Contra el género humano, con motivo de los indultos

La tan solemne conferencia de Sánchez en el Liceo no despejó ninguna incógnita. Así que en realidad no sabemos para qué lo damos ni para qué lo criticamos. No hay ningún plan con indultos ni sin ellos, más allá de un voluntarismo quizá admirable, quizá equivocado.
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En una de sus inolvidables lecciones, Juan de Mairena elogiaba la inteligencia de uno de sus alumnos que en un discurso llamado “Contra los banquetes” criticaba ferozmente a quienes aceptan banquetes en su honor, a quienes los rechazan, a quienes acuden a ellos, y a quienes se excusan. La única observación que hace el maestro se refiere al título: sugiere cambiarlo por “Contra el género humano, con motivo de los banquetes”.

El debate a ratos sosegado y con frecuencia menos en torno a los indultos a los líderes independentistas condenados por la deriva locoide del nacionalismo catalán que se dio en llamar “procés” ha ofrecido argumentos para todos los gustos. Ha habido manifestaciones en Colón, artículos en prensa, discursos en el Liceo, y litros de tinta y de saliva empleados en analizarlos del derecho y del revés.

El punto de partida para una medida exclusivamente política, la aplicación de una prerrogativa legítima del gobierno como es el indulto, no era muy prometedor. La quiebra emocional que supuso el otoño de 2017 para muchos y la evidente y pública ausencia de dolor de los pecados y propósito de enmienda en lo que toca a los medios del secesionismo (los líderes están encarcelados por cómo intentaron alcanzar la independencia, no por ese ideal) no propiciaban una acogida calurosa. Sin embargo, oponerse a los indultos en Barcelona ha sido complicado desde que empezaron a ser una posibilidad casi tangible.

La experiencia acumulada durante la última década sugiere que el principal problema de los indultos es que no van a servir para nada; como dice Ricardo Dudda, es dar a los independentistas lo que no piden. Es una vez más pensar que ciertas concesiones bien medidas aplacarán las demandas, si no de los partidos y sus líderes, si al menos de los votantes que apoyarán opciones más moderadas. Es considerar que las reiteradas declaraciones de que el único objetivo es la independencia son brindis al sol. Es creer que se puede pasar página e iniciar un nuevo diálogo en el que las demandas de amnistía y referéndum podrán ser ignoradas y demoradas –no parece que el diálogo vaya a incluir demandas de signo contrario. Es soslayar todo gesto y todo ademán hostil en aras de un entendimiento posible. Es pretender que las condiciones en que se conceden, con ERC gobernando en Cataluña y socio preferente en Madrid y la total oposición del PP, cuyo concierto en cualquier solución futura es imprescindible, no importan. Más que “un acto de fe”, como dice Javier Cercas, es un salto de fe. Es evidente que hay motivos más que de sobra para oponerse a los indultos desde la razón y la buena voluntad hacia el problema catalán, no hace falta ser facha, ni tener ánimo justiciero ni sentir ningún esencialismo centralista, hay motivos sobrados de eficacia política.

Y sin embargo, es imposible ignorar cuánta gente de indudable militancia constitucionalista ve en los indultos, más que una oportunidad, una condición necesaria y casi suficiente para dejar atrás la etapa más negra de la historia reciente de Cataluña. Es obvio que genera más ilusión pensar que se puede hacer algo por resolver un problema que lo contrario, y esto, al fin y al cabo, es hacer algo, y en mucha gente ha generado esa ilusión. Es una iniciativa que goza de un amplísimo apoyo en la sociedad catalana. No solo eso, no hacerlo tampoco soluciona nada. Como dice Joaquim Coll, es un esfuerzo asequible, ya que se mantendrá la inhabilitación y en cualquier caso ya han cumplido la mayor parte de la pena. Y aunque sea un avance mínimo, sí que mejora la posición relativa de los constitucionalistas. Aceptar los indultos, en fin, supondría para muchos la admisión de la derrota por parte del independentismo, y acentuaría la división en su seno. ¿Cómo oponerse a la posibilidad de una mejora, por nimia que sea, si además saca a 9 personas de la cárcel? Hay también buenas razones para apoyar los indultos sin necesidad de ser un felón, un vendepatrias o socio de número de la anti España.

Por otra parte, la oposición pública (y publicada) a los indultos adolece sobre todo de la falta de propuestas para solucionar un problema que es político y social y a veces legal, y que no se puede soslayar. No darlos solo haría que las sentencias se cumplieran, con las reducciones consabidas del tercer grado y las medidas de las prisiones. Y mientras la combinación de voto y sistema electoral arroje mayorías independentistas en el Parlament, seguiremos en las tablas mutuamente perjudiciales que definió Zartman. Desgraciadamente, tampoco está muy claro cuál es la propuesta del gobierno más allá de esta medida de gracia. ¿La fantasmal mesa de diálogo que está condenada o al fracaso o a concesiones imposibles y que devuelve a la orfandad a los catalanes no nacionalistas? ¿Un nuevo estatut que nadie quiere? La tan solemne conferencia de Sánchez en el Liceo no despejó ninguna incógnita. Así que en realidad no sabemos para qué lo damos ni para qué lo criticamos. No hay ningún plan con indultos ni sin ellos, más allá de un voluntarismo quizá admirable, quizá equivocado.

Llegados a este punto, y dado que los indultos se van a producir, quizá sea hora de centrarnos en elaborar ese plan, en pensar en el día después de los indultos, en cómo podemos sacar el máximo provecho de ellos, cómo pueden contribuir a regenerar la convivencia entre catalanes y entre las instituciones catalanas y españolas y que todos aprendamos a sobrellevar nuestras frustraciones sin pisotear los derechos de nadie. Porque en el fondo, como sabía Mairena, la culpa no la tienen los banquetes ni los indultos, la tiene el género humano.

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Miguel Aguilar (Madrid, 1976) es director editorial de Debate, Taurus y Literatura Random House.


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