Cada vez que se celebran unas elecciones en un paรญs democrรกtico, como acaba de suceder en esa Espaรฑa que ha renovado el mandato de sus alcaldes y buena parte de sus presidentes autonรณmicos inflingiendo de paso un severo castigo a la coaliciรณn gobernante, se plantea la pregunta acerca del acierto o desacierto con que se expresa en cada caso la llamada โvoluntad generalโ. Naturalmente, tal cosa no existe fuera de los escritos de Jean-Jacques Rousseau y los mรญtines poselectorales de los jefes de partido; por algo es una expresiรณn ausente de las constituciones liberales que, en cambio, hablan del pueblo o naciรณn como titulares de la soberanรญa. Hay una similitud entre esas figuras, sin embargo, ya que todas ellas son ficciones รบtiles para el buen funcionamiento de la democracia; a condiciรณn de que no se las malinterprete. Huelga decir que esto โmalinterpretarlasโ es justamente lo que hacen quienes defienden, sea por ignorancia o por convicciรณn, sus versiones hipertrofiadas: el pueblo del populista, la naciรณn del nacionalista, la voluntad general del enemigo del pluralismo. Dicho de otra manera, uno puede salir a decir que โlos votantes se han expresado en las urnas y han enviado un mensaje muy claroโ, pero en modo alguno debemos pensar que tal cosa ha sucedido: el mensaje es el producto sobrevenido de la agregaciรณn de millones de decisiones individuales. Tampoco debe extraerse de aquรญ la conclusiรณn de que cada ciudadano posee una individualidad original e irreductible: no damos para tanto. De ahรญ que sociรณlogos y demรณscopos sepan crear categorรญas que describen a grupos sociales con rasgos mรกs o menos definidos, con la esperanza โno siempre infundadaโ de anticipar sus decisiones o encontrar patrones de conducta.
Pero las elecciones democrรกticas conducen a un reparto particular del poder de entre los muchos posibles: unos ganan, otros pierden. La elecciรณn es distinta segรบn se trate de una democracia presidencialista o de una parlamentaria, pese a que estas รบltimas incorporan una sensibilidad โpresidencialistaโ desde el momento en que las candidaturas de los distintos partidos vienen encabezadas por lรญderes que aspiran a convertirse, votaciรณn de los diputados mediante, en primeros ministros. Por aรฑadidura, la decisiรณn del ciudadano se encuentra mediada por un sistema electoral que puede reducir su libertad de elecciรณn: la baja magnitud de las circunscripciones (Espaรฑa) o la imposiciรณn de barreras electorales de exclusiรณn a nivel nacional (Alemania o Turquรญa) pueden empujar al votante hacia el famoso โvoto รบtilโ. Y es obvio, a la luz de la experiencia espaรฑola mรกs reciente, que los sistemas polรญticos caracterizados por la fragmentaciรณn partidista no permiten saber de antemano quรฉ tipo de resultado final estรก apoyando quien se decide por tal o cual papeleta: el socialista Pedro Sรกnchez terminรณ formando exactamente el tipo de gobierno que habรญa prometido a los espaรฑoles que no formarรญa y durante casi cuatro aรฑos ha pensado que el incidente estaba olvidado.
Sin embargo, la pregunta sigue en pie: ยฟhay algรบn criterio que nos permita discriminar entre โvotar bienโ y โvotar malโ? Hablamos de los individuos (que son los que votan) y de las sociedades (perjudicadas o beneficiadas por la agregaciรณn resultante). La respuesta tiene su importancia: la democracia presenta un aspecto muy diferente segรบn se concluya que el ciudadano nunca se equivoca o bien se constate que nada le impide hacerlo. En principio, una democracia formada por votantes infalibles constituye una proposiciรณn implausible, salvo que desvinculemos los resultados electorales de los rendimientos del sistema polรญtico. Y es verdad que los votos no explican las decisiones que toma el gobierno que sale de las urnas, ya que en el proceso polรญtico influyen factores tan variados como la competencia de los partidos o el estado de la opiniรณn. Pero el voto sรญ determina quiรฉn gobierna y cuรกl es la oferta electoral que mรกs apoyo recibe de los ciudadanos en cada elecciรณn. No es cualquier cosa.
Recordemos que este dilema โvotar bien o votar malโ provocรณ una entretenida controversia pรบblica hace un par de aรฑos, cuando el escritor peruano Mario Vargas Llosa tomรณ parte en la Convenciรณn Nacional del Partido Popular y dejรณ dicho que lo importante no es que unas elecciones sean libres, sino que se vote bien en ellas, ya que โlos paรญses que votan mal, como ha ocurrido en algunos paรญses latinoamericanos, lo pagan caroโ. No era difรญcil asociar en aquel caso el votar bien con el apoyo al partido en cuya convenciรณn hablaba Vargas Llosa, aunque en la discusiรณn posterior hubo quien sugiriรณ que a ojos del Nobel habรญan votado mal quienes le habรญan dado la espalda durante su aventura como candidato presidencial en el Perรบ allรก por 1990. En una tribuna publicada en El Paรญs dos semanas despuรฉs de este discurso, Vargas Llosa aclaraba que votar bien es votar por la democracia y votar mal es votar contra ella. Y la idea, francamente, no aclara demasiado las cosas. Huelga decir que si recurrimos a ejemplos mรกs o menos extremos, como รฉl mismo hacรญa, el vรญnculo entre buen voto y democracia parece sencillo:
ยฟNo hubiera sido mejor que los alemanes no se entregaran en cuerpo y alma a Hitler, ganando las elecciones en 1932, con los millones de muertos de la II Guerra Mundial que derivรณ del convencimiento que tenรญa el lรญder nazi de derrotar a la URSS, dominar Europa y firmar un tratado de paz con Inglaterra? Los italianos que lo hacรญan por Mussolini, y los espaรฑoles por Franco en Espaรฑa, ยฟvotaban โbienโ?
Bien mirado, nunca pudo votarse democrรกticamente por Franco en Espaรฑa y solo en algunas ocasiones iniciales por Mussolini en Italia; en cuanto a Hitler, el apoyo que recibiรณ a travรฉs de las urnas encaja fรกcilmente en la categorรญa del mal voto, por muchas explicaciones que podamos encontrarle con ayuda de la sociologรญa o la psicologรญa. Asunto distinto es que Hitler โal igual que Mussoliniโ acabase enseguida con la democracia y no se molestase de ahรญ en adelante siquiera en invocarla como justificaciรณn de sus respectivas autocracias. Eso diferencia sustancialmente a tales dictadores de los lรญderes populistas en los que estaba pensando Vargas Llosa: la trayectoria que siguiรณ Pedro Castillo desde que ganase las elecciones en su paรญs natal habla por sรญ sola. ยฟY quรฉ decir de Hugo Chรกvez, campeรณn de los desheredados y responsable del desmantelamiento de la democracia venezolana? Parece evidente que votaba mal quien votaba por Chรกvez; igual que vota mal quien lo hace por cualquier otro lรญder populista o partido extremista que ponga en peligro la democracia.
ยฟCuรกntos demรณcratas genuinos viven en las sociedades democrรกticas?
Pero no vayamos tan deprisa. De una parte, resulta obvio que los partidos populistas utilizan la ideologรญa de la democracia para ganarse el apoyo popular: las รฉlites sojuzgan al pueblo, merecemos una autรฉntica democracia, y asรญ sucesivamente. Asรญ que los votantes de un partido populista pueden alegar que, en realidad, ellos son mรกs demรณcratas que nadie. Y de hecho alguno habrรก que apoye conscientemente el tipo de democracia mayoritaria โiliberalโ defendida por los partidos populistas. Para el votante que no cree en el constitucionalismo liberal, entonces, votar bien es hacerlo en favor de quienes se proponen cambiar el sistema y reemplazarlo por uno que dice ser mรกs democrรกtico. Se deduce de aquรญ un regla elemental: la distinciรณn entre votar bien y votar mal solo tiene sentido si nos referimos a votantes que estรกn comprometidos con el mantenimiento del sistema liberal-democrรกtico dentro del cual emiten su voto. Claro estรก que muchos votantes de Chรกvez aplaudieron su deriva autoritaria; igual que muchos votantes de partidos populistas o extremistas verรญan con buenos ojos una restricciรณn de los contenidos democrรกticos que sirviera para acelerar la realizaciรณn de los fines ideolรณgicos de los partidos por los que votan. Al fondo de este oscuro pasillo se esconde una pregunta incรณmoda: ยฟcuรกntos demรณcratas genuinos viven en las sociedades democrรกticas? Sin ellos, la reflexiรณn sobre el buen votar carecerรก de sentido.
Demos la vuelta al argumento: la comparaciรณn entre el buen y el mal voto solo podrรก hacerse cuando se refiera al voto por partidos comprometidos con la democracia; si un partido pone en cuestiรณn el rรฉgimen democrรกtico, votarlo serรก algo peor que votar โmalโ. Pensemos en el voto favorable al Brexit, que tiene la peculiaridad de hacerse a travรฉs de un referรฉndum: aunque no pone en peligro la democracia britรกnica, crea graves perjuicios a su sociedad y puede considerarse un ejemplo paradigmรกtico de mal voto. Pero, ยฟquรฉ hay del voto por los partidos independentistas que amenazaban con hacer saltar el orden constitucional espaรฑol durante el llamado procรฉs soberanista? Los ciudadanos que los votaban podrรญan alegar que sus fines eran democrรกticos y que si el gobierno espaรฑol hubiera negociado con los lรญderes soberanistas, otro gallo hubiera cantado. ยกQuizรก el gallo federalista! Esta lรญnea de defensa resulta poco convincente, ya que el bloque soberanista dejรณ bien claro en numerosas ocasiones que su compromiso no estaba con la democracia, sino con la independencia; por mucho que se apelase a la democracia como justificaciรณn de la independencia.
Una apropiaciรณn interesada
Puede asรญ no obstante constatarse cรณmo uno de los flancos mรกs dรฉbiles de la nociรณn del mal votar estรก en su apropiaciรณn interesada por parte de quienes buscan deslegitimar al rival polรญtico caracterizรกndolo como โenemigo de la democraciaโ. Es la lรณgica de los famosos cordones sanitarios, que han tenido especial relieve en Francia debido a su peculiar sistema de elecciรณn de los diputados a doble vuelta y sin embargo puede terminar por aplicarse a los โmalos votantesโ con razรณn o sin ella. En aquellas elecciones andaluzas en las que Vox obtuvo por vez primera representaciรณn parlamentaria, hubo manifestaciones instigadas por Pablo Iglesias โlรญder entonces de Podemosโ en las que se llamaba a rodear el parlamento autonรณmico: se trataba de denunciar que se habรญa votado por un partido incompatible con la democracia. El mismo Iglesias hizo campaรฑa en las elecciones madrileรฑas a las que concurriรณ sin mucho รฉxito planteando un dilema aรบn mรกs extremo del que aquรญ nos ocupa: votar por รฉl o sus aliados era democrรกtico y votar por sus rivales era antidemocrรกtico. O bien: votar bien era votar por รฉl y no hacerlo era votar mal. Los ciudadanos interpretaron correctamente que la esencia de la democracia es justamente la contraria: la libre decisiรณn entre una pluralidad de opciones.
La discusiรณn sobre si existen el mal o el buen votar solo puede retomarse entonces si descartamos la hipรณtesis tremendista segรบn la cual un mal voto puede contribuir a la destrucciรณn de la democracia. Dejemos la tragedia a un lado y fijรฉmonos en los rendimientos de la democracia, preguntรกndonos por el vรญnculo entre la calidad del voto y el progreso general de las sociedades. Este รบltimo puede medirse con ayuda de indicadores convencionales: grado de riqueza, nivel de igualdad, tasa de pobreza, cumplimiento de la ley, calidad de los servicios pรบblicos, acceso a la provisiรณn de justicia, protecciรณn de los derechos fundamentales, pluralismo de los medios de comunicaciรณn, transparencia de la administraciรณn, disfrute de oportunidades vitales, etc. John Rawls hablaba de una โsociedad bien ordenadaโ, describiรฉndola como aquella donde los niveles de riqueza e igualdad hacen posible el libre autodesarrollo de unos individuos cuyos derechos son eficazmente protegidos por un poder pรบblico de carรกcter democrรกtico. Esto, claro, es un ideal; las sociedades se aproximan a รฉl en una medida muy diferente. Pero no es tan difรญcil distinguir entre sociedades avanzadas y sociedades en vรญas de desarrollo: Suecia no es Perรบ. De hecho, tampoco Espaรฑa es Suecia; que ambos paรญses tengan tanto virtudes como defectos no deberรญa impedirnos reconocer que a los espaรฑoles les irรญa mejor con la renta per cรกpita que disfrutan los escandinavos.
Desde este punto de vista, el buen voto serรก aquel que contribuya a que una sociedad mejore de acuerdo con esos indicadores; un mal voto hace lo contrario. ยฟAsunto resuelto? En absoluto: para quienes persigan la realizaciรณn de fines ideolรณgicos particulares, ese objetivo resulta demasiado genรฉrico y sospechosamente โimparcialโ. No hace falta poner el ejemplo de los alegres decrecentistas, hoy de moda en los cรญrculos intelectuales de izquierda, para concluir que el votante mรกs ideologizado estarรก dispuesto a sacrificar algunos de los bienes descritos en esos indicadores siempre y cuando su modelo de sociedad alternativa se lleve el proverbial gato al agua. Hay para todos: mientras que para unos la difusiรณn de la fe religiosa es mรกs importante que la autonomรญa personal, otros condicionan el acceso a los cargos pรบblicos al aprendizaje de las lenguas regionales y aรบn los hay que prefieren la pobreza subvencionada a la riqueza desigual.
Pero ยฟcรณmo pueden votarles?
Al votante ideolรณgico le pasa igual que al acรฉrrimo partidista: no se le pasa por su cabeza que pudiera votarse jamรกs de otra manera. Solo hay un voto bueno y cualquier otro es un voto malo, si es que esas categorรญas tienen sentido para รฉl; quizรก podrรญamos hablar simplemente de voto natural por ser la รบnica opciรณn que โsalvo catรกstrofeโ estรก sobre la mesa. Donald Trump lo expresรณ a su brutta maniera cuando dijo, en la cima de su popularidad, que seguirรญan votรกndole incluso si saliera a pegar tiros por la Quinta Avenida; otros no lo dicen, pero sospechan que es cierto. Y los datos muestran que una parte del apoyo electoral de los partidos es inamovible. Eso quiere decir que hay un voto incondicional de motivaciรณn diversa โideolรณgica, familiar, clientelarโ que, por su misma incondicionalidad, termina por revelarse instrumental: el votante usa su voto como medio para lograr que el partido al que se adhiere conquiste o mantenga el poder. Dado que la disyuntiva entre votar bien y votar mal lleva implรญcita la flexibilidad del votante para adaptarse a unas circunstancias cambiantes, puede concluirse que el voto incondicional es un mal voto. Aunque a veces, a fuerza de estar siempre en el mismo sitio, acierte.
En una columna de opiniรณn en la que reflexionaba sobre el buen votar antes de las elecciones, el periodista Antonio Caรฑo apuntaba en esta direcciรณn: โVotar bien significa acertar con las necesidades del paรญs en un momento determinado, sabiendo sobreponerse a los odios intrรญnsecos y los prejuicios naturalesโ. La primera parte de su argumento incorpora un elemento de subjetividad, ya que no siempre serรก fรกcil determinar cuรกles son esas necesidades; ademรกs, el votante podrรก acogerse a sus percepciones y creencias como criterio superior de decisiรณn, justificando quizรก con ello el voto reiterado por su opciรณn polรญtica habitual. Es la segunda parte del argumento la que resulta mรกs interesante, ya que apunta a la capacidad del votante para trascender sus sesgos y evaluar de manera desapasionada en cada convocatoria electoral cuรกl es la fuerza polรญtica que mejor servicio puede prestar a la sociedad a la vista de las circunstancias, las ofertas y los liderazgos. En otras palabras: el buen votante es aquel capaz de comportarse pragmรกticamente. Liberado de las ataduras sentimentales que podrรญan vincularlo a unas siglas o un bloque, el buen votante emite un voto racional que procede de una deliberaciรณn interior bien informada. Aunque quizรก todo esto suene demasiado rimbombante: basta que el ciudadano no subordine su identidad polรญtica a ningรบn partido polรญtico y ponga la buena salud de la democracia y el progreso de su sociedad por delante de cualquier prejuicio ideolรณgico. En รบltima instancia, votar bien es una cuestiรณn de procedimiento.
El gran simplificador
Pero aquรญ llegan las malas noticias: casi nadie vota de esa manera. Es algo que ya dejรณ sentado Giovanni Sartori en sus Elementos de teorรญa polรญtica, cuando diferenciaba โsiguiendo en esto a Philip Converseโ entre una secuencia ideal del voto y una secuencia real u observada. Si la democracia fuera una maquinaria que operase racionalmente, el ciudadano tendrรญa primero unas preferencias, luego unas percepciones y, finalmente, escogerรญa al partido mรกs prรณximo a las soluciones que รฉl mismo privilegiarรญa. ยกElegir al partido quedarรญa para el final! Para Sartori, este voto centrado en los problemas es inusual porque exige un grado bajo de ideologizaciรณn; en la mayorรญa de las democracias, prima una secuencia โinvertidaโ en la que el votante parte de la adhesiรณn al partido. Ese votante es un โgran simplificadorโ que decide en funciรณn de criterios de ubicaciรณn espacial (derecha-izquierda) al margen de las polรญticas y los resultados concretos que traigan consigo los gobiernos de uno u otro signo. Se trata de una debilidad que aprovechan los estrategas de los partidos: cuรกntas veces hemos visto en Espaรฑa cรณmo calificar una medida de โprogresistaโ bastaba para concitar el aplauso del electorado, fuera cual fuera el contenido o la eficacia de la misma. Nada conviene mรกs a los partidos que convertir el debate sobre problemas concretos en un enfrentamiento entre siglas emocionalmente recargadas.
Ahora bien: si todos los ciudadanos votasen siempre lo mismo, lo que equivale segรบn hemos visto a votar mal, nunca habrรญa en ninguna parte un cambio de gobierno. Y aunque hay lugares โel SPD alemรกn lleva 77 aรฑos gobernando Bremenโ donde eso sucede, no es lo habitual. Hay que tener en cuenta que la composiciรณn del electorado cambia: unos mueren y otros llegan a la mayorรญa de edad; hay emigraciรณn e inmigraciรณn. Pero, sobre todo, existen votantes flexibles cuyo apoyo posee un valor especial debido justamente a su rareza; en circunstancias excepcionales, como una crisis econรณmica, las transferencias de voto serรกn mรกs abundantes y acaso menos reflexivas, por cuanto el votante puede limitarse a responder a una situaciรณn de crisis castigando al gobierno y optando por su alternativa con la esperanza de que arregle las cosas.
De todo lo anterior podrรญa deducirse que cuanto mayor sea el nรบmero de ciudadanos que votan bien en cada elecciรณn, mejor le irรก a una sociedad. Y viceversa: un paรญs donde el mal votar sea dominante lo tendrรก mรกs difรญcil para dotarse en cada momento del tipo de gobierno que mรกs puede ayudarle a mejorar. Pero esto, ยฟcรณmo se demuestra? Aunque las democracias pueden considerarse hasta cierto punto experimentos naturales, no proporcionan al observador un material contrafรกctico que haga posible comparar entre lo que fue y lo que hubiera sido si los ciudadanos hubieran votado de manera diferente. Siempre podrรก alegarse que la alternativa habrรญa sido mucho peor, aunque eso no impide reconocer a aquellas sociedades que se han demostrado incapaces de aprendizaje e insisten en votar mal: ahรญ estรก Argentina para demostrarlo. A nivel individual, se reproduce la dificultad: por mรกs que los estudios empรญricos demuestren que los ciudadanos suelen votar sin estar apenas informados, una parte de la literatura acadรฉmica replica que el votante emplea heurรญsticas o atajos cognitivos โa menudo de base emocionalโ que desembocan en una decisiรณn que no tiene por quรฉ ser peor que la que tomarรญan si se informasen y reflexionaran cuidadosamente.
ยฟQuรฉ es votar bien?
ยฟExiste, entonces, el mal votar? ยฟO solo es el reproche que se dirige hacia quienes votan algo distinto que nosotros? Asรญ razonan esta semana los partidarios del gobierno de Pedro Sรกnchez, incapaces de explicarse el castigo recibido por el lรญder socialista en las elecciones municipales y regionales. Pero su caso sugiere lo contrario: si en el รกnimo de los votantes โhabrรญa que entrevistarlos a todosโ han pesado sobre todo las alianzas de Sรกnchez con los partidos contrarios al orden constitucional y sus marcadas tendencias iliberales, asรญ como el desorden organizativo de la coaliciรณn de gobierno con Podemos y una pobre performance econรณmica que tiene su correlato en el deterioro de los servicios pรบblicos, quizรก su abultada derrota puede explicarse fรกcilmente como el resultado de la convicciรณn de que su mandato es perjudicial para el progreso de la sociedad espaรฑola y la buena salud de su democracia. Es una conclusiรณn discutible, porque nadie puede validarla: sus partidarios creen exactamente lo contrario.
Para no quedarnos atrapados en este laberinto, concluyamos que el buen votar exige el cumplimiento de dos condiciones. La primera es procedimental y se refiere a la calidad del trabajo reflexivo del votante: vota bien quien piensa su voto sin atarse emocionalmente a ningunas siglas. Y la segunda es sustantiva: vota bien quien pone los intereses generales de su sociedad por delante del รฉxito coyuntural de un partido o la realizaciรณn de tales o cuales fines ideolรณgicos. Es un programa exigente, mรกxime cuando a uno le susurran que el voto de un individuo no tiene ningรบn peso en el conjunto. Pero si uno quiere hacer las cosas bien en esta vida, ya tiene por dรณnde empezar.
(Mรกlaga, 1974) es catedrรกtico de ciencia polรญtica en la Universidad de Mรกlaga. Su libro mรกs reciente es 'Ficciรณn fatal. Ensayo sobre Vรฉrtigo' (Taurus, 2024).