Brexit: un síntoma del virus populista

El viaje del partido más antiguo del mundo hacia el populismo ha sido el espectáculo más grotesco de los últimos años en Reino Unido.
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Por cuarta vez se repite la historia. El Parlamento británico ha votado un acuerdo de salida de la Unión Europea. Esta vez la historia se repite como farsa y, aunque el Parlamento ha aprobado por primera vez un acuerdo sobre el Brexit presentado por el Gobierno, ha rechazado su plan de hacerlo efectivo desde el 31 de octubre y mantiene la necesidad de una nueva extensión. El proceso de salida permanece abierto, la confusión es generalizada y la política británica sigue descomponiéndose.

En esta ocasión, la principal novedad no era el acuerdo presentado al Parlamento, que no mejora nada sustancial sobre el acuerdo anterior y que, además, no resuelve el problema de Irlanda del Norte. Lo novedoso ha sido que esta vez el que defendía el acuerdo como primer ministro era Boris Johnson; el mismo que hace unos meses calificó la salvaguardia irlandesa de antidemocrática. Y junto a él votó el ala euroescéptica de su partido; la misma que descabalgó a Theresa May.En realidad, da igual. Al final, esto no iba únicamente sobre el Brexit, sino también sobre la lucha por el poder. Boris Johnson tiene ya lo que quería: un nuevo acuerdo arrancado en el último momento y contra pronóstico que presenta como una mejora sobre el de May, un documento que permitía a Reino Unido salir de la Unión Europea el 31 de octubre, y un Parlamento que tumba sus planes. Su promesa en la campaña de las primarias ha sido cumplida. Y su relato de que el Parlamento impide la materialización de la voluntad popular, confirmado. Excelentes condiciones para afrontar unas nuevas elecciones en el que se erigirá como el representante del pueblo frente a la élite de Westminster.

La jugada de Johnson es, de momento, la penúltima estación del viaje del Partido Conservador hacia el populismo. Probablemente este ha sido el espectáculo más grotesco de los últimos años en Reino Unido (y hay dónde elegir): observar cómo el que se suele señalar como el partido más antiguo del mundo ha sucumbido al virus populista. Así fue con la convocatoria del referéndum de Cameron que, de modo irresponsable, trasladó al electorado la resolución de una cuita interna pensando que se cerraría de un modo más fácil. Lo fue toda la campaña por el Brexit y la decisión de última hora del propio Johnson de apoyar la salida de la Unión Europea, simplemente porque le permitiría derrochar retórica populista desde una posición que entonces no parecía tener costes para él. Lo fueron los palos en las ruedas que el sector euroescéptico puso al acuerdo de May pretendiendo el imposible de que no hubiera ningún tipo de frontera en Irlanda y que a la vez el país saliera de la Unión Aduanera. La guinda final ha sido la presentación en Westminster de un nuevo acuerdo que apenas hace modificaciones importantes sobre el de May, pero que ahora apoyan muchos de los que rechazaron el anterior. Ha terminado ocurriendo lo que el periodista Ferdinando Giugliano señalaba hace poco. El populismo propone un escenario ideal para, después de conseguir el poder, terminar ofreciendo lo mismo demasiado tarde y con mayor coste.

Uno podría pensar que ni el populismo ni la lucha encarnizada por el poder dentro de los partidos políticos son nuevos. Lo que sí es preocupante es la intersección de ambos: cuando el populismo se extiende y anida también dentro de los partidos que podemos llamar “de gobierno”. Esto socava la misión que los partidos políticos tienen destinada en la democracia representativa. Los partidos son, básicamente, organizaciones que coordinan ciudadanos alrededor de propuestas programáticas. Coordinan encontrando propuestas comunes entre ciudadanos con ideología compartida. Coordinan también cuando plantean soluciones y nuevas metas a sus votantes. Esa misión esencial de los partidos políticos está en peligro, tal y como han demostrado los tories británicos.

Por un lado, porque su carácter antipluralista termina erosionando una de sus funciones esenciales: agregar preferencias. Los partidos políticos surgen ante la necesidad de coordinar distintas sensibilidades dentro una ideología. Distintas facciones luchan por el poder, pero el partido asegura mecanismos por los que la facción perdedora se ve reflejada en las posiciones finales del partido. La obsesión del Partido Conservador por un Brexit duro ha destrozado este principio. A principios de septiembre, el que fue ministro de Finanzas hasta junio, Philip Hammond, era expulsado del Partido Conservador por posicionarse no ya en contra del Brexit sin acuerdo, sino del cierre del Parlamento que impedía que este se discutiera en la Cámara. Su reacción fue lamentar que el partido al que él se unió había dejado de existir. De ser una parroquia amplia (a broad church) que acogía a todo el espectro conservador y de centroderecha a convertirse en un partido que perseguía la disidencia y cuyo único punto programático era el Brexit duro. Esta reducción de la capacidad de llegar a puntos intermedios entre las distintas facciones es precisamente resultado del efecto corrosivo del populismo.

Por otro lado, coordinar a un electorado también exige que los partidos sean capaces de mirar a la cara a los ciudadanos e indicar cuál es el camino que se ha de recorrer. Para representar, también hay que liderar. Nada de esto se ha visto en Reino Unido (incluido el laborismo de Corbyn). Cuando los partidos de gobierno caen en el populismo dejan de ir por delante de sus votantes para ir por detrás. Y esto, además, limita su capacidad de llegar a acuerdos con otros partidos. Cualquier cesión es vista como una traición. Este ha sido un problema fundamental en todo el proceso del Brexit. La salida de la Unión Europea es, en el fondo, equivalente a una reforma constitucional que tanto May como Johnson han aspirado a llevar a cabo sin contar con nadie más allá de su mayoría parlamentaria (hoy ya perdida).

El Partido Conservador y su mutación con el Brexit es tal vez el ejemplo más alarmante, pero no el único, de la senda que algunos partidos de gobierno en Europa están recorriendo. Tal vez se demuestre que puede ser una herramienta útil para mantenerse en el poder. Las encuestas en Reino Unido así lo indican. La factura, en cambio, es demasiado alta.

 

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Ignacio Jurado es profesor de política en la Universidad de York y colaborador del blog Piedras de papel.


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