Foto: Gerardo Vieyra/NurPhoto via ZUMA Press

El pueblo, el líder y la agenda feminista

¿Existe alguna conexión entre las características populistas de un régimen y la tensa relación que mantiene con los movimientos feministas? La respuesta trasciende orientaciones políticas.
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Al escuchar a figuras como el expresidente brasileño Jair Bolsonaro hablar de la destructiva “ideología de género” o leer que no violaría a una diputada porque no es de su tipo y “no se lo merece”, me pregunto si el populismo es intrínsecamente machista o si solo lo son los gobiernos de derecha. Es decir, ¿los ataques a la perspectiva de género en Brasil se debían a que aquel gobernante era de derecha o a que era populista? ¿Y en México?, ¿existe aquí alguna conexión entre las características populistas del régimen y la tensa relación que mantiene el gobierno federal con los feminismos?

Me adentro en este tema con extrema cautela, pues temo reproducir la frecuente confusión que hay entre el activismo político feminista, los estudios de género y las demandas de las mujeres. Acudí a expertas y me sumergí en una extensa literatura sobre feminismo y democracia, pero estoy segura de que no fue suficiente. Emerjo con muchas dudas y una hipótesis muy general que formulo así: sí que hay un problema directo con los líderes populistas y esto se relaciona con los elementos mismos que le dan vida al discurso del gobernante que asume que encarna al pueblo.

Antes de continuar, me siento obligada a mencionar otras variables que alimentan el antifeminismo en el mundo. Además de la construcción cultural y social de la que venimos (eso que las feministas llaman patriarcado), parece que ciertos fenómenos contemporáneos le echan leña al fuego. Destaco los siguientes:

a) La acción global de grupos de derecha articulados por distintas iglesias con planes detallados para incidir en gobiernos y normas que protejan a la familia tradicional. Son los de siempre, pero con herramientas más potentes de articulación y difusión.

b) La desigualdad económica y el consumismo.

c) El cambio de mundo. Es decir, la ansiedad generada por los movimientos que reivindican el respeto y la protección a otras formas de familia, otras sexualidades, otras maternidades, etc, en combinación con la ansiedad generada por las transformaciones tecnológicas.

La lista no es exhaustiva ni las hipótesis son excluyentes entre sí.

A mí me interesa la relación entre el populismo y la agenda feminista, así que en eso me detengo sin menospreciar ni negar otros fenómenos agravantes del antifeminismo. Limito la agenda feminista a la participación política de las mujeres (el movimiento paritario), los derechos sexuales y de reproducción (familias diferentes, aborto, anticonceptivos) y mecanismos de igualación de oportunidades laborales (guarderías, salarios, políticas públicas frente a embarazo y lactancia, agenda de cuidados). Estos tres ejes rebasan la dimensión de “las mujeres” para cruzar la de los hábitos y costumbres con perspectiva de género.

Para no perderme en la inmensidad del concepto de populismo, uso la definición de Nadia Urbinati: “el populismo es una transmutación de los principios democráticos de la mayoría y el pueblo, cuyo objetivo es celebrar un subconjunto del pueblo como oposición de otro, a través de un líder que lo representa y un público que lo legitima”. Como definición mínima no está mal, pues nos permite usar el término en distintos espacios y sin valoración. Hay populismos nacionalistas y populismos neoliberales. Populismos más autoritarios, más religiosos o más socialistas; populismos transformadores y reaccionarios. Eso depende de los miedos y anhelos de la sociedad en la que emerge, lo que quiere decir que el formato del populismo es contextual: en Dinamarca los líderes populistas son antiislamistas, pero en Venezuela no tienen nada contra esa religión ni contra la migración árabe. Lo que hermana a los populismos es el concepto excluyente de pueblo y la noción de legitimidad ligada a ese pueblo.

Este planteamiento reconoce en el gobierno electo (o en el movimiento que aspira a serlo) la representación de la mayoría, pero de una mayoría que representa al todo y lo absorbe, que es el pueblo auténtico y un solo sujeto al que corresponde el interés general. Lo demás es basura. De ahí que el proyecto de gobierno se vea como la posibilidad de materializar un sueño colectivo homogéneo y busque suprimir el riesgo de caminos alternativos que no reflejen la soberanía popular. De hecho, los proyectos políticos distintos y las críticas asumen una naturaleza de obstáculos al pueblo, no de alternativas.

Esa tesis de la encarnación de la soberanía popular requiere a su vez acomodar en algún cajón a los ciudadanos y a los políticos que no comparten el proyecto del pueblo. En general se les entiende como grupos contrapuestos al interés general. Elites, conservadores, mafias, imperialistas, ricos, fifís, extranjeros, occidentalizantes, islamistas.

Esto produce un fenómeno doble: aumento de la polarización y eliminación de otros clivajes y desigualdades que no atraviesen la diferencia pueblo-enemigos del pueblo.

¿Cómo afecta esto la agenda feminista?

La desigualdad provocada por el género es tan importante en un régimen populista como las diferencias que hay entre seguidores de un equipo de futbol y otro. No merecen atención gubernamental, discusión o políticas públicas, pues no forman parte del eje de división social prioritario para el gobierno: ricos/pobres, nacionales/extranjeros, etc.

¿El clivaje izquierda-derecha es relevante?

Yo no uso la diferencia entre populismos de izquierda y de derecha porque generalmente mi perspectiva es sobre la democracia. Sin embargo, me percato de que sí hay una diferencia en las acciones de gobierno de los populistas de derecha y de los que se asumen de izquierda cuando de perspectiva de género se trata.

En los gobiernos populistas de izquierda, el problema pasa por las políticas públicas, no por el ataque directo o la regresión legislativa. Como se prioriza el combate a la desigualdad económica como una reivindicación ante los grupos minoritarios que la provocaron, no hay lugar para otras desigualdades. Las mujeres no están excluidas, pero son objeto de programas contra la pobreza sin considerar que la eliminación de políticas de género afecta más a las mujeres más pobres. Así, se entregan recursos económicos pero se desaparecen los refugios, las guarderías, las escuelas de tiempo completo, los programas de cuidados a los menores o a los adultos mayores. Los gobiernos populistas de izquierda operan con la tesis de que los problemas vienen de la brecha entre la élite y el pueblo y no comparten la idea de que haya una desigualdad compartida entre sectores, una discriminación transversal que puede unir a ciudadanos privilegiados y vulnerables.

Los líderes populistas de izquierda o que se asumen de izquierda no están expresamente contra la participación de la mujer en la vida pública e incluso muestran disposición a gabinetes paritarios. Sin embargo, la dinámica que establece el gobernante suprime la agencia feminista de las mujeres en los cargos, pues el proyecto principal no admite ni desvíos ni críticas. Al mismo tiempo, tanto la importancia del proyecto como el magnetismo del líder producen soldados y soldaderas en sus partidos y gabinetes, sin incentivos para ampliar márgenes o agendas. Eso se traduce en omisiones presupuestales y programáticas.

Los populismos de derecha son más agresivos, pues su proyecto, que debe librar todos los obstáculos de los enemigos del pueblo, incluye entre los no-pueblo a quienes no comparten la idea del esquema familiar tradicional. Ese esquema forma parte de una recuperación/transformación de la vida pública que desde su perspectiva puede resolver problemas de salud, educación y violencia. Los gobiernos populistas de izquierda eliminan la perspectiva de género de sus prioridades, pero los de derecha abrazan el tema en forma de enemigo y hacen una sinergia políticamente exitosa y electoralmente rentable con iglesias y grupos religiosos.

El feminismo ha buscado transformar la noción de la agenda feminista para que no se entienda como una agenda de mujeres (mujerismo), sino una agenda de cultura y hábitos con perspectiva de género. Los gobiernos como el brasileño recogen esas nociones como ideología en el mejor de los casos, o como esfuerzos demoniacos en el peor, ante lo cual el Estado se asume como protector del orden y el bien, materializando su misión en leyes que prohíben o castigan el aborto, el adulterio y el trabajo profesional femenino.

Por cierto, estas ideas caen en terrenos fértiles, los de grandes sectores de la población que se sienten excluidos del nuevo mundo y el nuevo orden.

El caso mexicano

El gobierno mexicano tiene una de las características principales del populismo en el discurso presidencial: la representación del “pueblo bueno” en contraposición a una masa uniforme de conservadores corruptos. Además, el presidente Andrés Manuel López Obrador no es feminista y lo asume sin complejos, mientras es simbólicamente hostil contra las marchas feministas, pero no ha usado la despenalización del aborto como bandera enemiga ni se ha opuesto a la paridad en su gabinete o a la dirección de mujeres en instituciones estratégicas.

Esto nos obliga a advertir que hay inmensas diferencias con un populismo de derecha como el del expresidente Bolsonaro, pero en un país violento, feminicida, acosador y machista esto es insuficiente. Además, la presencia de mujeres en la vida pública y la despenalización del aborto son el éxito de batallas previas, una meta alcanzada, no una estrategia para combatir los graves problemas que requieren perspectiva de género.

Las mujeres del gabinete de Andrés Manuel López Obrador han tenido una labor destacada como funcionarias, pero no impulsaron una agenda feminista y no defendieron el presupuesto o las políticas útiles para las condiciones de igualdad y seguridad. El gobierno aumentó la asignación de recursos directos para mujeres, pero redujo el presupuesto con perspectiva de género y se eliminaron las escuelas de tiempo completo, los refugios para mujeres víctimas de violencia y las guarderías.

Además, las militantes del partido gobernante, Morena, entre las que se encuentran destacadas feministas de izquierda, han tenido que acallar sus reclamos con tal de no darle armas a la oposición electoral. Quizás el caso más emblemático fue el del excandidato a gobernador de Guerrero, Félix Salgado Macedonio, envuelto en graves acusaciones de violación sexual dentro del propio partido y no sancionado por este de ninguna manera.

En conclusión: sí, la perspectiva de género tiene en el populismo a un enemigo y sí, lo ha tenido en México. ¿Pero qué va a pasar ahora que habrá un cambio de autoridades? El escenario es interesante, pues la Presidencia quedará en manos de una mujer por primera vez en la historia. Eso entusiasma, claro, pues ambas tienen fuerza propia y respaldo de amplios sectores de la población y sobre todo, son el resultado de largas batallas feministas.

¿Cómo gobernarán? Claudia Sheinbaum, de Morena, ha advertido ya que la transformación lopezobradorista seguirá siendo el proyecto sagrado y que ella ve en los mexicanos también al pueblo y a los corruptos. Eso es preocupante. Xóchitl Gálvez, de la alianza PRI-PAN-PRD, es la candidata precisamente porque tiene una personalidad magnética construida sobre bases identitarias que puede derivar fácilmente en la construcción de un nosotros el-pueblo-de-verdad contra los otros-que-quieren-destruirlo.

Vuelvo a concluir: sí, la perspectiva de género tiene en el populismo a un enemigo. Y no solo entre los gobiernos de derecha, pues lo ha tenido en el gobierno de Andrés Manuel López Obrador y podría, incluso, tenerlo con una mujer en la silla presidencial. ~

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es politóloga y analista.


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