Daños a la democracia

La elección de gobernador del Estado de México es ya el ejemplo más claro de cómo la clase política mexicana ha atropellado la democracia y sus procesos. La semana pasada fue un suplicio.
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Yo no sé si a final de cuentas habrá una alianza opositora en el Estado de México. No sé si la candidatura de Luis Felipe Bravo Mena será solo testimonial: un ardid para hacer del panista un cordero de sacrificio por allá de las últimas semanas de junio. Tampoco sé si Alejandro Encinas, a quien todo mundo alaba por su admirable congruencia, tiene pactada (cosa casi imposible) su propia dimisión en el caso de que Luis Felipe salga más bravo de lo esperado y se quede con el segundo lugar. No sé, en suma, si habrá una alianza de facto, eufemismo muy mexicano para calificar un acuerdo en el que dos partidos pretenden estar más interesados en la mentada coherencia ideológica que en la persecución del poder para, en el último minuto de juego, asumir exactamente lo contrario frente al electorado. Tampoco sé cómo reaccionará Eruviel Ávila, el aspirante del PRI, ungido candidato de unidad, otro eufemismo tan mexicano que en realidad quiere decir “aspirante electo por los designios del caudillo local”. Desconozco también si el triunfo del candidato de unidad de este o aquel partido beneficia las aspiraciones de Peña Nieto, Ebrard, López Obrador, Josefina Vázquez Mota o quienquiera que sea.

Lo que sí sé es que la elección de gobernador del Estado de México es ya el ejemplo más claro de cómo la clase política mexicana ha atropellado la democracia y sus procesos. La semana pasada fue un suplicio. Después de haber gastado 4 millones de pesos del presupuesto de los partidos (eufemismo que quiere decir mi dinero y el suyo, querido lector); después de haber conseguido la aprobación de la famosa alianza; después de someter a los mexiquenses a semanas de giras, arengas, gritos y sombrerazos… el PRD y el PAN prácticamente anunciaron que siempre no. Seguramente, tras quedarse sin margen de maniobra, Marcelo Ebrard metió reversa y abrazó a Alejandro Encinas, el Gran Congruente de las izquierdas, quien no tardó en anunciar que nunca iría en alianza con el PAN… aunque no vería mal que su contrincante panista declinara en su favor dentro de unas semanas. El panista en cuestión, el señor Bravo Mena, se dijo listo para la contienda. En W Radio le pregunté si, dadas las condiciones y los tiempos, donaría sus votos a Encinas. Su respuesta fue cantinflesca. Dijo que no, pero que sí; que no lo descarta, pero que en una de esas quién sabe. Luego se indignó.

Todo esto sería cómico si no fuera trágico. Contra lo que los partidos políticos pretenden hacernos creer, la paciencia de todo electorado tiene un límite. Y aunque es verdad que a los mexicanos nos falla a veces la memoria, no somos idiotas. Somos, por el contrario, fáciles para la sospecha y el recelo. A lo largo de estos años de pobreza en el discurso y el desempeño de los políticos, los votantes mexicanos han comenzado a desconfiar de la democracia. A fuerza de oír descalificaciones y presenciar pisoteos, la gente duda ya de las reglas e instituciones que, en la más dramática paradoja, ayudaron a crear. ¿Y cómo podría ser de otra manera si los actores políticos son los primeros en burlarlas? En México no progresan las reformas políticas, no se promueven debates de primer mundo y, para colmo, se limita la libertad de expresión de los particulares. En México, el proceso de la democracia no es más que una vía sujeta a continua modificación, a un abuso constante para alcanzar el poder.

Nuestra democracia sobrevivió de milagro la avalancha de 2006. No ocurrirá lo mismo si, en 2012, no hay un esfuerzo consciente por proteger sus engranes esenciales: la forma de elección de los candidatos, el diálogo en campaña, la participación ciudadana, la lúcida y honesta defensa de los proyectos y la ideología, la probidad de la votación. Seguir tratando como lerdos manipulables a los electores puede tener consecuencias desastrosas.

Además, exijo a las autoridades federales y locales que esclarezcan el crimen múltiple en que fue asesinado Juan Francisco Sicilia Ortega, hijo del poeta Javier Sicilia.

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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