Hagamos como si la medida de bajar los sueldos al Poder Judicial fuera una medida de austeridad y no una forma de presionarlo y eventualmente controlarlo.
Como si vender el avión presidencial fuera una forma de ahorro y no un derroche de Tartufo.
Hagamos como si la policía militar no fuera militar y en vez de balazos responda con abrazos.
Como si las conferencias mañaneras fueran una forma de informar en directo al público –con un noticiero matutino de una hora en virtual cadena nacional– y no una forma de monopolizar el discurso público.
Hagamos como si los superdelegados no fueran a ser los próximos candidatos de Morena a las gubernaturas.
Como si las consultas públicas hubieran sido en verdad democráticas y no un ejercicio fraudulento de simulación, con resultados predeterminados.
Como si todos los millones de beneficiados gracias al apoyo de los causantes, a través del gobierno dadivoso, no vayan a ser mañana votantes de Morena.
Hagamos como si fuera cierto lo que dijo López Obrador en su toma de protesta en el sentido de que respeta al Poder Judicial y que no sabe nada de que Ricardo Monreal, coordinador de Morena en el Senado, haya solicitado que la PGR investigue a jueces y magistrados.
Como si la Ley Taibo fuera para corregir una injusticia hacia los mexicanos naturalizados y no una ley a modo para beneficiar a un amigo del presidente.
Hagamos de cuenta que el fraude electoral convertido en delito grave pueda ser benéfico para nuestra democracia y no un instrumento al servicio de Morena para deshacerse de sus opositores.
Hagamos como si López Obrador respetara los organismos autónomos.
Hagamos como si en verdad fuera gracioso que se vaya degradando el lenguaje público con insultos, descalificaciones, con expresiones impunes de abuso sexual.
Hagamos como si, luego del multimillonario derroche que significará la suspensión del NAIM, la austeridad no pasa de ser una broma de humor negro.
Hagamos como si Morena en el Congreso y el Senado se fuera a comportar como un contrapeso y no una comparsa del Ejecutivo.
Hagamos como si “olvidáramos” el incumplimiento de sus promesas centrales de campaña: retirar al Ejército de las calles y bajar el precio de la gasolina.
Como si en verdad viviéramos en democracia en vez de irnos deslizando día a día hacia la consolidación de un poder autoritario.
Hagamos como que entendemos cómo puede el presidente encabezar una cruzada contra el neoliberalismo y al mismo tiempo apoyar para que se firmara el T-MEC, instrumento neoliberal por excelencia.
Hagamos como si la Cuarta Transformación no fuera algo más que un lema de gobierno, como antes lo fue Arriba y Adelante.
Hagamos como si no nos diéramos cuenta de que la construcción de la refinería en Dos Bocas en Tabasco y el Tren Maya no provocarán daños muchísimo más graves al medio ambiente que la frustrada construcción del aeropuerto en Texcoco.
Como si la democracia mexicana comenzara ahora y el triunfo de López Obrador en las urnas no haya sido fruto de la democracia sino un triunfo “por generación espontánea”.
Hagamos como si la autocensura que se imponen los medios fuera una forma de ensanchar la libertad de expresión.
Hagamos como si no hubiera existido ningún pacto de impunidad con Peña Nieto a cambio de anular, a través de la PGR, a Ricardo Anaya de la contienda.
Hagamos de cuenta que fue un triunfo totalmente limpio.
Hagamos como si la corrupción se hubiera terminado el 1 de diciembre con el arribo del nuevo presidente.
Hagamos como si creyéramos las nuevas cifras sobre homicidios que presentan.
Hagamos como que no nos dimos cuenta del nepotismo y amiguismo con que se integró el nuevo gobierno.
Hagamos como si esto no fuera cierto.
Simulemos.
O no.