La convención nacional del partido Republicano fue, como la de sus rivales demócratas, un largo festival televisivo que, a lo largo de cuatro noches, mezcló discursos en vivo con mensajes pregrabados de políticos, líderes y simpatizantes. Mientras los demócratas buscaron apelar a la esperanza, los discursos de los republicanos tuvieron al miedo como su hilo conductor. Miedo a perder el poder, reflejado en halagos exagerados, y por momentos desesperados, al presidente. Miedo ante la violencia de los disturbios raciales, reflejado en los constantes llamados a la mano dura. Y sobre todo, el miedo de mucha gente a cambiar de mentalidad, actitudes, lenguaje y prioridades ante el avance, no siempre amable, de la ideología progresista. Cuando el miedo llega, solo hay dos respuestas instintivas: pelear o huir. Trump y los suyos han decidido pelear.
El campo de batalla del populismo no son las ideas, sino las emociones. Los líderes populistas tienen que recordarle todo el tiempo al “pueblo” quiénes son parte de la “élite” malvada, en qué consiste su traición al “pueblo” y cuál es el castigo que merecen. En 2016, Trump usó esta fórmula y logró activar el resentimiento con cuatro frases simples y poderosas: “drain the swamp”, “lock her up”, “build the wall” y “make America great again”. Si echamos al establishment corrupto del gobierno (“secar el pantano”), castigamos a su malvada lideresa Hillary Clinton (“encarcélenla”) y protegemos nuestra patria de la contaminación de los extranjeros (“construir el muro”), entonces “haremos a Estados Unidos grandioso de nuevo”.
Es 2020, y Estados Unidos es todo menos grandioso. La falta de liderazgo presidencial los ha vuelto el país más afectado por la pandemia de coronavirus. Su economía está por los suelos; el desempleo por los cielos. Y la sociedad está polarizada y presa del encono racial, político y social, en buena medida por la retórica y las políticas trumpistas. Hablar de logros del gobierno o de las cualidades del liderazgo de Trump es casi imposible. Pero en esta isla de la posverdad, nada es demasiado absurdo ni demasiado exagerado.
Una de las principales líneas de discurso del partido es que se necesita mano dura para evitar que vuelvan los disturbios raciales que sacudieron a las principales ciudades este verano. El mensaje más llamativo en este sentido lo dio el matrimonio formado por Mark y Patricia McCloskey, quienes saltaron a la fama el 28 de junio, cuando salieron de su lujosa casa y apuntaron sus armas a unos manifestantes en Saint Louis, Missouri. La imagen de ese momento debería ser el retrato oficial del efecto corrosivo de la demagogia en una sociedad. Si eres republicano, “ellos” son los salvajes comunistas extremos que vienen a saquear tu casa, porque “odian a los que son como nosotros”. Si eres demócrata, “ellos” son los salvajes proarmas y racistas que quieren matarte, porque “odian a los que son como nosotros”. El mensaje pregrabado de los McCloskey le puso nombre, intención y narrativa trumpista al “ellos” y al “nosotros”:
Los demócratas no creen que el gobierno deba proteger a los ciudadanos honestos de los criminales, sino proteger a los criminales de los ciudadanos honestos. […] Estos radicales no se conforman con marchar en las calles: quieren marchar por los pasillos del Congreso. Quieren tomar el control. Quieren poder. Ese es el partido de Biden. Esta es la gente que estará a cargo de tu futuro y del futuro de tus hijos. […] No te equivoques: tu familia no estará segura en la América de los demócratas radicales.”
“Habitamos en un espectro más de identidades negativas, definidas exclusivamente por oposición al ‘otro’, que de ideologías históricas”, afirmó en un certero artículo Carlos Bravo Regidor. El mensaje de los McCloskey es un ejemplo del triunfo de la identidad sobre la ideología, que se repite en el discurso de aceptación de la candidatura a vicepresidente de Mike Pence. En apariencia, el texto reivindica los valores de patriotismo y defensa de la libertad individual contra la intervención del gobierno, conceptos que solían darle coherencia ideológica al Partido Republicano. Pero ese delgado barniz ideológico no resiste mucho escrutinio y rápidamente se revela el verdadero y burdo mensaje de Pence: Trump es un patriota grandioso. Dijo:
Reconstruimos a nuestras fuerzas armadas. Este presidente firmó el mayor incremento al presupuesto de defensa desde Ronald Reagan […]. Yo estuve ahí cuando Trump dio la orden de deshacerse del terrorista más peligroso del mundo, el general iraní que nunca lastimará a otro estadounidense porque Qasem Soleimaini se ha ido.
También es un presidente de sólidos valores provida, proarmas y prolibre mercado:
Hemos apoyado el derecho a la vida y a todas las libertades otorgadas por Dios consagradas en nuestra constitución, incluyendo la Segunda Enmienda, el derecho a poseer y portar armas. En lo económico […] aprobamos el mayor recorte de impuestos en la historia. Liberamos la energía estadounidense y peleamos por un comercio libre y justo. […] las empresas, grandes y pequeñas, crearon más de 7 millones de empleos bien pagados, incluyendo 500,000 empleos de manufactura en todo Estados Unidos. Las tasas de desempleo para los hispanos y afroamericanos son las más bajas de todos los tiempos. […] Hicimos a Estados Unidos grandioso de nuevo… y luego el coronavirus atacó desde China.
“Tan bien que íbamos”, parece lamentarse Pence. Y es que el virus, en efecto, borró de un plumazo los pocos logros que pudo haber presumido este gobierno. Sobre la pandemia, basta decir que, si uno le creyera al discurso del vicepresidente, no podría entender cómo Estados Unidos es el país que, con 4% de la población mundial, tiene un 25% de los contagiados y encabeza la estadística de fallecimientos. Lo único que Pence podría acreditar como logro es que “estamos en camino para encontrar la primera vacuna contra el coronavirus a finales de este año”, promesa que, aun si se cumpliera, podría llegar demasiado tarde para miles de personas.
“Pence parece estar interpretando el papel de un burócrata refinado, lo que tal vez sea su mayor habilidad.”, dice Rovin Ghavin en el Washington Post. Pero el burócrata bien portado se quitó los guantes y lanzó la línea de campaña contra Biden: “La cruda verdad es que tú no estarás seguro en la América de Joe Biden”.
Luego de tres días de esta retórica inflamatoria, no había muchas dudas sobre lo que diría Donald Trump en el cierre de la convención, pues era obvio que se iría agresivamente al ataque contra Biden en esta misma línea discursiva de “ley y orden” vs. “caos”. La organización de su evento estelar recibió severas críticas por usar como escenario la Casa Blanca, edificio histórico que representa al gobierno de todos, no al partido de unos. Pero Trump, maestro de la mercadotecnia, supo lo que quería proyectar y lo dijo en su discurso: “yo estoy aquí”, dijo señalando a la residencia presidencial, sonriente, “y ellos no”.
Más allá de la escenografía, el presidente habló con esa contradicción tan propia del populismo cuando es gobierno: referirse a los opositores como si fueran los más poderosos y, por lo tanto, los más amenazantes y peligrosos. Su largo y farragoso discurso (70 minutos) reiteró la narrativa en la que los demócratas han traicionado al “verdadero pueblo” de Estados Unidos. Y esta vez, añadió un pecado más a la lista: promover los disturbios raciales y destruir a la policía. Trump afirmó que si los demócratas ganan:
Destruirán los suburbios, confiscarán tus armas y nombrarán jueces que desaparecerán tu derecho constitucional a portar armas y otras libertades. Biden es un caballo de Troya para el socialismo. Si no tiene la fuerza para enfrentar a marxistas como Bernie Sanders y sus radicales, ¿cómo va a tener la fuerza para defenderte a ti?
Según Trump, si gana Biden –a quien mencionó 44 veces– liberará a 400 mil criminales y recortará el presupuesto para los departamentos de policía en todo el país, con lo que “nadie estará seguro” en un Estados Unidos gobernado por el demócrata.
Para completar su argumento, Trump incluyó en el discurso largas anécdotas de oficiales de policía caídos y se deshizo en halagos ante sus deudos, presentes en el evento. Los demócratas, afirma Trump, “están del lado de los anarquistas, agitadores, saqueadores, manifestantes violentos que queman banderas”. En cambio, “el partido Republicano seguirá siendo la voz de los heroes que mantienen al país seguro”.
Trump incluso se dio, con gran cinismo, el lujo de darle un raspón a Biden por la criticada conducta con las mujeres: “él abrazaba… y también besaba a los trabajadores” –hizo una pausa, miró al público y sonrió malicioso– “pero al final, votaba por tratados comerciales que se llevaban los empleos estadounidenses a China y a otros países”. La carrera de Biden, dice Trump, “ha estado del lado incorrecto de la historia”, porque aprobó el NAFTA y la entrada de China a la OMC, “que costaron a Estados Unidos 1 de cada 4 empleos en manufactura”.
Hiperbólico y sin respeto por la veracidad, el presidente planteó la elección como una decisión entre el “sueño americano” o “el socialismo” de los demócratas. Atribuye toda la mala fe en su contra a los medios de comunicación y al contraataque de la clase política, que no le perdonan que “en vez de ponerlos primero, puse a Estados Unidos primero”. Sus afirmaciones más audaces no resisten el análisis, como cuando dijo que él “ha hecho más por la comunidad afroamericana que ningún otro presidente desde Abraham Lincoln”, cuando sus acciones son mínimas ante lo alcanzado, por ejemplo, en el periodo de Lyndon B. Johnson.
De todo este show, me quedo con las palabras de Melania Trump, y ahora verán por qué. Con un discurso correcto y moderado, evidentemente preparado por redactores profesionales, la primera dama habló bien de sus cuatro años en la Casa Blanca. En la segunda parte del discurso trató de humanizar a su pareja y mostrarnos a un Donald Trump abnegado, trabajador y auténtico. Desde luego, no existe redactor ni orador en el mundo capaz de hacer ver entrañable a ese personaje sin sonar falto de cordura. Pero aún así, las palabras más interesantes de los discursos que escuché en esas cuatro noches son estas:
Todos sabemos que Donald Trump no guarda secretos sobre cómo se siente acerca de las cosas. La honestidad total es lo que los ciudadanos merecemos de nuestro presidente. Les guste o no, siempre saben qué está pensando, y eso se debe a que él es una persona auténtica que ama a su país y a su pueblo y quiere mejorarlo continuamente. Donald quiere que tu familia esté segura. Quiere ayudar a tu familia a tener éxito. No quiere otra cosa más que ver que este país prospere y por eso no pierde el tiempo jugando a la política.
Esto nos dice mucho, no de cómo Melania Trump ve a su marido, sino de cómo se ve el populismo a sí mismo: un movimiento cuya principal virtud es ser “auténtico” y “alejado de la política”. Catherine Fieschi, en el libro Populocracy: The tyranny of authenticity and the rise of populism, explica que el líder populista se presenta ante el “pueblo” exactamente “tal como es” y acepta al “pueblo” “tal cual es”. Ambos se identifican por sufrir el rechazo de las élites, lo que crea un vínculo sentimental que le permite al líder populista “decir mentiras escandalosas” o “decir verdades de manera escandalosa” para irritar a esas élites. Los seguidores pueden pasar por alto las mentiras, o incluso fingir que las creen, porque son transgresiones que los reivindican emocionalmente. Cuando esto sucede, cuando parte de la sociedad sabe que su líder está mintiendo, pero no le importa, entramos al terreno de la posverdad: la sustitución de hechos y datos por opiniones y emociones.
Como señala la periodista y escritora turca Ece Temelkurian: “una grieta se abrió en el continente de la verdad, dividiéndolo en islas de realidades separadas. Nosotros, como humanidad, ya no compartimos la misma verdad única, lo que significa que las tragedias de los otros no generan necesariamente una respuesta emocional en nuestra propia isla de realidad.”
((Ece Temelkuran, How to lose a country: The 7 steps from democracy to dictatorship. Harper Collins Publishers. Edición de Kindle, pp. 91-92.
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Así, en ese archipiélago de realidades separadas, los habitantes de la isla de la posverdad de Trump ofrecen a Estados Unidos cuatro años más de escándalo, caos, furia, abuso de poder y conflicto disfrazadas de orden, patriotismo y respeto por la legalidad. La pregunta no es si los votantes elegirán esta vez con la cabeza y no con las vísceras. La pregunta es quién tocará mejor las emociones de más electores: Joe Biden o Donald Trump. Estos son los tiempos que nos tocó vivir.
Especialista en discurso político y manejo de crisis.