Desde hace semanas se crítica a la pasividad del Gobierno y su mala estrategia de comunicación para contrarrestar la propaganda independentista, mucho más profesional, eficaz y concienzuda. Existe, además, algo que Antonio Muñoz Molina planteaba días atrás en un artículo titulado En Francoland: la resistencia de una parte importante de la opinión cultivada, en Europa y América, y sobre todo entre las élites universitarias y periodísticas, a dejar atrás la visión sombría de España, con un apego perezoso a los estereotipos y en especial la herencia de la dictadura. Se ha apuntado particularmente al entorno anglosajón, sobre todo con visiones moduladas desde el entorno latinoamericano. Un ejemplo es Jon Lee Anderson. Muñoz Molina se refería en su artículo a este último: “Hasta el reputado Jon Lee Anderson, que vive o ha vivido entre nosotros, miente a conciencia, sin ningún escrúpulo, sabiendo que miente, con perfecta deliberación, sabiendo cuál será el efecto de su mentira, cuando escribe en The New Yorker que la Guardia Civil es un cuerpo paramilitar”. Anderson ha descalificado a Muñoz Molina: dice que es “tan troll como Trump”. Sin embargo, su artículo The Increasingly Tense Standoff Over Catalonia’s Independence Referendum, publicado en The New Yorker pone en evidencia manipulaciones y mentiras que distorsionan el 1-O. A continuación, una traducción a vuelapluma con acotaciones sobre su versión distorsionada de la realidad.
“Los derechos del voto han estado bajo asedio en los Estados Unidos en los últimos años […] Pero ningún ciudadano aquí o en ninguna democracia espera que la policía les ataque si intentan votar. Y eso es lo que sucedió el domingo en la región española de Cataluña,
[La apertura de todo texto es clave y esta es la invitación de Anderson al lector para fijar el marco mental con que enfrentarse al asunto: Si el lector estadounidense se hace cargo de la degradación que entrañan los fraudes y anomalías electorales en USA, en España la cosa es mucho peor porque la policía puede atacar a quien desea votar. Al escribir: “Ningún ciudadano aquí o en ninguna democracia…” ya cuestiona que esto sea una democracia homologable. Evita mencionar, por supuesto, que se trataba de una convocatoria fuera de la ley en un Estado democrático]
donde miles de miembros de la fuerza paramilitar de la Guardia Civil y la policía antidisturbios fueron desplegados por el gobierno central de Madrid
[Muñoz Molina ya señalaba este detalle. Aunque paramilitar tenga matices más amplios en inglés, la Guardia Civil se define como institución armada de carácter militar con funciones de seguridad. Le bastaba con Wikipedia. Pero naturalmente era mucho más sugerente ‘paramilitar’ por su evocación literaria tendenciosa]
para evitar que los catalanes celebren un referéndum “ilegal” sobre la independencia de España.
[Es interesante el detalle de entrecomillar “ilegal” cuando al fin decide mencionar el dato. Anderson, en su relato, asume numerosos hechos, pero se ve que no acepta que la ilegalidad sea un hecho, y por eso lo entrecomilla para convertirlo en una opinión. En definitiva, desdeña la autoridad del Tribunal Constitucional de un Estado europeo que declaró por unanimidad la inconstitucionalidad de la ley del referéndum aprobada por el Parlament de Catalunya]
La policía enmascarada y con casco usó spray de pimienta y tiró a la gente al suelo, pateando y golpeando a algunos, y arrastrando a otros por el pelo. Las redes sociales se llenaron rápidamente con imágenes de votantes ensangrentados y maltratados. Cualquiera que fuera la legalidad declarada de la acción, no solo se aplicó una impactante muestra de violencia oficial contra civiles en su mayoría pacíficos y desarmados, sino una expresión extraordinaria de disonancia cognitiva: ¿desde cuándo los gobiernos europeos evitaron que sus ciudadanos voten?
[Tras crear un escenario de horror, por cierto sin aludir a que muchas de esas imágenes ya se sabía que eran bulos, sugeriere algo falso: el Gobierno impide votar en Cataluña. En realidad los catalanes ya han votado en casi cuarenta ocasiones desde la Transición. Lo que se impide es la celebración de un referencum declarado ilegal. Es decir, se trata de un Gobierno que actúa para aplicar la Ley, y hace uso de la fuerza, discutible en su intensidad y oportunidad, pero en definitiva una atribución del Estado en cualquier democracia]
En cierto modo, los acontecimientos del domingo fueron la crónica de un desastre anunciado. Los sentimientos secesionistas se han estado articulando a lo largo del tiempo en Cataluña, un antiguo principado que fue anexionado por el Reino de Castilla en 1714, durante la Guerra de Sucesión española, y que desde entonces ha mantenido una autonomía de ida y vuelta.
[Ah, 1714, el mito. Anderson usa la historia sin conocerla o falseándola. Se acoge al término medieval de ‘principado’, que dejó de usarse en la primera mitad del siglo XIX, y genera el imaginario mendaz de que era un territorio independiente que fue anexionado. Sobre esto, es recomendable la «Historia Mínima de Cataluña (Turner, 2015) de Jordi Canal –profesor en la reputada École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS) de París– para entender que “Cataluña nunca ha sido una nación”]
Bajo el general Francisco Franco, quien dirigió España como una dictadura fascista desde 1939 hasta 1975, la autonomía de Cataluña fue suprimida, y la lengua catalana fue prohibida.
[De 1714 a Franco. Anderson, con un seguidismo evidente del argumentario propagandístico del independentismo, va a reducir la Historia a dos hitos: 1714 y Franco.]
(La región también fue el sitio donde estuvo el último territorio de la República en la brutal guerra civil en España, y los catalanes pagaron un alto precio por su resistencia: miles fueron encarcelados y ejecutados después de que las fuerzas de Franco derrotaron a los republicanos).
[Anderson debería ampliar sus lecturas para tener una comprensión más elaborada de la Guerra Civil, sin duda brutal. Cataluña, donde la represión republicana también fue durísima, no es una excepción. En todo caso, allí había diferentes bandos republicanos y también había franquistas. Todos los españoles pagaron un alto precio Y la última región en caer en la Guerra Civil fue Madrid, no Barcelona]
En los últimos años la idea de una nación independiente ha cautivado a un gran número de personas. El ánimo nacionalista se ha visto exacerbado por la insatisfacción con la participación del presupuesto nacional en Cataluña: región con una población de siete millones y medio de habitantes, y Barcelona como capital, Cataluña es la potencia económica de España y produce alrededor de un quinto de PIB pagando una cantidad significativa de impuestos.
[La confusión habitual: las regiones no pagan impuestos, sino las personas. Y se trata de redistribuir la riqueza. Cataluña siempre ha defendido un trato fiscal privilegiado, pero el argumentario independentista ha sido muchas veces exagerado o falaz, como han demostrado Josep Borrell y Joan Llorach en Las cuentas y los cuentos de la independencia (Catarata, 2015)
La decisión, en 2010, del Tribunal Constitucional de España de privar a Cataluña de su designación previamente otorgada como una “nación” dentro de la monarquía constitucional fue, para muchos catalanes, el punto de inflexión.
[El Tribunal Constitucional no modificó el término “nación” del preámbulo del Estatut, porque consideró que no tenía valor jurídico, y solo se modificaron una docena de artículos]
El primer ministro español, Mariano Rajoy, un veterano del Partido Popular, partido fundado por los discípulos políticos de Franco,
[Ajá, la insistencia en Franco, el imaginario de Fracoland. No falta un perejil. Ciertamente Alianza Popular podía merecer esa definición, no tanto el Partido Popular, una refundación en 1989 del partido conservador para modernizarse con una línea moderada. Décadas después, mantener la conexión con el franquismo parece torticero, pero es la estratagema de Anderson para nutrir su imaginario]
que fue elegido en 2011, ha llamado reiteradamente a la campaña independentista “ilegal”, “inconstitucional” e incluso un intento de “golpe de Estado”. Su principal enemigo catalán es Carles Puigdemont, un experiodista que se convirtió en el presidente regional el año pasado y que desde hace mucho tiempo ha sido partidario de la independencia; recientemente dijo que no hay “nada” que el Estado español pueda hacer para disuadirlo de la campaña, incluido ponerlo en la cárcel.
[Anderson aquí insiste en que es el partido de los discípulos de Franco el que lo califica de “ilegal” o “inconstitucional”, en lugar de referirse al Tribunal Constitucional de un Estado democrático. Y deja retratado al par protagonista: ‘el dirigente del partido de los discípulos de Franco’ frente a ‘el patriota valiente y tenaz’. Todo muy ecuánime.]
En un referéndum anterior no vinculante sobre la independencia, celebrado en 2014, 2,3 millones de catalanes votaron, y se estima que el noventa y dos por ciento apoyó la idea. Pero con solo una minoría de la población participante, el resultado no fue concluyente. Sin inmutarse, el parlamento catalán aprobó un plan para la secesión, por una estrecha mayoría, al año siguiente. El Tribunal Constitucional de España falló en su contra, pero el Gobierno de Cataluña, ahora comprometido con la independencia, declaró su determinación de proceder.
[Tampoco menciona que los promotores de aquella consulta, que él presenta como un referéndum, están condenados por el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña. Y asimismo elude mencionar que el plan de la secesión llevado a las urnas plebiscitariamente no alcanzó el 50% de los votos. Ni siquiera se mencionan, y es trascendental, las irregularidades para sacar adelante el referéndum en las sesiones del 6 y 7 de septiembre, donde se vulneró escandalosamente la legalidad. Enric Juliana, escribía en La Vanguardia: “Aprobar una ley que en la práctica cancela el Estatut y que abre la puerta a la ruptura unilateral de un Estado miembro de la Unión Europea sin apenas margen para el debate parlamentario no es precisamente un homenaje a la democracia liberal”.]
Y así sucedió el domingo. A los votantes se les hizo una sola pregunta: “¿Quiere que Cataluña sea un Estado independiente en forma de república?”. Según las autoridades catalanas, a pesar de la intervención policial, la confiscación de urnas y el cierre de antemano de algunos centros de votación, votaron más de dos millones de catalanes, un 43% del censo, y un 90% de ellos votó que sí a la independencia.
[Una vez más se desdibuja el Estado de Derecho, para plantear un pulso entre la presión por la fuerza y la determinación democrática de los independentistas]
El domingo por la noche, Rajoy habló en la televisión nacional y alabó los acontecimientos del día en una disertación de obtusidad ibérica vintage
[Todo un detalle: frente a la Cataluña de la libertad, siempre queda margen para la insidiosa descalificación de España o de Castilla o de lo ibérico]
Celebró el hecho de que el “Estado de Derecho” español hubiese prevalecido, y agradeció sus acciones a las fuerzas de seguridad. Describió el referéndum como un “grave ataque” a la democracia española que debía ser impedido. La frase que usó realmente fue “no se podía mirar para otro lado”.
[Nuevamente el uso de la comillas, aquí para Estado de Derecho, que al quedar atribuido, él pone en cuarentena. Trata a España, en el mejor de los casos, como una democracia bajo sospecha]
Rajoy no mencionó a las personas que habían resultado heridas: había casi novecientos, incluidos dos que estaban gravemente heridos, un hombre que perdió un ojo por una bala de goma y varias mujeres que acusaron a los policías de haber abusado sexualmente de ellas. (Alrededor de una docena de policías resultaron heridos).
[Anderson, tan celoso en no aceptar otros hechos, asume la cifra de heridos de la Generalitat; cifra poco verosímil sobre la que alertaría Peter Preston, ex director de The Guardian, por las ‘fake news’. Un juez rebajó eso considerablemente. En cambio, Anderson ni siquiera plasma el dato oficial de heridos entre las fuerzas de seguridad, y se acoge a la cifra provisional más baja. Más que tomar partido, aquí actúa de agente propagandista]
Si bien hubo una reacción pública en general sorprendida por la violencia, muchos españoles no catalanes han defendido la acción policial como legal, siguiendo las justificaciones de Rajoy, o lamentaron la “torpeza” de la policía, pero culparon a los catalanes por provocar primero esa situación. Amnistía Internacional, entretanto, ha criticado al Gobierno de Rajoy por haber utilizado la fuerza “excesiva y desproporcionada”. Ha habido una respuesta inusualmente silenciada de los otros países de la Unión Europea, donde las autoridades están preocupadas, en la era del Brexit, por otras fragmentaciones posibles y han advertido a los líderes de Cataluña que, si deciden separarse de España, no se aceptaría en la UE.
[Anderson propone que a la UE solo le preocupa egoístamente que el fuego se extienda, sin valorar siquiera la posibilidad de que sea una posición razonable de firmeza ante un gobierno regional que está desafiando el orden constitucional de un Estado miembro]
El presidente de la UE, Donald Tusk, que emplea a diplomáticos consumados, dijo que había hablado con Rajoy y que “aunque compartía sus argumentos constitucionales, le pedí que buscara maneras de evitar las escaladas y el uso de la fuerza”.
[Curioso modo de plantear las cosas, ya que se sugiere que el mensaje de Tusk se debe a “diplomáticos consumados”, es decir, que el apoyo a los argumentos constitucionales es mera diplomacia, porque en definitiva se trataba de denunciar la violencia]
Interpretando notoriamente la mano dura de Rajoy como una bendición para el movimiento independentista, Puigdemont dijo: “En este día de esperanza y sufrimiento, los ciudadanos de Cataluña se han ganado el derecho a un Estado independiente en forma de república”. El martes, los sindicatos convocaron una huelga general en Cataluña, a la que se unieron estudiantes universitarios y el mundialmente conocido club de fútbol de Barcelona. En un artículo de opinión publicado en The Guardian, el politólogo Víctor Lapuente Giné escribió que “el movimiento de Rajoy no podría haber sido más contraproducente. La élite político-burocrática que controla al gobernante conservador Partido Popular. . . no ha comprendido que un estado moderno no depende del monopolio de la violencia, sino del monopolio de la legitimidad”. Giné agregó una sombría predicción: “Es poco probable que el separatismo catalán impulse desafíos secesionistas similares. Ningún otro movimiento separatista, aparte del de Escocia, tiene el apoyo popular y organizativo. Sin embargo, es probable que la agitación interna de España se intensifique y desencadene una crisis internacional al obligar a los principales actores diplomáticos a tomar partido. Estamos lejos de las tensiones secesionistas incendiarias de los antiguos países comunistas, desde los Balcanes hasta Ucrania. Pero nos estamos moviendo en esa dirección”. En una entrevista conmigo el miércoles por la tarde, Raül Romeva, el ministro de asuntos exteriores catalán, pareció confirmar esa perspectiva. “Después de muchos años de manifestaciones pacíficas y solicitudes de muchas personas para buscar una solución a los problemas catalanes”, dijo, “finalmente asistimos a un referéndum para decidir las cosas, solo para enfrentarnos a la violencia. Desde el domingo, muchos catalanes sienten que han sido expulsados del Estado español, lo que ya no representa los intereses de todos sus ciudadanos”.
[Anderson muestra aquí su única fuente expresa: Romeva, al que eleva a ‘ministro de asuntos exteriores’. Eso confiere a la cita carácter de escaso valor periodístico.]
El martes por la noche, el Rey Felipe VI hizo un inusual discurso televisado a la nación, en el que criticó a las autoridades catalanas por haber mostrado lo que calificó como una “deslealtad inadmisible al Estado” al impulsar una agenda que había “fracturado la nación” y “dividido al pueblo catalán”. La historia de repente parece volver a estar viva en España, y quizás valga la pena recordar que fue el apoyo de Cataluña a un rey de los Habsburgo lo que provocó su pérdida de independencia durante la Guerra de Sucesión, en la cual los antepasados de los Borbones –Felipe– se convirtieron en monarcas de España.
[Las palabras del Jefe del Estado, que constituyen una descripción bastante real, son desacreditadas por una analogía tramposa al evocar lo sucedido en 1714, una vez más, y de nuevo falseada como la pérdida de la independencia. Detalle a detalle va confirmando el imaginario de “tierra sojuzgada desde la anexión de 1714”]
A las pocas horas del discurso del Rey, Puigdemont dio una entrevista en la que dijo que los catalanes se habían ganado el derecho a su independencia y que su gobierno emitiría una “declaración de independencia unilateral” en cuestión de días. Pero el miércoles por la noche se dirigió a los catalanes en un discurso que se percibió más conciliatorio que confrontativo, llamando a “negociación” y “diálogo”, exactamente lo que ha faltado en la disputa hasta el momento.
[Nota final: a pesar de todo, en la España obtusa, existe un patrocinador del diálogo y es Carles Puigdemont, el patriota razonable. Así se escribe, a veces, la Historia.]
Teodoro León Gross es profesor de la Universidad de Málaga y columnista en El País.