Según las agencias de inteligencia de Estados Unidos, la respuesta es sí. La CIA, el FBI y la NSA aseguran que hubo interferencia real del gobierno ruso en las elecciones presidenciales de noviembre de 2016 por tres vías:
- Robo de información (hackeo) de servidores de cómputo del Partido Demócrata y difusión de mensajes privados para manchar la reputación del partido y de su candidata Hillary Clinton.
- Esfuerzos abiertos de propaganda anti Obama y anti Clinton por parte de Russia Today (RT), el canal de TV por cable patrocinado por el Kremlin.
- Compra de anuncios y uso masivo de bots y trolls en Facebook y Twitter para enviar mensajes a segmentos específicos del electorado.
El objetivo era dañar la imagen de Hillary Clinton ante el electorado y, por efecto, ayudar a Donald Trump a llegar a la Casa Blanca. La motivación del gobierno ruso era doble. Por un lado, descarrilar la llegada al poder de una potencial adversaria de Vladimir Putin. Por el otro, alentar la división de la sociedad estadounidense para desestabilizar social y políticamente a ese país, y así evitar que interfiera con sus intereses. Se presume que el mismo objetivo lleva a Rusia a realizar acciones similares en contra de naciones occidentales aliadas de Estados Unidos. De ser así, estaríamos viviendo, por lo menos, una nueva Guerra Fría.
¿Puede esto afectar a México? Geopolíticamente siempre hemos sido un blanco importante para quien busca afectar intereses estadounidenses. Y si nos atenemos a lo que dicen los medios, el hackeo ya está ocurriendo. El INE ha reportado actividad inusual desde servidores en Rusia contra su sitio web del voto en el extranjero. También tenemos a RT en México, un canal que apoya abiertamente a regímenes anti Estados Unidos (muy notablemente la Venezuela de Maduro) y tiene una línea editorial pro Andrés Manuel López Obrador. Esto no sería ningún problema si RT fuera un medio de comunicación independiente, pero en realidad es un agente promotor de los intereses del gobierno ruso. En esos dos frentes hay riesgos que no deben subestimarse.
Por lo que hace a la compra de anuncios, bots y trolls, esta es una práctica que ya ocurre todos los días en México por parte de actores políticos nacionales, candidatos y gobiernos incluidos. Cualquiera que navegue por las redes verá sitios que se han fortalecido enormemente diseminando noticias distorsionadas o falsas que levantan la indignación de quienes las leen, alimentando sus prejuicios.
A la fecha, no hay forma de saber si este método de intervención en las opiniones políticas de la gente es realmente eficaz. La ciencia todavía no demuestra más allá de toda duda si un anuncio o una serie de anuncios puede definir una elección y cómo podría hacerlo. De hecho, sólo hay dos clases de personas que dicen que un anuncio puede persuadir a la gente para votar a favor o en contra de un candidato: los que venden esos anuncios y los candidatos perdedores.
Investigaciones recientes sugieren que los mensajes de las campañas políticas no son un factor clave para persuadir al elector o hacerle cambiar de opinión, sino que sirven como un refuerzo de posturas e ideas ya existentes. Es decir, lo que puede hacer una buena campaña es movilizar a quienes ya piensan de cierta forma para que vayan a votar de acuerdo a sus creencias. Esto no es poca cosa, porque efectivamente, en contextos de elecciones polarizadas y competidas, y sin voto obligatorio, sacar de casa a un porcentaje de votantes apáticos y lograr que se presenten en las urnas puede tener impacto en el resultado.
En México nuestros políticos viven todavía en los años noventa y tienen un marcado fetichismo por la propaganda de radio y televisión, a la que le atribuyen propiedades mágicas. En especial desde el 2006 vivimos bajo la creencia de que un anuncio de TV puede cambiar el resultado de una elección, debido a la polémica legal y política por los spots de campaña contra el candidato perdedor. Tanto se cree en el poder mágico del spot, que hicieron una ley electoral censora y restrictiva que a su vez creó un monopolio del Estado para la transmisión de la publicidad política. El resultado son spots que no le cuestan a los políticos y, por lo tanto, no son usados como oportunidades estratégicas para colocar mensajes a lo largo de una campaña, sino como espacios que deben llenarse para bombardear a la audiencia con contenidos de dudosa calidad.
Lo novedoso de los anuncios en Facebook y Twitter no sería entonces su capacidad para incidir en el humor de todo el electorado, sino que están diseñados quirúrgicamente para llegar a audiencias específicas en momentos específicos. Así, se podría diseminar información que desmovilice a electores de cierto perfil en ciertos municipios (por ejemplo, alarmas falsas de hechos de violencia que infundan miedo a salir a votar) y al mismo tiempo activar a otro tipo de electores en otros municipios (con noticias falsas sobre tendencias del voto). Todo ello podría hacerse durante la llamada “veda” o incluso el mismo día de la elección, sin que las instituciones reguladoras (INE, FEPADE y Tribunal Electoral) puedan hacer nada.
Ese es un escenario muy malo. El otro es todavía peor: tal vez no necesitemos a los hackers rusos para esparcir noticias falsas y crear división en la sociedad mexicana. Tampoco los necesitamos para manipular sentimientos negativos y debilitar la confianza del pueblo en la democracia. Ese trabajo ya lo están haciendo los partidos políticos y sus dirigentes y buena parte de nuestros gobernantes, con ayuda de medios de comunicación dependientes del presupuesto público y, desde luego, con la complicidad de una ciudadanía poco dispuesta a recibir información que cuestione sus propios prejuicios. Como dicen que dijo Voltaire: “Dios mío, cuídame de mis amigos, que de mis enemigos me cuido yo mismo”.
Especialista en discurso político y manejo de crisis.