Carl Schmitt, el filรณsofo de Hitler, escribiรณ que “la distinciรณn especรญfica de la polรญtica, la que caracteriza sus acciones y sus motivos, es la confrontaciรณn del amigo y el enemigo”. La tolerancia, la pluralidad, la disposiciรณn a escuchar, a considerar las razones del otro, eran para Schmitt excrecencias formales del liberalismo que detestaba. Pero Schmitt no limitaba su dicotomรญa a la vida polรญtica sino a la vida toda: “dime quiรฉn es tu enemigo y te dirรฉ quiรฉn eres”. Y en otro sitio es aรบn mรกs brutal: Distinguo ergo sum. Es decir, el ser de Schmitt no es nadie ni nada en sรญ mismo; el ser de Schmitt se define por el odio a quien no es su amigo. Schmitt es su odio al enemigo. Schmitt es el odio.
Ninguno de los populistas de nuestro tiempo ha leรญdo a Schmitt, pero todos son schmittianos. Lo fue Chรกvez, que distinguรญa entre los miserables “escuรกlidos”, los deplorables “pitiyanquis” y los fieles bolivarianos. Lo es Trump, que se ocupa mรกs en deturpar a los periodistas que lo cuestionan que en atender la crisis del coronavirus. Lo son el dictador Viktor Orbรกn y el enloquecido Bolsonaro. Y lo es Lรณpez Obrador.
Nunca antes en la historia mexicana โlo digo con dolor y plena convicciรณnโ un presidente habรญa atizado a este grado el odio entre los mexicanos. Para รฉl, los crรญticos son enemigos de su rรฉgimen y, por tanto, son enemigos del pueblo que รฉl, mรญsticamente, cree encarnar. El matiz de llamarlos “adversarios” o “conservadores” es lo de menos. Lo de mรกs es la frecuencia y naturalidad con que los insulta. En tiempos recientes ha ampliado el espectro de sus invectivas: ademรกs de los escritores y periodistas, ahora incluye a vรญctimas del crimen organizado, luchadores sociales, feministas, artistas, deportistas y empresarios. Para cada uno ha tenido un epรญteto lesivo, calumnioso, denigrante.
Esta incontinencia verbal ha otorgado carta blanca a los ejรฉrcitos del odio que, pagados o no, inundan las redes sociales. Y a esto hay que agregar una tรฉcnica que potencia el mensaje: muchos de esos fieles no son siquiera personas sino bots.
Se dirรก que el presidente tambiรฉn es blanco del odio. Sin duda hay entre sus crรญticos muchos schmittianos que lo consideran un enemigo. No es mi caso. Quien odia no reconoce, y yo a Lรณpez Obrador le reconozco haber seรฑalado siempre a la corrupciรณn y la pobreza como las dos lacras histรณricas de Mรฉxico. Un 53% de los votantes mexicanos se lo reconocieron tambiรฉn. Ese fue el premio a su coherencia, a su constancia, pero a partir de ahรญ debiรณ saber que la ciudadanรญa lo juzgarรญa ya no por sus indignaciones sino por sus resultados. Y algo mรกs debiรณ saber: que el 47% de los mexicanos no era ni es enemigo del 53% restante. Mรฉxico no debe ser la arena de una guerra civil.
Hace algunas semanas, el presidente pidiรณ una tregua al fragor agresivo en Twitter. Su llamado es atendible, sobre todo en estos tiempos. El coronavirus nos amenaza a todos. Solo estando unidos en lo esencial, concentrรกndonos en la informaciรณn objetiva y confiable, cuidando la supervivencia de los nuestros y del prรณjimo, apoyando desde la sociedad y el gobierno a los mรฉdicos y enfermeras con iniciativas prรกcticas de equipamiento, podremos combatirlo mejor. Pero, para enfrentar la crisis integral Mรฉxico necesita librarse inmediatamente del virus del odio. Y la primera persona que debe erradicarlo de su discurso y su actitud es el presidente.
Siempre habrรก extremistas irreductibles que pretenden tener toda la verdad y la razรณn, y que ven a quien piensa diferente como un enemigo a matar, al menos simbรณlicamente. Pero no son la mayorรญa. La mayorรญa quiere escribir y leer textos razonados, objetivos, fundamentados, ponderados. Mensajes de civilidad.
Por ello hay que cuidar la forma y moderar el tono de los textos en la prensa y las redes. No estoy sugiriendo un lรญmite a la libertad de expresiรณn, derecho irrenunciable en cualquier circunstancia. La crรญtica no puede darse tregua. Lo que es preciso evitar es el odio. Me refiero a ese malicioso o malรฉvolo giro de una frase, de una imagen. A ese tufo inconfundible que despide la mala fe. Se dirรก que las palabras y las imรกgenes de odio no matan, pero el daรฑo que provocan es inmenso: envilecen a quien las formula, empobrecen a quien las lee.
La sociedad harรก su parte en rechazar el odio, pero la sociedad no tiene el poder. Es el presidente quien lo tiene. รl es responsable del rumbo del paรญs. Debe saber que el odio nubla el entendimiento y hiela el corazรณn. Debe saber que el odio desde el poder se llama tiranรญa.
Publicado en Reforma el 3/V/20.
Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clรญo.