De Ermua, Bildu y el fascismo en Euskadi

En Euskadi, el fascismo tiene un rostro identificable porque se esconde a plena luz del día: en la Korrika, en los ongi-etorris, en las txosnas de las fiestas, en las Herriko Tabernas.
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Ha sido como un despertar repentino, de esos que espantan y duelen un poco, cuando la respiración se agita y el sudor empapa las sábanas. Otro despertar. Esta vez me ocurre al leer un editorial, tan alejado de lo que siento y pienso, de lo que sé, que es como una aguja que penetra poco a poco en la carne tierna hasta violentar el hueso. “Ermua es de todos”, leo, para descubrir en la lectura que lo que allí se dice, tras la coartada de las sentidas palabras sobre la memoria, es que olvidemos, que nos traguemos el sapo, que no importa que el Presidente de mi país acuda allí a aleccionar así a quien tanto ha sufrido y sufre, a tutearles (“Estimada Marimar”, le oigo decir) mientras ofrece, justo donde no hay que hacerlo, la victoria simbólica del lenguaje a cambio de unas migajas. “Si hoy España y Euskadi son dos países libres…”, escucho. Precisamente allí, en el homenaje de un asesinado, frente a las víctimas de la mafia que mató, secuestró y extorsionó a tantos y nos amenazó a todos y que, aún hoy, no se arrepiente de su pasado, la mafia terrorista que mató para escuchar precisamente eso. Pero de eso no habla el editorial.

Bildu no es Sortu, leo, un inciso deliberado que actúa en mí como una carga de profundidad. Cualquiera que escriba sabe que el lugar elegido no es inocente: se coloca allí, con precisión quirúrgica, justo antes de exigir que quienes siguen justificando y comprendiendo la acción de los matarifes den un paso más y se alejen de su pasado. Sortu, no Bildu, un matiz importante que hace que estén libres de pecado. Cambiar el significante es una táctica habitual de la propaganda. Porque si es Sortu y no Bildu, estos no son responsables, nada tienen que ver con aquellos que coreaban las muertes de sus vecinos y son, al fin, socios legítimos, demócratas, progresistas bienintencionados. Pero Sortu es el corazón de Bildu y lo sabe bien quien ha decidido negarlo así, tan deliberadamente. Lo que nos dice es que le da igual, que lo importante es no contribuir al desgaste del Gobierno, del Presidente, de sus socios parlamentarios. Sí, de esos socios.

Y es entonces cuando llega la punzada. Porque lo cierto es que, en esto, me siento demasiado solo, y comprendo que quizás es eso lo que el editorial ha querido decirnos, que no hay espacio a la izquierda para quienes no queremos banderas ni tribus, ni patrias ni matrias. La oferta es de todo o nada y el producto viene envuelto para que lo consumamos entero. Hemos de tragar con el relato falsario de la opresión identitaria porque, de nuevo, dicen, viene el lobo reaccionario marchando presto con su paso de la oca. Pero yo he visto al lobo y lo conozco bien. Sé que aquí, en España, en Euskadi, el fascismo tiene un rostro identificable porque se esconde, como siempre, a plena luz del día: en la Korrika, en los ongi-etorris, en las txosnas de las fiestas, en las Herriko Tabernas, en la sonrisa ladina de esa portavoz de Bildu que hoy da lecciones de democracia y exige memoria. Memoria, nada menos. Y es ahí donde comprendo el titular, la extraña paradoja de su exactitud. “Ermua es de todos”, claro, porque hasta eso nos han quitado. Ermua es, por fin, de todos. De todos ellos.   

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(Bilbao, 1979) es profesor de Marketing y Narrativa Digital en el IED y la Universidad de Nebrija. Fundador y director en España de la agencia Tándem Lab.


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