Cómo escapar de la política

Debemos rechazar, como decía Judith Shklar, “las doctrinas políticas que no reconozcan ninguna diferencia entre las esferas de lo público y lo privado”.
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En las redes sociales estamos siempre en campaña electoral: nos vendemos, nos posicionamos, buscamos a los nuestros y señalamos a los otros. En su reciente Ironía On (Cuadernos Anagrama), Santiago Gerchunoff afirma que eso es realmente la esencia de “lo político”. Cita a Hannah Arendt, que decía que “la polis griega fue, en tiempos, precisamente esa forma de gobierno que daba a los hombres un espacio para sus apariciones, un espacio en el que podían actuar, una especie de teatro en el que podía mostrarse la libertad”. Algo parecido ocurre hoy con las redes sociales (aunque no son una forma de gobierno), que han “repolitizado” el debate público. Si la política es un teatro donde se muestra la libertad, las redes sociales son un ágora; no en su concepción idealista y utópica, de debate racional, sino como “parque de atracciones narcisista”, donde nos exponemos y exponemos a los otros.

El problema de la politización y democratización del debate público no es su vulgarización, sino el efecto que tiene en la privacidad. Gerchunoff dice, pero no le preocupa demasiado, que “la conversación pública se ha colado en todos los espacios privados o incluso íntimos; por banal que sea su contenido, no hay espacio libre de convertirse en un espacio de aparición”. En redes sociales, lo personal es realmente político. A menudo esto se da la vuelta: la política es lo personal. El sensacionalismo y el voyeurismo son prácticas políticas legítimas e incluso serias. Porque si la exposición de mi identidad es un acto político, la exploración de la identidad y privacidad de los demás también lo es. Politizar algo hoy implica romper las barreras entre lo privado y lo público.

La política es la expresión de mí mismo y mi identidad. Lo personal es político, lo político es personal. Los que sostienen que no hay nada que escape a la política es porque han asumido que la política es la exposición narcisista de las identidades. Si hay una politización de todo lo que no es originalmente política (el arte, la cultura, el sexo, el placer) es porque la política es narcisista y nos importa mucho nuestra identidad política. Un ejemplo: los estudios culturales. Si escribo un ensayo sobre las alegorías en la obra de un autor, es complicado hablar de mí mismo; si escribo un ensayo sobre la masculinidad tóxica y el neoliberalismo en Moby Dick ya puedo hablar de mí mismo: puedo señalar rápidamente mi identidad ideológica. Ya me he visibilizado, he hecho el “gesto identitario”, como dice Arendt, y estoy posicionado.

Algo similar ocurre en un tema como el feminismo. Se ha convertido en un fenómeno mainstream. El feminismo penetra todas las facetas de la vida, todo es posible explicarse con unas “gafas violeta”. Lo que en un principio parece algo sensato se acaba convirtiendo en una maniobra narcisista. Si puedo hablar de geografía o ecologismo feminista, puedo hablar de mí mismo, de mi compromiso con la causa feminista. Todo es política, y como la política es la expresión de mí mismo, todo trata sobre mí. La politización de todo es también la conversión de todo en un objeto narcisista.

A menudo se dice que la política de la identidad es política “a secas”, que es imposible separar la política de la identidades. Es cierto. Pero no es algo que tenga que ser así. El gran reto del liberalismo hoy es la defensa de la privacidad. Pero no solo debería preocuparnos el capitalismo de vigilancia y el abuso de las grandes empresas tecnológicas, que comercializan nuestros datos privados. También debemos rechazar, como decía Judith Shklar, “las doctrinas políticas que no reconozcan ninguna diferencia entre las esferas de lo público y lo privado”.

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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).


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