Foto: Twitter @KnessetENG

¿Netanyahu pierde el timón?

Buscando una coalición que lo coloque nuevamente como primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu se ha rodeado de líderes ultranacionalistas religiosos. Pocos dentro y fuera del país festejarán un gobierno así.
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En días que conducen a la formación de un nuevo gobierno en Israel, se multiplican voces subidas de tono y torcidas afirmaciones por parte de los líderes de los partidos judíos ortodoxos en Israel.

Ya no se contentan con poner en duda el carácter judío del anterior primer ministro, Naftalí Bennett, al afirmar que su madre –residente y ciudadana del país–era goia (no judía)y que para contraer matrimonio con un judío debió convertirse, un hecho que implicaría que, conforme a las normas hebreas, Bennett no es en rigor judío y carece por lo tanto de derecho alguno para ejercer puestos públicos.

Es una mentira que figuras rabínicas seleccionadas por Netanyahu como probables futuros ministros difunden sin reservas.  

Se suman a estas torcidas afirmaciones las declaraciones de Yitzchak Goldknopf, líder de la alianza de partidos Judaísmo Unido de la Torá. El futuro ministro de la Vivienda, un rabino que no titubea en rezar una y otra vez ante de tomar la palabra en público, ha declarado que no existe en el país una crisis en materia de vivienda, afirmación impugnada por todos los medios. Es cierto y comprobable que el déficit en viviendas no es agudo en los barrios excluyentes donde los ortodoxos viven. Sin embargo, la gran mayoría de las parejas jóvenes en el país carece de un techo, ya sea por la ausencia y lentitud de los proyectos de construcción, ya por los altos costos en el presente escenario económico y nacional.

Y a esta peregrina afirmación cabe añadir la postura de Moshé Gafni, otro importante líder de Judaísmo Unido de la Torá –quien se dice mesurado–, sugiriendo que la mitad de los jóvenes israelíes estudie la Torá mientras la otra mitad se enlista en el ejército –“como en tiempos del rey David”– un intercambio que, conforme a este veterano diputado, beneficiaría a ambas partes, sin desalentar la imparable conquista de nuevos territorios asociados a recuerdos bíblicos.  

Cabe agregar que Bezalel Schmotrich e Itamar Ben Gvir, ambos líderes del partido La Fuerza Judía y futuros ministros en el gobierno en conformación, ya exigen la anexión militar de Cisjordania –tierras que hoy no pertenecen al Estado– a fin de “judaizarlas” e integrarlas al país.

Y se anticipa que los servicios policiales que preservan el orden interno en Israel estarán en manos del propio Ben Gvir, un político nacionalista religioso simpatizante del célebre rabino ultranacionalista Meir Kahane.

En este movido escenario, no pocos prevén un amplio choque militar en el Medio Oriente. Tal perspectiva inquieta a miembros de la alta cúpula política del partido Likud, hoy encabezado por Netanyahu, cuando perciben que importantes cargos ministeriales y públicos –tal vez con la excepción de algunos encargados de la defensa del país– conocerán radicales cambios.

En otros términos: después de casi dos meses de su victoria electoral, Bibi no solo ha fracasado en levantar una legítima y aceptable coalición gubernamental. Se inclina por escoger a figuras absolutamente alejadas –incluso hostiles– a la presente realidad mundial y nacional. Se adhiere en los hechos a la idea de que Jehová y sus adictos deben trazar y poner en práctica la política interna e internacional de Israel.

Tales tendencias son inaceptables para amplios sectores de la sociedad israelí. Y es obvio que muy pocos en el mundo –desde Estados Unidos a Europa, pasando por países latinoamericanos– festejarán esta inclinación. Antes al contrario.

Un sombrío ambiente gravita hoy en no pocos hogares de Israel. Ya se registran protestas en las calles del país.

Claramente, ni la imposición del credo religioso ni la arbitraria ocupación de Cisjordania, que pertenece al Estado palestino, son aceptables para la mayoría del país, incluyendo a no pocos de quienes votaron en favor de Bibi. La personal aspiración del próximo primer ministro de librarse del juicio que le abruma desde hace meses no debe implicar el grave debilitamiento de la democracia y de la seguridad de Israel.    

Si Netanyahu no cambia el presente rumbo, la severa fragmentación de la sociedad israelí será inevitable.    

En este sombrío ambiente —más cercano a un escenario religioso y fanático que a uno moderno y equilibrado–, Bibi pretende calmar el desbordante enojo en las filas de su partido.

Tal vez ya es tarde. No quedan puestos gubernamentales importantes que no hayan sido ofrecidos a los círculos rabínicos que representan a algo menos de la quinta parte de la ciudadanía israelí. Los cargos que restan tienen inferior importancia.

Estas circunstancias y factores me conducen a anticipar varios escenarios.

El primero no es verosímil: que Netanyahu fracase en su intento de formar una coalición en el curso de los próximos días y Yair Lapid continúe en el cargo como primer ministro.  

Pero el segundo lo es: que logre formar una coalición más allá de los alaridos y el descontento de altos miembros de su partido y de la opinión pública.  

¿Y qué vendrá después?

Juzgo que si los elementos rabínicos-nacionalistas no se ven frenados, se abrirán dos posibilidades.

Primera, un amplio y desigual encuentro militar dirigido a imponer el control israelí sobre Cisjordania y el desmantelamiento de la entidad palestina.

Y la segunda, una rebelión civil y popular adversa a Netanyahu y a la estrecha ortodoxia que hoy le apoya.  

Ambas posibilidades inquietan a amplios segmentos de la opinión pública de Israel, incluyendo a no pocos que votaron en favor de Bibi. Pienso que el presidente Herzog –más allá de las limitaciones de su alto cargo– no dejará de revelar una postura adversa a las intenciones de Netanyahu.

En cualquier caso, la opinión internacional abrumará a Israel.  

Y no dejo de preguntarme: ¿qué dirán las diásporas judías?

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es académico israelí. Su libro más reciente es M.S. Wionczek y el petróleo mexicano (El Colegio de México, 2018).


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