México está de duelo. Es comprensible, es natural, es necesario. No obstante, el proceso de reconstrucción ya está en marcha y los empresarios ya están ayudando. Acá sugiero que algunos de los grandes se especialicen en los pueblos remotos, se los dividan, adoptando la figura de un “padrino” de los esfuerzos de reconstrucción.
Hay varios casos exitosos en que la iniciativa privada apoya a comunidades que lo necesitan. Una de ellas es “Adopte una obra de arte”, asociación civil fundada en 1996 cuya misión es agrupar y apoyar los diversos esfuerzos de cooperación entre la sociedad civil y los distintos niveles de gobierno para restaurar y preservar el patrimonio cultural y artístico de México”.
Una idea similar puede operar para la reconstrucción de los pueblos en Oaxaca, Morelos, Puebla, Chiapas y otros estados afectados por los sismos de septiembre. Se llamaría “Adopte un pueblo”.
El Consejo Coordinador Empresarial, la Coparmex, el Consejo Mexicano de Personas de Negocios y otras agrupaciones empresariales tendrían un papel clave en la realización de este proyecto. Ignoro el número aproximado de empresas medianas y grandes que reúnen, pero supongo que son varios cientos. Estas empresas son las que adoptarían o apadrinarían, cada una, un pueblo, o acaso varios pueblos aledaños.
Se trataría de un esfuerzo descentralizado. Dada la dimensión de esas empresas, no tendrían problema en asignar una persona que por unos meses se haga cargo de la coordinación de esfuerzos, concentrado exclusivamente en casas habitación y pequeños negocios. Esa sola persona (con un pequeño equipo, incluido un ingeniero supervisor) tomaría contacto directo con la gente del pueblo para planear, conjuntamente con ellos, la reconstrucción en todos sus aspectos. Es obvio que la acción debe contar con la colaboración (o, al menos, la no obstrucción) de las autoridades locales.
En la experiencia de la Fundación Alfredo Harp Helú (que ha trabajado largamente en Oaxaca) y en la Fundación Haciendas del Mundo Maya (que tras el huracán Isidoro en Yucatán y Campeche atendió a decenas de comunidades), la participación de los propios habitantes en la reconstrucción y preservación de su patrimonio ha sido esencial. Son ellos quienes deciden las prioridades (qué familias preceden a otras), los tiempos, la organización del trabajo y el tipo de construcción (dato cultural clave, porque no pueden construirse adefesios dizque funcionales en pueblos acostumbrados a vivir en casas de cierto estilo, materiales, colores). En los pueblos con vocación turística, este elemento es aún más esencial.
Los recursos pueden provenir de dos fuentes: el sector público y los fondos privados que han ido integrándose en las diversas instancias (bancos, asociaciones civiles, iniciativas personales). Con esos fondos, cada empresa adquiriría los materiales necesarios para la obra, planearía su transporte al pueblo, supervisaría la reconstrucción. La mano de obra la pondrían los propios habitantes.
El apoyo directo a los damnificados, en efectivo y sin intermediarios, anunciado por el gobierno federal es una excelente idea. Pero ese programa de apoyo no elimina la necesidad de que las empresas mexicanas participen activamente en la reconstrucción arremangándose la camisa y ayudando a la gente en los sitios mismos de la tragedia.
Como en los meses que siguen del año no hay lluvia, el trabajo puede ser más llevadero. Pero hay que apurarse, porque vienen los meses de frío.
Al cabo de un tiempo, la empresa quedará permanentemente ligada al pueblo y el pueblo a la empresa. Mexicanos unidos en la reconstrucción.
Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clío.