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Fuente: George Hodan / Public Domain Pictures

Cartas desde Caracas: anuncios patéticos

Aún es posible la salida pacífica para Venezuela. Implica confiar en la política para ejercer presión.
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La guerra es un asunto demasiado serio para dejarla en manos de los militares.

Clemenceau

 

Podríamos fingir que el autor del epígrafe fue el Winston Churchill de la Primera Guerra Mundial, un verdadero político capaz de entender que incluso las guerras, cuando no pueden evitarse, tienen que someterse a la política, así como los generales a los líderes civiles. No fue otro el criterio del gran teórico de la guerra, el general prusiano C. Clausewitz, quien la definiera como la continuación de la política por otros medios, agregando que la finalidad de la guerra no era aniquilar al último soldado adversario, sino conducirlo a situaciones bajo las cuales no pudiera seguir combatiendo.

La tensión política de Venezuela revive estos conceptos, asociando la forma más improcedente –la solución bélica– con la mejor de todas ellas, la política, en la medida en que se intensifica la solidaridad y se multiplica la presión de los países en busca de libertad, paz y democracia. Olvidan que el propósito explícito de esas presiones es favorecer el cambio democrático por vía de elecciones libres y supervisadas nacional e internacionalmente, en lugar de sumirla en el caos de la guerra, que debido a los muchos intereses en juego suele ser de combustión lenta y de efectos plagados de peligros colaterales.

En este momento se denuncia que desde la zona palestina se han disparado hasta 60 misiles contra Israel, atacando a la población civil. Sin embargo, siendo este país, según se dice, la primera potencia militar de la región y contando con el servicio secreto más efectivo, aun dentro de su política de no dejar ataque sin respuesta, no aprovecha el grave incidente para generalizar la guerra. Indudablemente, los políticos siguen al mando.

Lo que salta a la vista en el caso venezolano es que las presiones, incluso las sanciones, están reclamando que se dirima la tragedia del país por la vía civilizada del voto creíble. El régimen de Maduro no ha sabido o no ha podido vencer las resistencias de su propia organización para aprovechar la oportunidad de negociar la concreción de esa posibilidad con los 60 países solidarios con la oposición conducida por Guaidó y las notables entidades internacionales que han asumido la conducción solidaria y, de manera muy especial, las naciones del Grupo de Lima, cuyo crecimiento y decisión para alcanzar una salida de este tipo se incrementan.

Pese a ese silencioso y creciente sesgo hacia una salida como la indicada, no puede descartarse tampoco que el asunto se vaya de las manos y estalle la guerra. Cierto es que, habida cuenta de la fuerza de las partes, sería de duración breve, aunque no pueda decirse lo mismo de las consecuencias. Confiemos, sin embargo, que en la medida en que aumenta la presión sobre el régimen, aumente también el peso de la razón. Parece evidente que, con el incremento de la fuerza solidaria, tienda a prevalecer el peso de la conciencia sobre el de las pasiones irracionales y se aproxime más la salida política que la violenta.

Vuelven a la palestra ciertos aforismos que la realidad no se cansa de rebatir: la conseja de que los regímenes comunistas nunca ceden el poder por vía electoral y la de que la cúpula dominante en Venezuela jamás se entregaría, pues tiene mucho que perder. Si recordamos el colapso de las llamadas democracias populares de Europa del Este, Albania, Bulgaria, Checoslovaquia, RDA, Rumania, Hungría, Polonia, de la antigua URSS y de la asombrosa revolución de libre mercado que ha hecho de la China popular la segunda más grande entidad capitalista del mundo, debemos llegar necesariamente a la conclusión de que los grandes cambios desbordan las fronteras del simplismo y el dogma. En todas ellas la transición del socialismo a la democracia y al libre mercado transcurrió por vía relativamente pacífica, aún con algunos brotes violentos en países como Rumania y las invasiones de Hungría y Checoslovaquia.

Con toda la razón del mundo, se usa como emblema de estos virajes inesperados, desde el comunismo extremo al capitalismo liberal, el caso de Polonia. Solidaridad, el gran Lech Walesa y el brillante Papa polaco Juan Pablo II ilustran que no hay camino escrito para salir de los sistemas autocráticos. Walesa se enfrentó electoralmente y en la calle al POUP, al final dirigido por el general Jaruzelski, simultáneamente secretario general comunista. Las elecciones fueron parlamentarias, pero la derrota del POUP fue tan contundente que, en un arrebato de honor, el general renunció a la presidencia dando paso al triunfo de Walesa y Solidaridad y al restablecimiento del sistema de libre mercado.

No obstante, por ser el caso quizá más extremo prefiero resaltar los acontecimientos albaneses. El país más extremista de todos los mencionados fue Albania, más antisoviética desde la izquierda que la propia China de Mao. El Secretario General del PTA fue el sátrapa Enver Hoxha, quien superó en el culto a su personalidad a los emblemáticos Mao, Stalin y Kim Il Sung. El estremecedor proceso interno que vivió se tradujo en el pleno del Comité Central del PTA ordenando transformaciones profundas en dirección al estado de emergencia y al libre mercado. En 1991, incluso eliminó las palabras socialista y popular, dejando como nombre oficial República de Albania. En 1997 se celebraron elecciones anticipadas y en 1998 el nuevo presidente de Albania proclamó la primera Constitución postcomunista con 93% de votos a favor.

El caso venezolano resulta paradigmático en ese sentido. Es un evidente error sobrestimar las ventajas del régimen madurista mientras se desestiman los progresos tangibles en la esfera opositora.

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Es escritor y abogado.


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