En memorable entrevista, el expresidente Felipe González declaró que el sistema reinante en Venezuela estaba “deshecho”, un país hundido en la más sombría de las tragedias, razón por la cual Nicolás Maduro debía retirarse.
Por su parte el diputado José Guerra, economista y experto en la materia, afirmó que “del Banco Central de Venezuela solo queda el edificio, una mole de concreto armado, unos escritorios y unas sillas. Desde el año 2013 no da a conocer los lineamientos de política monetaria. Un banco central que perdió el rumbo en materia de lucha contra la inflación y su mejor arma es esconder y manipular las cifras. ”
Son grandes verdades.
Se ha hecho general ante evidencias inocultables valerse de los adjetivos más duros para calificar la mencionada tragedia.
Respecto a pobreza, la Cepal no ha recibido estadísticas sobre el país desde 2015. Las cifras oficiales más recientes, mencionadas por Nicolás Maduro, la ubican en 4,4% y la reputada Encuesta de Condiciones de Vida (ENCOVI), elaborada por UCV, UCAB y USB, apunta a un nivel de pobreza de 48% por diversos factores y 94% por ingresos.
En cuanto a salud, según Human Rights Watch, los brotes de enfermedades que pueden prevenirse con vacunas y que habían sido eliminadas del país sugieren que existen graves deficiencias en la cobertura de vacunación. Ningún hospital de Venezuela está preparado para atender epidemia alguna. Por ejemplo, la malaria pasó de 36,000 casos en 2009 a más de 400,000 en 2017; el sarampión ha trascendido fronteras y se sospecha de más de 10,000 casos de procedencia venezolana en Brasil y en el caso de la tuberculosis, la tasa de incidencia en 2017 (32,4 por cada 100,000 habitantes) fue la mayor que tuvo lugar en Venezuela en 40 años. Por suerte el país no registra todavía la presencia del coronavirus, para lo cual, repito, nuestra red hospitalaria está en las peores condiciones. Las estadísticas oficiales más recientes del Ministerio de Salud de Venezuela indican que en 2016 la mortalidad materna aumentó un 65% y la mortalidad infantil creció un 30% en apenas un año.
Sobre desnutrición, la ENCOVI 2018 concluyó que el 80% de los hogares venezolanos está en situación de inseguridad alimentaria, lo que implica que no cuentan con una fuente segura de alimentos, y que las personas perdieron un promedio de 11 kilos durante 2017. Cáritas Venezuela informó que la desnutrición aguda moderada a severa entre niños y niñas de menos de cinco años aumentó del 10% en febrero de 2017 al 17% en marzo de 2018.
Para educación, según Memoria Educativa de Venezuela (2018), el porcentaje de la población escolarizada se derrumbó. El Estado decía que tenía 51.6% venezolanos escolarizados, pero en 2016 bajó a 33.9%. Según cifras del Informe Provea 2018, en sólo siete meses de 2017 se redujo la matrícula en 251,180 estudiantes, es decir, 35,000 cada mes.
En cuanto a migración, de acuerdo con el Informe de Movilidad Humana: realidades y perspectivas de quienes emigran, la emigración venezolana originará un problema demográfico a mediano y largo plazo. Por un lado, debido a la disminución de la población entre 18 y 39 años, que se encuentra en plena edad productiva; un bono demográfico que es absorbido por los países receptores. Por el otro, el incremento natural y progresivo de la población con 70 años y más. Esta pequeña muestra del sombrío drama de Venezuela explica las dimensiones de la llamada diáspora que, tratándose de un fenómeno de proporciones bíblicas, convendría denominar más bien éxodo. Es sin duda la consecuencia de una honda catástrofe que desgraciadamente se expande por toda la región
Si se observan las cifras antes mencionadas, se verá cuán endeble es la excusa utilizada por el régimen para evadir su autoría.
¿Cómo afecta este panorama borrascoso el ánimo de los venezolanos?
La palabra es desesperanza. Refiriéndose a los latinoamericanos, César Vallejo escribió: “nuestro caso radica en una escalofriante desolación”.
Tal afección espiritual incide en la profusión de propuestas basadas en la pasión y no en el raciocinio. En momentos tan complejos, las emociones son muy útiles porque impulsan las acciones, pero lo serán más si son gobernadas por la fría razón. Deduzco que la fórmula perfecta para dirigir en tiempos de turbulencia es disponer de un corazón ardiente y de un cerebro frío y sereno.
Tres son, en general, los posibles desenlaces: uno, llevarlo todo a la fuerza de las armas en manos de los países que se han solidarizado con Venezuela. Dos, esperar que el evidente proceso de desmoralización y crisis en las Fuerzas Armadas conduzca a una presión uniformada crítica (no es casual que el número de presos políticos civiles y militares se haya emparejado). Tres, las elecciones generales con un árbitro confiable y una eficaz y amplia observación internacional. Elecciones libres para recuperar la democracia y la libertad.
Por muy versátil que tenga que ser la política del cambio democrático en la peligrosa situación del país, su curso y objetivo principales deben ser las elecciones y la promoción del voto, independientemente de lo que ocurra más allá de nuestros deseos. Es sin duda la esperanza que, explícita o implícitamente, sustenta la solidaridad mundial. Se trata de presionar una y mil veces al sistema oficialista para que entienda que aferrarse al poder sería tan inaceptable como lamentables sus consecuencias.
La guerra no puede ser deseable, mucho menos para un país que ha sufrido tanto como el nuestro. La unidad, siempre la unidad, al final podrá lograr el cambio democrático sin derramar ni una gota más de sangre.
Es escritor y abogado.