Trump finalmente dejó en claro su postura con respecto a los inmigrantes, y es detestable

Como se comprobó anoche con el discurso en Arizona, en Donald Trump no hay nada inofensivo, normal o aceptable.
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Por más absurda y deshonesta que haya sido la forma, sin mayor sustancia, en la que Donald Trump aparentó suavizar su postura antiinmigrante durante las últimas semanas, es innegable que funcionó con una cierta efectividad subconsciente para aquellos que lo siguen con regularidad. Quizás Kellyanne Conway, su nueva asesora de campaña, estaba logrando un cambio. Tal vez Trump realmente modificaría su retórica, si no su corazón. No obstante, después del discurso lleno de odio, estentóreo y rabioso que dio este miércoles sobre inmigración, debe ser imposible no verlo como un demagogo.

Después de su relativamente suave –pero de cualquier forma controvertida– reunión con el presidente de México unas horas antes, Trump tiró la casa por la ventana durante su discurso en la noche (discurso que, por cierto, fue aprobado por David Duke). Los estadounidenses no habían visto a este Trump desde hace semanas, que en una campaña se sienten como una eternidad. El candidato gritó, gesticuló y, aunque pareció leer de un teleprompter, de ninguna manera dio la impresión de hablar de manera ensayada. Quizás más importante, de nuevo comprobó que solo se siente verdaderamente cómodo cuando es capaz de comportarse de la forma más autoritaria.

Debido a una serie de recientes mensajes confusos sobre la actual posición de Trump en torno a los migrantes –un desastre que incluyó a varios miembros de su campaña y a sus propios hijos haciendo declaraciones contradictorias, el candidato mismo depurando su idioma y un intento extrañísimo de encuestar a la audiencia de Sean Hannity para llegar a la posición adecuada- se hablaba del discurso del miércoles como un posible desplazamiento hacia el centro. Pero Trump no suavizó su retórica; alegremente la intensificó. Dio a entender que la Operation Wetback, que deportó inmigrantes indocumentados (e incluso ciudadanos) durante la presidencia de Eisenhower, de forma a veces brutal, vía barcos de carga, no fue suficientemente extrema. Dijo que, tras un arresto, cualquier inmigrante ilegal sería deportado de inmediato aunque no se le hallara culpable de delito alguno. Se burló de Hillary Clinton usando términos personales y burdos, llamándola criminal y preguntándose en voz alta si “quizás la deportarían”.

Prácticamente cada oración de su discurso fue igual de personal y extrema. Pidió la creación de una “nueva fuerza especial para deportar”. Dijo que cualquiera que llegue a Estados Unidos sin documentos será “sujeta a deportación”, mermando así las esperanzas que tenían algunos republicanos más liberales de que Trump ofreciera algún tipo de amnistía para las personas que ya radican de ese lado de la frontera. (“A diferencia de cómo ha ocurrido durante esta presidencia”, dijo, “nadie será inmune a la aplicación de la fuerza”). Habló de exámenes ideológicos para inmigrantes, exacerbando el miedo con la mención de un “caballo de Troya”. En un despliegue vil y explotador, mencionó el nombre de parientes de personas que han sido asesinadas por “inmigrantes ilegales”. Cualquier periodista que diga que Trump ha cambiado su postura, de aquí en adelante está destinado a verse tan ridículo como el presidente de México se vio el miércoles. (Francamente, cualquier periodista que haya dicho eso durante el mes pasado, ya se ve ridículo).

Antes del discurso, pero después de la blanda conferencia de prensa que Trump dio en México, Paul Begala, quien apoya a Clinton, salió en televisión y declaró que la marca Trump no se había visto reflejada en lo que acabábamos de ver. Un político tibio reemplazó al tipo rudo. Si bien Begala claramente intentó hacer una crítica, para Trump es una ventaja que lo critiquen de esta forma. Es casi seguro que no será suficiente para que gane la elección, pero cualquier cosa que pueda hacer para parecer normal –lo que pueda hacer para que la elección parezca genérica- es la mejor estrategia que tiene para atraer nuevos votantes.

El discurso del miércoles demuestra cómo la campaña de Clinton puede y debe atacar a Trump. Durante el último año, Donald Trump ha sido el candidato del caos y la incertidumbre, y durante todo ese tiempo ha estado detrás de Hillary Clinton. Retratarlo como un hombre inconsistente solo servirá para hacerlo ver como una persona normal. El mejor ataque sigue siendo el más preciso: como comprobó su discurso, en Donald Trump no hay nada inofensivo, normal o aceptable.

 

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