Las primeras semanas del curso acadรฉmico se parecen, en cierta medida, a las del inicio de aรฑo nuevo. Docentes y estudiantes retomamos nuestras actividades en la universidad con una lista de buenos propรณsitos. Los docentes deberรญamos incluir siempre este: que nuestras aulas se parezcan a las que idealizaba Max Weber. Una aspiraciรณn exigente. Weber, quien dejรณ abundante constancia escrita de sus ideas polรญticas, participรณ en la creaciรณn de un partido y en la gรฉnesis de una constituciรณn, defendรญa en sede universitaria la mรกs estricta neutralidad. A los docentes nos prescribรญa un anรกlisis pausado y desapasionado de las cosas. Evitar caer en la tentaciรณn de utilizar la tarima como pรบlpito y convertirnos en apรณstoles de verdades รบltimas. A los estudiantes les pedรญa que examinaran hechos e ideas incรณmodos dejando de lado sus convicciones personales. Ambos deberes son en realidad dos caras de la misma moneda: la honestidad intelectual, una virtud que cotiza a la baja.
Es conocida la incapacidad creciente de los profesores para cumplir su parte del cometido weberiano. El constante goteo de casos de profesores cancelados o denunciados por sus colegas es el ejemplo mรกs visible de lo difรญcil que resulta para algunos discutir ideas incรณmodas sin perder los papeles. Pero las ramificaciones de esta incapacidad son mรบltiples. Hay docentes que se niegan a dirigir trabajos de alumnos por el hecho de ser ideolรณgicamente contrarios a su lรญnea de investigaciรณn โvaledores de los derechos de los animales que no quieren supervisar una defensa del especismo, por ejemploโ. Otros directamente ven la clase como una trinchera โcomo los que en el punto รกlgido del procรฉs proponรญan explicar las โleyes de desconexiรณnโ en lugar de la Constituciรณnโ. Y, por supuesto, tambiรฉn estรกn los sesgos de cada uno, de los que es difรญcil librarse, y que empaรฑan las interpretaciones caritativas de los argumentos.
En el lado del estudiantado el panorama tampoco promete. Bastarรกn algunos ejemplos โdisculpen la cosecha propiaโ. En los รบltimos aรฑos he tenido alumnos que, en medio de una investigaciรณn, cambian el marco teรณrico que inicialmente eligieron porque temen que arroje conclusiones โun poco fachasโ (sic). Algunos me han reprochado no haberlos protegido lo suficiente durante debates sobre el conflicto palestino-israelรญ. Otros han preferido no investigar sobre ciertos temas cruciales, como la penalizaciรณn de la pornografรญa infantil creada con inteligencia artificial, porque los consideran โdemasiado heaviesโ (sic). Cada vez es mรกs habitual que en algunas clases, como las que dedico a las discusiones contemporรกneas sobre el gรฉnero, varios alumnos prefieran esperar al final de la clase para hacer preguntas o comentarios que no se han atrevido a plantear en pรบblico. Incluso me he visto advirtiendo con un trigger warning โalgo que, debo reconocer, han importado mis alumnos yanquisโ, que el famoso testimonio de Andrea Dworkin, figura clave del feminismo, ante la Comisiรณn de pornografรญa del fiscal general, podrรญa herir sensibilidades por su cruda descripciรณn del peor porno.
Proteger a los estudiantes de hechos e ideas incรณmodos puede pacificar las aulas, pero las esteriliza. Enfrentarlos a ellos no es โno hay que temerโ como forzarlos a comer sesos o lo que sea que detesten. Un mal trago intelectual, a diferencia de uno gastronรณmico, muchas veces enriquece. Una idea incรณmoda puede acercarnos a la verdad, ya sea porque contiene parte de ella o, si es falsa, porque debatirla refuerza nuestra comprensiรณn y defensa de las creencias correctas. Nos lo enseรฑรณ Mill.
No se trata de volver cada dรญa a la casilla de salida y debatir sobre la esclavitud para reafirmar que la libertad es innegociable. Pero si, por poner un ejemplo conocido, Javier Milei sugiere que, en determinadas condiciones, se podrรญa llegar a permitir la venta de รณrganos, la respuesta no puede ser: โยกMonstruoso! ยกIntolerable!โ. Esta es la respuesta de Twitter o del debate polรญtico, que vienen a ser ya casi lo mismo. El aula es el espacio para preguntarnos con limpieza quรฉ es lo realmente problemรกtico: si es la explotaciรณn, solucionable por tanto mediante justo precio, o se trata mรกs bien de un daรฑo simbรณlico relacionado con la comodificaciรณn del cuerpo, o lo que sea, si es que hay algo.
Las aulas tienen que ser espacios seguros, pero no en el sentido de que nadie se sienta molesto u ofendido, sino en el sentido de Weber: deben ser espacios รญntimos en los que nadie es juzgado por sus ideas sino por su capacidad de contrastarlas, desarrollarlas y rectificarlas si corresponde. Y hay que aprovechar este refugio porque fuera, a la intemperie, ocurre justo lo contrario.
Jahel Queralt es profesora de filosofรญa polรญtica en la Universidad Pompeu Fabra.