Alexei Navalni: una tradición de desafío moral

El disidente ruso se atrevió a desafiar al régimen dictatorial de Vladimir Putin. Su decisión de regresar a Moscú, donde se enfrentaba a una detención segura, fue una expresión del perfeccionismo moral perseguido por la intelectualidad literaria rusa.
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Se llora a Alexei Navalni como el político más audaz, sofisticado y occidental de Rusia. Sin embargo, la lucha política de Navalni contra la tiranía, que terminó en una colonia penal del Ártico en lo que parece un asesinato encargado por el Estado, hace que su “vida y destino” sean muy rusos: parte de una tradición de desafío moral contra la autocracia cruel y falaz.

Navalni habría sido un político de éxito en un país democrático. Pero era un opositor político en la Rusia de Putin, que ha pasado de ser un Estado autoritario corrupto a una dictadura brutal y violenta. En la Rusia actual no se puede hacer carrera política: o se es fiel servidor del Kremlin o se forma parte del siempre silencioso narod (pueblo llano). Cualquier signo de deslealtad u oposición es suprimido. Navalni lo sabía mejor que nadie: en 2020 fue envenenado con un agente nervioso por los matones de la policía secreta de Putin. Sin embargo, regresó a Moscú desde Alemania tras un tratamiento que le salvó la vida, sabiendo perfectamente que sería inmediatamente detenido y encarcelado.

¿Qué podría explicar este movimiento aparentemente irracional? El regreso de Navalni a Moscú –ese fatídico día– marcó el verdadero comienzo de su historia rusa. La historia de la intelligentsia rusa, la literatura rusa, las tradiciones de disidencia política y de decir la verdad, y la búsqueda casi religiosa de una vida virtuosa son elementos de su trama.

El escritor ruso Dmitri Glukhovski observa que Navalni, el hombre real de carne y hueso –lleno de todo tipo de contradicciones, dado su coqueteo con el nacionalismo étnico ruso–, se había convertido en un “héroe irreprochable, parte de un mito religioso”. Sus hazañas, su valor y sus decisiones morales, añade Glukhovsky, se perciben como símbolo de “la vida de un santo; la muerte de un mártir”.

La intelectualidad rusa, que surgió como grupo social en la década de 1830, perseguía el perfeccionismo moral. Sus fuertes aspiraciones nacían de dos tradiciones intelectuales confluyentes: una religiosa, procedente del cristianismo oriental (bizantino); la otra, un legado laico del moralismo de la Ilustración. La noción de “sovest” (conciencia) estaba en el centro de la ética de la primera intelligentsia rusa. Tener la “conciencia tranquila” –vivir siguiendo inquebrantablemente los preceptos de la verdad– era un ideal social muy arraigado entre los intelectuales.

Históricamente, la intelectualidad rusa surgió de la confrontación con la autocracia zarista. La oposición a la institución burocrática configuró las normas de conducta de la intelligentsia y sus creencias sobre lo que estaba bien o mal. Como escribe el historiador cultural ruso Boris Uspensky, “es precisamente la dicotomía intelligentsia/Tsar la que está en los orígenes de la intelligentsia rusa”. Un miembro de la intelligentsia está siempre en la oposición, sus valores morales contrastan con el funcionamiento de un sistema estatal represivo.

Con el colapso de la Unión Soviética, la intelligentsia pudo haber abandonado la escena histórica. Sin embargo, sus principios morales no desaparecieron: muchos rusos interiorizaron sus ideales leyendo literatura rusa clásica, que a su vez había sido el producto de los esfuerzos creativos de la intelligentsia rusa. A diferencia de la literatura medieval de la antigua Rusia, de naturaleza profundamente religiosa, la gran novela rusa del siglo XIX y principios del XX cumple una función didáctica: expone una vida digna, la lucha interminable entre el Bien y el Mal, y la elección entre la Verdad y la Falsedad. En muchas memorias y entrevistas, destacados miembros del movimiento disidente soviético confirman que la esencia subversiva y “casi religiosa” de la literatura rusa había conformado sus principios morales y su actitud negativa hacia el “inmoral” sistema soviético.

Alexei Navalni, nacido en 1976, pertenecía a una nueva generación rusa: era adolescente cuando cayó el comunismo y se desintegró la Unión Soviética. Sin embargo, los factores que formaron su perspectiva moral parecen ser los mismos que actuaron durante las décadas anteriores. La literatura rusa parece haber desempeñado un papel importante. En una carta que envió al periodista opositor ruso Sergei Parkhomenko poco antes de su muerte, Navalni hablaba de algunos clásicos rusos. Se centró en las historias de Chéjov y comparó el oscuro realismo de algunas piezas con la obra de Dostoievski. La carta terminaba con una exhortación reveladora: “Hay que leer a los clásicos. No los conocemos lo suficiente”. También es difícil evitar el paralelismo directo entre el apasionado deseo de verdad de Navalni y la tradición literaria y disidente rusa de contar la verdad, cuyo máximo exponente es el ensayo de 1974 de Alexander Solzhenitsyn Vivir sin mentiras; todas las retransmisiones en directo de Navalni terminaban con la frase: “Suscríbete a nuestro canal: aquí contamos la verdad”.

La rectitud moral de Alexei Navalni, su valentía personal y su intrépida determinación para defender sus principios ante todo lo sitúan a la altura de una larga lista de víctimas rusas de la represión política que han desafiado al Leviatán ruso a lo largo de los dos últimos siglos. La fragmentada oposición rusa cuenta ahora con un poderoso mito y símbolo del héroe en torno al que aglutinarse. Putin (o el “abuelo del búnker”, como Navalni lo llamaba burlonamente) temía a su oponente político más prominente cuando estaba vivo. Ahora que Navalni ha muerto, podría decirse que Putin se encuentra en una situación peor. Habría que recordar al tirano del Kremlin la famosa máxima de Søren Kierkegaard: “El tirano muere y su reinado termina; el mártir muere y su reinado comienza”.

Traducción del inglés de Daniel Gascón.

Publicado originalmente en Eurozine.

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Igor Torbakov es Senior Fellow en el Instituto de Estudios Rusos y Euroasiáticos de la Universidad de Uppsala.


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