Cómo descentralizar

El centralismo mexicano es de origen azteca. Continuó en el virreinato. Se rompió con la Independencia. Se reinstaló con Porfirio Díaz. Y, en los tiempos del PRI, fue no sólo político, sino económico, educativo y cultural.
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De Nueva York a Buenos Aires, las megalópolis del continente son portuarias o están cerca del mar, por donde llegaron los colonizadores. Veracruz pudo ser la capital de México, pero ya existía una gran capital indígena, cuyo prestigio, poder y riqueza despertaron la ambición de Cortés. De quedarse en Veracruz, hubiera sido el gobernante de un enclave tolerado por Moctezuma.

El centralismo mexicano es de origen azteca. Continuó en el virreinato. Se rompió con la Independencia. Se reinstaló con Porfirio Díaz. Y, en los tiempos del PRI, fue no sólo político, sino económico, educativo y cultural. El Estado, su partido, el gobierno “federal” (pero centralista), el gasto público, la educación pública, el petróleo, la industrialización protegida y el ascenso al poder por vía universitaria crearon un centralismo piramidado.

Las nuevas pirámides aztecas fueron las burocráticas, bajo el poder central del Señor Presidente. El cemento básico para construirlas fue la corrupción, consentida por la sociedad como menos mala que la matazón entre caudillos.

Cuando el centralismo presidencial llegó a ser monstruoso, surgieron ideas para remediarlo. Algunas radicales, como pasar la presidencia a otra ciudad (que acabaría siendo monstruosa). O aparentemente razonables, como mover la Secretaría de Marina a Veracruz.

En 1953, el presidente Adolfo Ruiz Cortines propuso una Marcha al Mar que no llegó muy lejos. Ante el sismo de 1985, el presidente Miguel de la Madrid propuso descentralizar secretarías, y no pasó de mover Capufe a Cuernavaca y el INEGI a Aguascalientes; mudanzas que tomaron años y nunca terminaron. Quedó una guardia en la capital para lo que se ofreciera, pero se ofrecían tantas cosas que la guardia acabó hinchándose. Lo que se ganó fue un ajetreo interminable entre la sede y la capital.

El problema de fondo es que el secretario de Marina, por ejemplo, tiene que tratar con el presidente y los funcionarios de la Presidencia; con la Cámara de Diputados (para gestionar su presupuesto) y la Secretaría de Hacienda (para ejercerlo); con la Defensa (para acciones armadas) y con Seguridad, Gobernación, Relaciones Exteriores, Comunicaciones y Transportes, Medio Ambiente, Turismo, Contraloría, la Suprema Corte, etc. Todo más complicado desde diez ciudades distintas.

Se han creado delegaciones estatales de cada secretaría para que las decisiones se tomen localmente. Pero, en vez de simplificar, complicaron. Los proyectos hidráulicos, por ejemplo, dependen de varias secretarías. Entre los secretarios, sus delegados y el gobernador (cuando no otros gobernadores interesados y hasta el presidente), se enreda la madeja de quién decide qué y quién se adorna cómo.

Eliminar a los delegados de las secretarías, como ahora se propone, es una buena idea. Pero sustituirlos por uno de la presidencia acentúa el centralismo. Los superdelegados serán “gobernadores” paralelos, con mandato del centro, no del voto local.

Dispersar las secretarías es complicar los nexos operativos. También romper vínculos personales.

Es común que los empleados públicos tengan otro empleo o estudien, además de trabajar. Que estén casados con alguien que trabaja o estudia, y tengan hijos en el mismo caso. Que estén pagando la hipoteca de su casa y no quieran perderla. Que tengan familiares necesitados de atención, y no quieran abandonarlos. Y participen en proyectos con parientes, amigos y conocidos. Moverse a otra ciudad puede exigir tantas rupturas y trastornos que resulte preferible renunciar y buscar otro empleo.

Sin hablar de la molestia de la población receptora contra los chilangos invasores y mejor pagados. Perturbarían los mercados locales de sueldos, casas y oficinas disponibles, lugar en las escuelas, personal doméstico, taxis. Generarían inflación.

Mover secretarías a otras ciudades tomaría años. Regresarlas también. No es imposible que, después de perder un sexenio en los trastornos de la dispersión, un nuevo presidente tenga la ocurrencia contraria: perder otro sexenio en el regreso, para imponer la Quinta Transformación.

La oportunidad descentralizadora está en la población con ataduras menos fuertes: los estudiantes universitarios, que son cada vez más. Si recibieran una beca atractiva para irse a estudiar lejos de la capital, muchos la aceptarían. Es una buena edad para crear nuevos vínculos, la edad de los amores juveniles y la exploración de rumbos para la vida. Muchos acabarían casados y quedándose a vivir donde estudiaron.

 

(Reforma, 25-XI-2018)

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(Monterrey, 1934) es poeta y ensayista.


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