Son aproximadamente las 4 de la tarde del 15 de noviembre en la Ciudad de MĆ©xico. Afuera de la embajada de Cuba en MĆ©xico, un grupo formado mayormente por mexicanos que apoyan el rĆ©gimen cubano grita āEsta calle es de Fidelā. A pocos metros, otro grupo de mayorĆa cubana grita āLibertadā, āPatria y Vidaā, lee los nombres de cientos de presos polĆticos y alza carteles que dicen āCivismo Vs Violenciaā y āSi ellos no pueden salir, nosotros salimosā. Este Ćŗltimo grupo es parte de las manifestaciones que se realizaron en decenas de ciudades del mundo para apoyar, desde la diĆ”spora, el llamado a una manifestaciĆ³n por el cese de la violencia estatal, la libertad de los presos polĆticos y los cambios necesarios en Cuba.
La consigna āEsta calle es de Fidelā, repetida por personas que mayoritariamente no han vivido la realidad de Cuba y que, por nostalgia o por conveniencia, se identifican mĆ”s bien con la narrativa del Estado cubano, expresa de forma muy nĆtida el agotamiento de esa narrativa. De inicio, porque ya es muy claro que no es la narrativa de la RevoluciĆ³n, puesto que la RevoluciĆ³n no existe, sino de un rĆ©gimen autoritario y tirĆ”nico, con todos los visos totalitarios de control total sobre la sociedad.
Por otra parte, porque que la calle es, en Cuba, de Fidel y de los ārevolucionariosā, no ha sido nunca una metĆ”fora. El mismo dĆa 15 se demostrĆ³ āestas demostraciones no cesanā que el espacio de la disputa polĆtica en Cuba es el espacio fĆsico de la calle y que las fuerzas represivas estĆ”n dispuestas a hacer lo que sea necesario para no perder el control sobre el mismo. Mucha de la propaganda mediĆ”tica y de la educaciĆ³n estatal en la isla han estado orientadas durante dĆ©cadas a convencer a cubanos y cubanas de que una proposiciĆ³n excluyente y claramente violatoria de los derechos humanos es legĆtima. Se ha logrado sobre la base de presentar a esos ārevolucionariosā abstractos, a quienes la calle pertenece, como el pueblo, en una operaciĆ³n que en lo discursivo se presentaba como una revoluciĆ³n popular que ocupa el Estado, y en la prĆ”ctica ha sido la instauraciĆ³n del control total del Estado sobre la sociedad.
Cuando ese sentido de propiedad de unos y exclusiĆ³n de otros es vocalizado con la intenciĆ³n concreta de impedir, ocupando el espacio fĆsico, que voces contrarias se manifiesten, la obviedad del asunto elimina de cuajo la mĆtica sobre la que se sostiene el autoritarismo cubano. El postotalitarismo puede resultar muy surrealista, o directamente esquizofrĆ©nico. AƱadamos que ese grito se repetĆa frente a la embajada, en el barrio de Polanco, una colonia de clase alta de la Ciudad de MĆ©xico que no podrĆa servir, sin torcer demasiado las cosas, para ilustrar imagen alguna de revoluciĆ³n popular o de los humildes, por los humildes o para los humildes.
Pero en MĆ©xico fue posible manifestarse, aun con el acoso del grupo de apoyo del rĆ©gimen cubano, con mediaciĆ³n de dos cordones policiales, con apoyo de organizaciones de derechos humanos, con prensa que visibilizĆ³ la situaciĆ³n y permitiĆ³ explicar quĆ© se disputaba frente a la representaciĆ³n diplomĆ”tica.
En Cuba, de donde saliĆ³ la convocatoria a la manifestaciĆ³n del 15 de noviembre, no. La esquizofrenia post totalitaria se acompaƱa allĆ de altĆsimas cuotas de represiĆ³n, que es incluso āpreventivaā. Por si no fuera bastante violatorio reprimir la manifestaciĆ³n pĆŗblica, todavĆa hay un nivel siguiente: reprimir la intenciĆ³n de salir a manifestarse. PrĆ”cticamente todos los que habĆan anunciado la intenciĆ³n de salir fueron secuestrados por la policĆa; algunos, como Daniela Rojo y Osmel GonzĆ”lez Darlington, siguen desaparecidos (hasta el mediodĆa del 16 de noviembre), con el agravante de que sus perfiles de Facebook han sido borrados, al parecer para impedir la movilizaciĆ³n en redes por su liberaciĆ³n.
SegĆŗn la iniciativa Justicia11J, que desde el 11 de julio pasado recopila informaciĆ³n y da seguimiento sobre los detenidos de las manifestaciones, solo el 15 de noviembre fueron detenidas 26 personas; la mayorĆa no pudo ni siquiera salir de su casa. En la maƱana del 16, algunas han comenzado a ser liberadas. El objetivo era claro: impedir la manifestaciĆ³n.
La represiĆ³n se acompaƱa siempre, y las jornadas de los Ćŗltimos tres dĆas lo han explicitado (de nuevo), de dos fenĆ³menos que no son tan reconocibles para quien no ha experimentado directamente la vida cotidiana en el totalitarismo. Por una parte, va de la mano de actos de repudio, que caracterizan la acciĆ³n del rĆ©gimen cubano de la manera mĆ”s vergonzosa posible. Personas comunes son acarreadas a la casa de algĆŗn opositor, disidente o crĆtico para gritar, ofender, y denigrar a la persona ante sus vecinos y la opiniĆ³n pĆŗblica. Los actos de repudio tienen un largo historial que contempla en su repertorio tambiĆ©n los golpes y los arrastres de las personas. Expresan mejor que nada la combinaciĆ³n de un fuerte adoctrinamiento con la complicidad voluntaria o coaccionada de personas comunes que sirven al aparato represivo del Estado para extender sus tentĆ”culos hacia los espacios familiares y vecinales. En estos dĆas ocurrieron varios; entre ellos contra Yunior Aguilera, Saily GonzĆ”lez y Miryorli GarcĆa.
Los contenidos de las ofensas en los actos de repudio son idĆ©nticos a los que utilizan las campaƱas de criminalizaciĆ³n de la televisiĆ³n estatal: quien disiente es descrito siempre como un enemigo, agente del imperialismo, mercenario que no tiene ideas sino sed de dinero; casi un delincuente que por tal razĆ³n tiene menos derecho a la dignidad y al respeto que el resto de sus compatriotas; alguien que merece, porque su cualidad humana no lo hace completamente humano, ser vilipendiado, excluido, encarcelado, incluso muerto. Y es igual tambiĆ©n el exceso de suposiciones presentadas como ciertas y el defecto de evidencias. Muchas de tales āevidenciasā son tremendamente endebles y, analizadas con seriedad, no conducen a creer que los organizadores del 15N son agentes del imperialismo, sino que los medios estatales estĆ”n construyendo una narrativa ficticia para distraer la atenciĆ³n de la legitimidad de un reclamo cĆvico y pacĆfico.
Por otra parte, la represiĆ³n tiene un lado āproactivoā; uno que funciona como la cara luminosa de la moneda. De ese lado, hay jĆ³venes ārevolucionariosā, como los āpaƱuelos rojosā que ocuparon el Parque Central de la Habana entre el 12 y el 14 de noviembre con tiendas de campaƱa, mĆŗsica, discursos e incluso caminaron por la Habana Vieja llevando sus consignas. Son jĆ³venes que lucen como cualquier joven en protesta en cualquier paĆs latinoamericano. Y lo serĆan de no ser porque a ellos se les permitiĆ³, ya que apoyan directamente al gobierno cubano, ocupar el espacio pĆŗblico. En contraste, en la cara oscura de la moneda, decenas de jĆ³venes eran privados (en el mismo perĆodo de tiempo) de su derecho a la libre expresiĆ³n, la manifestaciĆ³n e incluso de la libertad. AquĆ puede producirse un conveniente equĆvoco (y los organizadores de estas puestas en escena lo saben claramente y recurren a Ć©l para extraer capital polĆtico): el de ver en los āpaƱuelos rojosā cuya manifestaciĆ³n fue permitida (u organizada) por el Estado la imagen de jĆ³venes cuya Ćŗnica diferencia con los otros es ideolĆ³gica. Esto serĆa, nuevamente, un error rayano en la complicidad.
No es la ideologĆa lo que hace que unos puedan ocupar el Parque Central y otros tengan por destino la cĆ”rcel o el exilio. La diferencia es que los primeros sostienen el rĆ©gimen existente āy por tanto no ejercitan derechos, sino los privilegios que tal filiaciĆ³n les otorgaā, mientras los segundos no tienen derecho alguno y son vĆctimas de la discriminaciĆ³n polĆtica estructural y constitutiva del rĆ©gimen.
La calle no puede seguir siendo solo de los ārevolucionariosā. Un gobierno que pretende adueƱarse incluso de la calle, que es la forma mĆ”s literal y pedestre de apropiaciĆ³n de la vida colectiva, puede sostenerse durante un tiempo āpara eso existen la propaganda, aquella complicidad de apariencia inocua que Hanna Arendt llamaba āla banalidad del malā y las fuerzas represivasā pero no para siempre.
En contraposiciĆ³n a ello surge un nuevo sentido comĆŗn, hecho de rosas, manos que asoman en la ventana de una casa cercada por la policĆa, personas que sonrĆen frente a las turbas de repudio, sĆ”banas blancas colgadas en ventanas, fotos en redes sociales vestidos de blanco, amigos que acompaƱan en las manifestaciones fuera de Cubaā¦ Mil y una formas de superponer, a la oscuridad autoritaria, la luminosidad de un deseo: que podamos tener un paĆs en el que pensar diferente no constituya un delito y en el que tengamos derecho a tener derechos.
es investigadora y escritora de origen cubano. Candidata a doctora en Estudios Mesoamericanos por la UNAM. Escribe regularmente sobre temas de la realidad cubana en revistas de anĆ”lisis y divulgaciĆ³n, y sobre temas diversos en caminero1320.wordpress.com.