaron, aunque me hicieran saber sus desacuerdos o sus dudas. Ahora me doy cuenta de las pruebas tan difíciles a las que los sometí y del amor tan incondicional que me demostraron.

Esos mismos profesores que luego examinan a sus alumnos de Ana Rossetti hacen interpretaciones de tus poemas que no te convencen.

Todo el mundo está en el derecho de apropiarse de los significados según le convenga, pero lo que no me parece es que se imponga al alumnado una única versión sin permitir que cada cual saque sus propias conclusiones. Hay que separar al autor/a de la voz poética. Por ejemplo, en “Chico Wrangler”, describo una foto del chico de un anuncio de vaqueros. Lo escribí para una revista gay. Si el poema lo dice un hombre, en vez de una mujer, cambia totalmente de sentido. Ese colectivo lo ha comprendido perfectamente. Sin embargo, para los heteros, lo de “Dulce corazón mío de súbito asaltado / todo por adorar más de lo permisible” es la expresión del deseo femenino, pero no tiene nada que ver con una mujer, sino con el miedo que pasaban los homosexuales –en aquel entonces apenas se había derogado la Ley de peligrosidad social– de que los descubrieran. 

Después de La Movida, ¿qué pasó?, ¿cómo cambió tu forma de escribir? Creo que Punto umbrío es un libro clave en tu trayectoria, frente al erotismo tan barroco de los poemarios anteriores ahora se abre paso un fuerte sentido espiritual, los poemas se hacen más sobrios y contenidos. En la antología que reeditó Torremozas hace un par de años y a la que nos referíamos antes, Yesterday, tú misma separas en dos bloques tus primeros títulos, Los devaneos de Erato (1980), Indicios vehementes (1985) y Devocionario (1985) y los siguientes, Punto umbrío (1995), Llenar tu nombre (2008) y Deudas contraídas (2016). ¿Tuviste una revelación?

Cuando se publicó en el 1988 la antología, la titulé Yesterday porque quería dejar atrás no solamente unos temas, sino una manera de escribir. En el entretanto, me pasaron muchas cosas. He estado a punto de morirme en varias ocasiones. He tenido tres accidentes de automóvil muy aparatosos. En uno de ellos el coche saltó por los aires y quedamos en un precipicio, sujetos por unos matorrales que frenaron la caída. Estuvimos sin poder movernos hasta que vino la Guardia Civil a rescatarnos. En las tres ocasiones tuve la conciencia de que podía morirme de un momento a otro. A lo mejor si una está enferma, poco a poco se va haciendo la idea y hasta puede desear que todo acabe de una vez. Pero un accidente hace que veas la muerte en un estado de conciencia distinto y toda la existencia adquiere otro valor. Cuando vuelves a enfrentarte al día a día te das cuenta de que todo puede cambiar en un segundo. 

Luego tu poesía se ha hecho más política. En Deudas contraídas, publicado por La Bella Varsovia en 2016, hablas de los desahucios y de los feminicidios de Ciudad Juárez.

Siempre he estado involucrada en muchas causas perdidas, pero hasta entonces nunca había encontrado la manera de trasladar la denuncia social a la poesía. Cuando estuve en Los Ángeles un alumno mío mexicano me invitó a una representación sobre los feminicidios de Ciudad Juárez. Yo ya sabía de ellos pero en esta ocasión, el relato estaba bajo el punto de vista de las familias. De hecho, después hubo un coloquio con los familiares de algunas jóvenes asesinadas. Una cosa es saber y otra tomar conciencia. Quedé fuertemente impactada y casi de un tirón escribí una serie de poemas: “Arrebatadas” y “Halladas”. Y descubrí que había encontrado la manera de hacer poesía y denuncia sin renunciar ni a una ni a otra. 

Como estamos en Huelva, me gustaría preguntarte también por Juan Ramón Jiménez.

La colonia que llevo ahora es 1916, como homenaje a Juan Ramón Jiménez y a su Diario de un poeta recién casado, que se publicó ese año. Bueno, la verdad es que la llevo en mi neceser de viaje, pero es por él y por lo que significó ese libro para nuestra poesía. En ese momento era impensable que un libro pudiera titularse de esa manera. Pero más impensable todavía es lo que hay dentro, donde combina verso y prosa, se introducen elementos que podríamos considerar tradicionales y otros muy rupturistas, que le deben mucho a la publicidad y a otros estímulos urbanos. Para mí es un libro fundamental. 

Él abrió el camino hacia el poema en prosa y la prosa poética.

Cuando tengo que explicar la diferencia entre el poema en prosa y la prosa poética, Juan Ramón me sirve estupendamente: Espacio es un ejemplo de lo primero y Platero de lo segundo. Y todo el mundo lo entiende de una manera clarísima. Yo creo que es el primer poeta realmente moderno que tenemos en España. Y el más espiritual. 

Un poeta moderno que sigue hablando de Dios, como nuestros místicos.

Los místicos hablan de Dios, pero no precisan nombrarlo. Él sí lo hace pero plantea una concepción de Dios que, al menos yo, no conocía en nuestra poesía. Cuando Juan Ramón dice Dios deseado y deseante, manifiesta que Dios tiene una carencia, pues deseamos lo que nos falta. Quizás provenga de Tagore, poeta traducido por Zenobia: “Cada niño que vine al mundo trae un mensaje: Dios espera todavía al hombre”. Esta necesidad que Dios tiene de nosotros como colaboradores de la Creación está presente en los movimientos teológicos pero en poesía yo no conocía algo así. Esto quiere decir que por un lado Dios cuenta con nosotros pero también hay que ayudarlo a salir del fondo de nuestros corazones. Como explicaba la judía Etty Hillesun, tenemos que vaciarnos de muchos lastres para liberarlo y que nos libere. Pero no te estoy hablando de una religión concreta, sino de una dimensión espiritual que no pertenece a ningún credo. Una vez María Zambrano y Concha Méndez estaban pidiendo dinero para los exiliados y Concha le dijo a María: “Tú sabes que yo no creo en Dios ni en nada de todo eso, pero tenemos que ayudarlo”. No digas que no es precioso. 

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es periodista y poeta. En
2022 ha publicado La revolución exquisita
(La Bella Varsovia)


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