Casa Rorty II. Buscando el mal del siglo

Las cosas no son ya como fueron; lo que estรก por decidir es si estamos peor que antes, si la nostalgia tiene razones que la sostengan o solo es un peligroso espejismo que induce al desรกnimo.
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Una de las pelรญculas mรกs singulares del aรฑo pasado fue Moonage Daydream, un documental con apariencia de film-ensayo sobre la figura del legendario mรบsico britรกnico David Bowie. Son 135 minutos de collage visual que transcurren sin la ayuda de un narrador a la manera tradicional: el propio Bowie es el รบnico que toma la palabra, ya sea a travรฉs de sus canciones o regresando de entre los muertos gracias al material de archivo desenterrado por el realizador Brett Morgen. Acompaรฑarlo en ese viaje es atravesar la historia del รบltimo tercio del siglo XX, del que la mayorรญa de los vivos todavรญa somos deudores; las comparaciones se hacen inevitables. Veamos.

La pelรญcula es visualmente abrumadora y cuenta con una extraordinaria banda sonora en cuya elaboraciรณn ha participado Tony Visconti, quien fuera productor de รกlbumes importantes de Bowie; los clรกsicos en directo, algunos de los cuales datan de comienzos de los 70, se combinan con canciones cuya secciรณn rรญtmica ha sido ocasionalmente reforzada y no pocos remixes editados para la pelรญcula. Incansable experimentador de formas sonoras en el interior de la mรบsica pop, Bowie asociรณ ese proceso de bรบsqueda a las distintas transformaciones de su persona pรบblica: adoptรณ tantas identidades durante su extraordinaria peripecia artรญstica  โ€“que va del folk al glam-rock y del soul al funk, hasta desembocar en el pop de vanguardia y la electrรณnica, con permiso del rock duro de Tin Machine y una parada final en algo parecido al pop con acentos jazzรญsticosโ€“ que la prensa musical no pudo sino llamarlo โ€œel gran camaleรณn del rockโ€. Es natural que Moonage Daydream funcione asรญ como un elogio fรบnebre. Pero el film tiene algunos problemas: no solo renuncia a explorar los periodos mรกs oscuros en la vida de Bowie, como sus problemas con las drogas a mitad de los 70, sino que incurre en cierta reiteraciรณn temรกtica debido al empeรฑo por poner todo el acento en la metamorfosis incansable de nuestro hombre. Es arriesgado insistir tanto en una voluntad de bรบsqueda cuyos presupuestos filosรณficos no dejan de ser โ€“como el propio Bowie admitรญaโ€“ algo superficiales.

No importa: lo que vemos en pantalla es el despliegue abrumador de un artista de su tiempo, alguien que fue capaz de crear una docena larga de รกlbumes sublimes y llenar estadios con ellos. Sรบmense las portadas de las revistas y las apariciones en prime time televisivo: he aquรญ una figura con influencia sobre millones de personas que jamรกs renunciรณ โ€“tenรญa dinero para hacerloโ€“ a seguir haciendo mรบsica. Por desgracia, Bowie tuvo su decadencia: nada fue igual a partir de Letโ€™s dance, por mรกs que fuera capaz de terminar vida y obra in style con un elegรญaco รกlbum final. En eso se parece a Prince, quien tambiรฉn pareciรณ vaciarse tras 15 aรฑos de genialidad imparable; otros protagonistas de la era dorada del pop, como Lou Reed o Neil Young o Bob Dylan, aรบn vivieron resurrecciones gloriosas justo cuando parecรญan haberse extraviado. El reciente fallecimiento de Tom Verlaine, lรญder de Television, muestra quรฉ difรญcil es no ya triunfar sino mantenerse en la cima. Desde que empezara el nuevo siglo, solo Kanye West ha exhibido a la vez un talento musical renovador y la necesaria ambiciรณn artรญstica durante un periodo de tiempo prolongado e infalible: doce aรฑos separan The College Dropout y su รบltimo รกlbum redondo, The Life of Pablo. Parece difรญcil que remonte ya.

Artista heroico: fin de raza

No se trata de convertir este blog en un apรฉndice de Rockdelux, nuestra veterana revista musical: solo querรญa subrayar que hay un cierto tipo de artista popular que se encuentra en trance de desapariciรณn. Ese artista heroico, en ocasiones vinculado a las grandes turbulencias sociales del agitado siglo XX, no solo hizo mรบsica: la desapariciรณn de Jean-Luc Godard marca el fin del director cinematogrรกfico que abriรณ caminos formales y se comprometiรณ polรญticamente con ambiciosos proyectos de transformaciรณn social. Recordemos que el propio Dylan fue tomado por un mesรญas en los aรฑos 60, papel al que renunciรณ voluntariamente ante la presiรณn creciente de sus fans; su grave accidente de motocicleta le permitiรณ esconderse durante el tiempo necesario. En distinta escala, todos ellos fueron fenรณmenos de masas: recordemos a Beatles y Rolling Stones, despertando pasiones juveniles allรก por donde iban.

ยฟSon posibles aรบn esas idolatrรญas multitudinarias? Es la pregunta que se hacรญa The Economist tras el estreno de dos pelรญculas dedicadas a sendos mitos del siglo XX: aunque el enfoque de sus realizadores difiere en aspectos importantes, tanto Baz Luhrmann en Elvis como Andrew Dominik en Blonde miran en la trastienda de dos performers cuya leyenda en vida solo fue superada por la mitologรญa creada alrededor de sus figuras despuรฉs de una muerte prematura. El caso es que ambos, Elvis y Marylin, siguen siendo famosos setenta aรฑos despuรฉs: ยฟserรก famosa dentro de setenta aรฑos alguna de nuestras celebridades? No es probable: mantenerse arriba en una sociedad global caracterizada por la fragmentaciรณn de las audiencias es prรกcticamente imposible, salvo que reduzcamos el nรบmero de seguidores que hacen falta para contar como celebrity. Por lo demรกs, que Elvis y Marylin saltasen a la fama en los aรฑos 50 tiene mucho sentido, ya que en esa dรฉcada pasaron cosas que solo pasan una vez: naciรณ el rockโ€™nโ€™roll, empezรณ a cobrar forma la cultura juvenil, se dieron los primeros pasos en la revoluciรณn sexual y las casas empezaron a llenarse de televisiones. ยกAsรญ cualquiera!

Tiene su lรณgica que el ocaso relativo de la cultura de masas, al menos de aquella que floreciรณ en la segunda mitad del siglo pasado, venga acompaรฑada hoy del lamento por el declive paralelo de la contracultura que se desenvolvรญa a su sombra. Nuestro tiempo arroja sobre esta รบltima una mirada entre curiosa y nostรกlgica: hemos visto el documental de Todd Haynes sobre The Velvet Underground y esperamos uno sobre la fotรณgrafa Nan Goldin, mientras en Espaรฑa se homenajea a ilustradores como Ceesepe y coinciden en las librerรญas dos libros dedicados a la contracultura sevillana de la segunda mitad de los 60, con especial รฉnfasis en la eclosiรณn del rock de inflexiones flamenco-psicodรฉlicas: el ensayo de Francisco Matute Esta vez venimos a golpear y la โ€œmaxaubianaโ€ novela de Javier Padilla Vida y obra de Gabriel Maceli Campalans. Aunque no se dice de manera explรญcita, late en estas miradas hacia el pasado una cierta melancolรญa, la aรฑoranza por una รฉpoca en la cual se producรญa un arte con aspiraciones revolucionarias o cuando menos rupturistas, dotado por tanto de un aura reconocible, hacia el que se mantenรญa una actitud de reverencia que se acrecentaba por la dificultad con que se accedรญa a รฉl. Para colmo de nostรกlgicos, aquella mรบsica se hacรญa en comunidades locales ubicadas en lugares concretos: hasta que llegaba el ejecutivo de la discogrรกfica con la primera oferta, habรญa en aquellas redes algo que hoy nos parece entraรฑable. Hay mรกs: la juventud que se ponรญa en contacto con aquellos movimientos culturales vivรญa una aventura cuyo significado biogrรกfico era experimentado con la mayor solemnidad. Muchos querรญan, ademรกs, hacer la revoluciรณn. Y aunque la literatura contemporรกnea que pivota alrededor del feminismo radical mantiene viva esa aspiraciรณn, es difรญcil considerarla parte del underground a estas alturas: el Manifiesto SCUM de Valerie Solanas, quien ha pasado a la historia por pegarle un tiro a Andy Warhol, fue publicado en el lejano aรฑo de 1967.

Nos duele el futuro

Asรญ que las cosas no son ya como fueron; lo que resta por decidir es si estamos peor que antes: si la nostalgia tiene razones que la sostengan o solo es un peligroso espejismo que induce al desรกnimo. Para el periodista norteamericano Ross Douthat, columnista catรณlico del New York Times, la respuesta es inequรญvoca: las sociedades occidentales se deslizan inexorablemente por la pendiente de la decadencia. Asรญ lo expuso hace dos aรฑos en un libro titulado The Decadent Society, que tuvo ediciรณn espaรฑola (La sociedad decadente, Ariel, 2021); se le prestรณ cierta atenciรณn. Se trata de un ensayo interesante, cuya tesis central es compartida por los โ€œdeclinistasโ€ de todas las confesiones pese a encontrarse en las antรญpodas ideolรณgicas de su autor. ยกVamos mal! Quizรก incluso fatal: son muchos quienes creen que estamos ante una crisis sistรฉmica que llevarรก en el medio plazo a alguna clase de colapso de raรญz medioambiental y, si hay suerte, a la caรญda del capitalismo. No serรญa exagerado hablar de un nuevo mal del siglo: a diferencia de los romรกnticos del XIX, a los que dolรญa la racionalizaciรณn del mundo que trajo la modernidad, a nosotros nos duele el futuro. Frente a los apocalรญpticos, empero, Douthat se inclina por la posibilidad de un declive prolongado no carente de bienestar. Y ahรญ reside su originalidad: en postular que estamos durmiendo una siesta en lugar de precipitรกndonos escalera abajo.

Hay que disculpar al periodista estadounidense que empiece su libro con la manida frase de Antonio Gramsci que dice que lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer: que el pensador italiano muriese en 1937 y se lo siga citando hoy sugiere que su afirmaciรณn es sentida como cierta en cualquier tiempo. Para Douthat, el fin de la carrera espacial constituye el sรญmbolo del estancamiento de las sociedades occidentales, que habrรญan dejado de ser expansionistas por vez primera desde los albores de la modernidad; no sรฉ si habrรก leรญdo a Zizek cuando interpreta el accidentado regreso de Sandra Bullock a la Tierra en Gravity como el recordatorio de que este viejo planeta es lo รบnico que tenemos. Esa ideologรญa de la exploraciรณn habrรญa servido para legitimar los abruptos cambios experimentados en la vida cotidiana de los millones de seres humanos afectados por la industrializaciรณn, la centralizaciรณn estatal o la secularizaciรณn. A su juicio, no es casual que la liquidaciรณn de la era espacial haya coincidido con un giro introspectivo del mundo desarrollado, donde la pรฉrdida del optimismo y la desconfianza hacia las instituciones van acompaรฑadas del รฉxito de las filosofรญas terapรฉuticas y las tecnologรญas simulativas, asรญ como del declive de las ideologรญas y la religiรณn. Douthat lo tiene claro: โ€œDesde el Apolo, estamos en decadenciaโ€.

Para Douthat, pues, vivimos una decadencia sin colapso. Mรกs que un retroceso econรณmico, padecemos un estancamiento; el deterioro institucional no hace caer las democracias; el agotamiento cultural e intelectual coexiste con un alto nivel de prosperidad material y desarrollo tecnolรณgico. La situaciรณn resultante es una en la que โ€œla repeticiรณn antes que la innovaciรณn es la norma; la esclerosis aflige por igual a instituciones pรบblicas e iniciativas privadas; la vida intelectual parece moverse en cรญrculos; los nuevos desarrollos cientรญficos y exploraciones quedan por debajo de lo que la gente espera. Y, sobre todo, el estancamiento y el declive son a menudo la consecuencia directa del avance precedente. Una sociedad decadente es, por definiciรณn, vรญctima de su propio รฉxitoโ€.

Los datos disponibles vendrรญan a avalar una conclusiรณn que quizรก intuitivamente no sintamos como cierta: aunque nos parece que todo va muy rรกpido, el cambio real se produce lentamente; apenas crecemos e innovamos poco. Se produce un descenso en el ritmo de crecimiento a partir de la dรฉcada de los 70, aun con matices regionales, que a su vez vendrรญa causando un tipo parecido de fenรณmenos polรญticos en las dos orillas del Atlรกntico; tanto la apariciรณn del populismo como la reemergencia del extremismo obedecerรญan al contraste entre la promesa del mejoramiento infinito y la impresiรณn de que todo sigue igual. Hay progreso tecnolรณgico, aclara, pero su escala es mรกs modesta que en el pasado; en cuanto a internet, su impacto en la vida cotidiana le parece poca cosa si lo comparamos con lo sucedido entre 1870 y 1970. Para colmo, las sociedades occidentales estรกn envejeciendo y eso las hace menos dinรกmicas; cuando los miembros del baby bust se hagan mayores, el mundo puede ser un lugar solitario salvo que la inmigraciรณn masiva โ€“que polรญticamente presenta notables dificultadesโ€“ pueda remediarlo.

Tampoco las instituciones polรญticas parecen funcionar como debieran: por momentos se tiene la impresiรณn de que las democracias se han convertido en vetocracias. En el รกmbito de la cultura, priman la retromanรญa y la repeticiรณn; las innovaciones formales que fueron la norma hasta finales de los 70 en campos como el cine y la literatura, extendiรฉndose a lo largo de los 80 en la mรบsica pop, serรญan ya infrecuentes. ยฟTenรญa razรณn Fukuyama cuando describiรณ el fin de la historia como un lugar triste y aburrido? Douthat cree que los boomers fueron los รบltimos que gozaron de condiciones favorables para la bรบsqueda y materializaciรณn de un ideal: llegaron a la mayorรญa de edad cuando todavรญa quedaban en pie tradiciones occidentales susceptibles de ser derribadas, lo que proporcionรณ a la contracultura de los aรฑos 60 un rival de entidad: las viejas normas de la conformidad burguesa, los restos del cristianismo, el relato patriรณtico posbรฉlico, la cultura de masas. En cualquier caso, lo decisivo es la tensiรณn que produce el antagonismo: la cultura heredada podรญa ser combatida y reinventada al mismo tiempo que se reivindicaba una alternativa utรณpica que aรบn no habรญa tenido la ocasiรณn de fracasar. Por contraste, el radicalismo polรญtico de ahora mismo parece un ejercicio nostรกlgico que trata inรบtilmente de resucitar viejos cadรกveres ideolรณgicos. ยกMirad esos arlequines!

Aunque no sabemos lo que piensa Douthat de las manifestaciones que reclaman en Francia mantener la edad oficial de jubilaciรณn en los 62 aรฑos, su sugerencia es que nos encontramos ante una โ€œdecadencia sostenibleโ€; la propia de sociedades ricas, democrรกticas, pacรญficas. Nadie sabe lo que depararรก el futuro: las cosas podrรญan salir mal si estalla una guerra mundial o se produce algรบn tipo de colapso ecolรณgico, pero tampoco cabe descartar una aceleraciรณn tecnolรณgica imprevista o una reorganizaciรณn espiritual que conduzca a nuevas formas de convivencia. Ya veremos; o ya lo verรกn quienes sigan por aquรญ. De momento, sostiene Douthat, la tarea es sacar partido a este prรณspero estancamiento mediante una moderaciรณn de las expectativas: el boom de la segunda posguerra no volverรก, la carrera espacial ha terminado y no estรก el patio del envejecimiento para experimentos socialistas ni libertarios. Su sugerencia es que aprendamos a vivir dentro de ciertos lรญmites, distribuir de manera justa los recursos existentes, lograr una mejora marginal de las instituciones y las polรญticas pรบblicas, ayudar a individuos desfavorecidos y paรญses pobres. Nada de lo cual puede llevarse a tรฉrmino si seguimos empeรฑados en realizar los grandes proyectos ideolรณgicos de la modernidad.

Modernidad y pesimismo

Habrรก quien diga que la modernidad misma es un proyecto ideolรณgico; yo tengo mis dudas. En un sentido elemental, claro que lo es: la modernidad define una forma de estar en y tratar con el mundo. Pero que el ser humano en todo tiempo y lugar quiere asegurar su posiciรณn en ese mundo, garantizรกndose los medios de subsistencia y procurรกndose niveles crecientes de bienestar, no es un proyecto ideolรณgico sino una constante antropolรณgica. Si aceptamos esa premisa, tendremos un criterio con arreglo al cual juzgar el desempeรฑo de las distintas culturas; podemos discutir si el animismo de las tribus amerindias produce una sociedad mรกs deseable que aquella que resulta del racionalismo ilustrado. Sea como fuere, en la modernidad estamos; y si no media una catรกstrofe imprevista, seguiremos en ella. Dicho esto, ha de reconocerse que la modernidad no ha conseguido jamรกs un apoyo unรกnime: de los romรกnticos que padecรญan el mal del siglo a mitad del XIX a los nativistas de la primera mitad del XX y los comunitaristas del XXI, pasando por los revolucionarios de izquierdas y derechas, muchos han sido los descontentos que han ejercido resistencia contra ella.

Volvamos, sin embargo, al asunto de la decadencia: ยฟvamos a menos? Si bien se mira, es paradรณjico que la confianza en el progreso pudiera sobrevivir a dos guerras mundiales y a los crematorios nazis: cualquiera pensarรญa que aquello suponรญa ya suficiente prueba de decadencia. Tanto los existencialistas como los francfurtianos entendieron que lo sucedido no habรญa sido precisamente una minucia; no pocos artistas, de Rossellini a Camus y Rothko, sintieron lo mismo. Pero la postraciรณn no es un estado que pueda mantenerse indefinidamente. Asรญ que mientras los progresistas encontraban solaz en la continuidad del experimento soviรฉtico y renovaban sus esperanzas internacionalistas con aquellos procesos de descolonizaciรณn que enarbolaron la bandera del socialismo, el resto del mundo se entregรณ a la tarea de la reconstrucciรณn: un complejo proceso de reorganizaciรณn geopolรญtica y transformaciรณn interior descrito magistralmente por Tony Judt en Posguerra. Al fin y al cabo, ยฟquรฉ otra cosa se podรญa hacer? No hay duelo que cien aรฑos dure e incluso los que duran algo mรกs โ€“como los dos mil aรฑos del cristianismoโ€“ incorporan la esperanza de un futuro mejor.

De manera que la combinaciรณn de bienestarismo estatal, consumo de masas y rejuvenecimiento demogrรกfico se las apaรฑรณ para devolver la legitimaciรณn perdida al ideal de progreso. Por contraste con los violentos aรฑos veinte y la depresiรณn econรณmica de los treinta, las sociedades occidentales parecรญan haber alcanzado un equilibrio virtuoso: aquellos Treinta Gloriosos que hoy son objeto de tanta aรฑoranza alimentaron la esperanza de que lo peor hubiera pasado. Ese medio siglo de expansiรณn material que comienza en la segunda posguerra recibe en la actualidad la denominaciรณn de โ€œGran Aceleraciรณnโ€ por parte de los historiadores medioambientales: la civilizaciรณn de las energรญas fรณsiles trabajaba a pleno rendimiento. Es justamente la crisis del petrรณleo desencadenada en 1973 la que abre una primera grieta en el edificio neokeynesiano; el aparente รฉxito de las polรญticas liberales posteriores, prolongado durante los optimistas aรฑos 90, termina abruptamente con la Gran Recesiรณn de 2008. Desde entonces, estamos instalados en el pesimismo y la serie de acontecimientos que siguen al crash de Lehman Brothers โ€“Trump, Brexit, pandemia, Ucraniaโ€“ no han sido de mucha ayuda.

Asรญ que el acierto de Douthat radica en haber identificado un fenรณmeno que tiene que ver con las expectativas: aunque los defensores de la modernidad han reclamado desde sus inicios el salto a la mayorรญa de edad de la humanidad, ellos mismos se dejaron llevar por un entusiasmo casi infantil cuando dibujaban los contornos de esa tierra prometida a la que nos conducirรญa el ejercicio emancipado de la razรณn. Durante un tiempo, la realidad aguantรณ la comparaciรณn: se descubrieron los virus e instalaron inodoros, brotaban los rascacielos y circulaban los automรณviles, los tractores araban los campos mientras las condiciones de trabajo mejoraban paulatinamente, sonaba el jazz y se iba al cine. ยกNi siquiera habรญa pasaportes! Estados Unidos simbolizรณ la nueva abundancia: el paรญs prometรญa comida abundante y libertad religiosa a las poor huddled masses que llegaban a sus orillas. Simultรกneamente, claro, se perpetraban toda clase de atrocidades: explotaciรณn colonial, aniquilaciรณn de especies animales, gaseamientos en el campo de batalla. Y en la tierra de la libertad, la discriminaciรณn sistemรกtica de la minorรญa negra.

Reencantamiento con el mundo

Pero conviene subrayar que la modernidad industrial no fue para sus primeros protagonistas โ€“poetas romรกnticos al margenโ€“ una apisonadora que vaciaba al sujeto por dentro y lo condenaba al spleen irremediable. Recordemos las Exposiciones Universales, con su catรกlogo de novedades tรฉcnicas y curiosidades exรณticas; pensemos en la experiencia urbana, llena de posibilidades y dinamismo. No: la modernidad temprana fue un reencantamiento del mundo, aunque supusiera un desencantamiento paralelo del mundo natural. Asunto distinto es que tambiรฉn para la modernidad se agote el tiempo de la juventud y las cosas terminen torciรฉndose: ยฟcรณmo no iban a hacerlo, si el fuste de la humanidad estรก torcido รฉl mismo? Douthat subraya algo que ya se ha mencionado antes en relaciรณn con los aรฑos cincuenta: que durante las dรฉcadas del optimismo moderno se dieron condiciones irrepetibles, entre ellas un rejuvenecimiento demogrรกfico que contrasta poderosamente con el envejecimiento que viven las sociedades occidentales. 

Sucede que esa cualidad inaugural se extiende mucho mรกs allรก de la segunda posguerra: en el periodo que va de la segunda mitad del XIX a la Segunda Guerra Mundial se producen tantas novedades โ€“polรญticas, culturales, cientรญficas, tรฉcnicasโ€“ que resultaba natural figurarse que la modernidad era un experimento infalible. Y aquello tampoco volverรก, porque no puede volver: la revoluciรณn socialista triunfรณ y fracasรณ, solo hubo una Bauhaus y el Estado de Bienestar se defiende en nuestros dรญas de las consecuencias de su propio รฉxito. Para colmo, vamos comprendiendo que la democracia liberal no es el reino de la verdad, sino una manera razonable de gestionar intereses y opiniones en conflicto. Sencillamente, estamos de vuelta: como los amantes que han sufrido ya varios desengaรฑos y no pueden โ€”por mucho que quisieranโ€” experimentar la ilusiรณn de antaรฑo.

ยฟCรณmo podrรญamos sostener el mismo impulso cuando el mundo ha sido ya explorado, catalogado y conectado? ยฟDe quรฉ manera habrรญamos de engaรฑarnos para seguir creyendo en las viejas utopรญas redentoras? ยฟCuรกnto habrรญamos de vendarnos los ojos para ignorar que somos parte del mundo natural y estamos expuestos a la violencia ciega del planeta? ยฟAcaso es posible desandar el camino que recorrieron vanguardistas y modernistas, fingiendo que todo en el arte estรก todavรญa por hacer? ยฟQueda alguien que crea en la posibilidad de vivir de nuevo el impacto extraordinario provocado, para bien y para mal, por la Revoluciรณn Industrial? ยฟNo hemos constatado ya que las democracias tienen limitaciones obvias como formas de organizaciรณn polรญtica y, sin embargo, no tenemos nada mejor que ellas?

Mรกs valdrรญa que rebajรกsemos nuestras expectativas; solo asรญ podremos apreciar lo que hay de valioso en nuestra รฉpoca. A la espera de que lleguen los avances tecnolรณgicos que permitan mitigar los efectos negativos del Antropoceno y nos ayuden a adaptarnos al cambio climรกtico ya en curso, harรญamos bien en disfrutar de esas mejoras en la vida cotidiana que hacen mรกs cรณmoda la existencia: de las ventanas hermรฉticas a la radioterapia de precisiรณn. De lo que se trata es de facilitar su difusiรณn, aprendiendo de las sociedades que mejores instrumentos aplican para combatir la pobreza y atenuar la desigualdad. En cuanto a la cultura, se ha hecho mรกs fragmentaria; quizรก no estamos ya en la cultura de masas. Internet hace posible la proliferaciรณn de plataformas, comunidades y mercados, lo que a su vez multiplica los pรบblicos, que se segmentan y especializan. Entiรฉndase: sigue habiendo fenรณmenos populares, de Rosalรญa a Parรกsitos, pero carecen del poder de concentraciรณn de antaรฑo. Pero eso no es una mala noticia: hay mรกs gente que nunca intentando hacer cosas de diferentes maneras para audiencias tan diversas como dispersas. Perdemos en experiencias compartidas lo que ganamos en acceso a creaciones polifacรฉticas.

Glocalizaciรณn

Si algo distingue a estas รบltimas, culminadas ya las revoluciones modernistas en todos los campos de la cultura, es la mezcla: una mezcla que no es solo de estilos, sino de tradiciones geogrรกficamente distantes. No se han materializado los temores de quienes identificaban la globalizaciรณn con una monรณtona americanizaciรณn: la cultura pop es ahora multipolar. Existen precedentes: si Talking Heads pudo incorporar los ritmos africanos a su legendario Remain in Light fue porque Fela Kuti habรญa desarrollado ya el Afrobeat durante la dรฉcada de los 70; lo mismo vale para el Bowie berlinรฉs. En esos aรฑos explotรณ tambiรฉn la salsa neoyorquina cantada en espaรฑol; ya habรญamos disfrutado con las composiciones del rocksteady jamaicano que incorporaban el soul americano a la tradiciรณn vernรกcula. Hoy se produce una radicalizaciรณn de esta tendencia; dice The Economist que el porcentaje de las canciones en inglรฉs descargadas en Spotify no hace mรกs que descender, sobre todo en aquellos paรญses que cuentan con una industria musical propia. Y lo mismo pasa con el cine o las series televisivas; no digamos con la comida. La globalizaciรณn es glocalizaciรณn: se alimenta de tradiciones locales, reinventรกndolas en un espacio cosmopolita donde el pรบblico elige lo que quiere consumir. Hablar de contracultura resulta asรญ incongruente: lo que hay son pรบblicos de distinto tamaรฑo. Nadie puede tomarse en serio a estas alturas a la banda que mira desafiante al mundo desde las pรกginas de un periรณdico, ni asustarse ante unos tatuajes o un chรกndal; las estรฉticas de la rebeldรญa son ya un bien de consumo mรกs.

En definitiva, quizรก seamos injustos por partida doble. De una parte, sobrevaloramos la estabilidad y coherencia de la modernidad inaugural: el Kurtz de Conrad era contemporรกneo de Tesla. De otra, subestimamos los logros de la modernidad tardรญa, que ha seguido siendo rica en calamidades โ€“de Camboya a Yugoslaviaโ€“ sin por ello dejar de mitigar la pobreza o alargar la vida de los seres humanos. Tan desencaminado andaba el utopismo que condujo a la construcciรณn de Brasilia como lo estรก el distopismo que socava nuestro รกnimo con relatos sobre el fin del mundo o una inminente regresiรณn patriarcal. No hacemos ningรบn favor a nuestros jรณvenes dejando que el envejecimiento de las sociedades occidentales conduzca al desรกnimo colectivo. Tal vez aquรญ radique nuestro mal del siglo: pese a lo que diga el calendario, es posible que el siglo XX no haya terminado todavรญa. ยกTenemos que librarnos de รฉl y no sabemos cรณmo! Puede que no sea posible: la modernidad no necesita ser abandonada, sino refinada; en ese sentido, quizรก solo el ecologismo โ€“entendido en sentido amplio como una refundaciรณn crรญtica de la modernidadโ€“ ofrezca una alternativa digna de tal nombre.

Pero de eso hablaremos otro dรญa: quedรฉmonos hoy con el recuerdo de ese Major Tom que pasa de hรฉroe espacial en โ€œSpace Oddityโ€ a yonki extraviado en โ€œAshes to Ashesโ€; dos canciones separadas por apenas once aรฑos que nos hablan de la vida del propio Bowie. Las sociedades modernas no han sido muy diferentes: todo lo que sube, baja. Salvo que permanezca en รณrbita.

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(Mรกlaga, 1974) es catedrรกtico de ciencia polรญtica en la Universidad de Mรกlaga. Su libro mรกs reciente es 'Ficciรณn fatal. Ensayo sobre Vรฉrtigo' (Taurus, 2024).


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