Foto: Andreas Praefcke - Own work, CC BY 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=76774

Diario de Praga

En 1989 Praga era un laboratorio donde ocurría una precipitación de la química histórica. Reproducimos este ensayo publicado en el N° 158 de Vuelta.
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Para la familia K…

“Esta aldea es propiedad del castillo. Quien en ella vive o duerme, en cierta forma v ive o duerme en el castillo. Nadie puede hacerlo sin permiso del conde”.

Franz Kafka: El Castillo

Es casi la medianoche del 26 de noviembre. Frente a la Plaza de San Wenceslao, al pie del Museo Nacional que con la iluminación parece una obra de orfebrería, una brigada de estudiantes detiene nuestro auto. Visten uniformes verde olivo y están armados hasta los dientes con hojas mimeografiadas, panfletos y distintivos patrióticos con los colores checoeslovacos: blanco, azul y rojo. Hace apenas unos días, el atrevimiento de tener ideas y repartirlas en la vía pública los hubiera llevado a la cárcel. Hoy sienten, por primera vez en sus vidas, el significado de la libertad cívica: pueden pensar, pueden expresarse, pueden reunirse y moverse a sus anchas sin que el señor del Castillo siga sus pasos. Nos entregan sus escritos y nos despiden con la V de victoria. ¿Dónde he visto a estos jóvenes antes? Las mismas caras, la misma esperanza. Quizá en México, en 1968.

Pero este 1989 no es aquel 1968. Los jóvenes de entonces nos entregábamos a un impulso más emotivo que racional, más libertario que liberal. Al margen de la justificación de nuestro movimiento, había en él algo invertebrado. Logramos poco o nada porque queríamos cambiarlo todo, desde el jefe de la policía hasta el sistema capitalista mundial. No sabíamos que para actuar y pensar con claridad es importante, ante todo, distinguir. Nosotros no distinguíamos. Desde la perspectiva de 1989, el desenlace de 1968 parece casi natural. El sorprendente impulso libertario, poderoso pero falto de andamiaje político, se enfrentaba al más autoritario de los presidentes contemporáneos de México. Las noticias que llegaron de Praga una mañana de agosto de 1968 debieron seguramente alentarlo. Como su homólogo en el Kremlin, Díaz Ordaz era el heredero de los herederos de una revolución gloriosa en sus palabras y sus mitologías, pobre en sus resultados humanos. Brezhnev y Díaz Ordaz eran los cancerberos de un proceso histórico petrificado. La respuesta, en ambos casos, fue idéntica: los tanques en las dos plazas, San Wenceslao y Tlaltelolco.

Hoy el cuadro es distinto. A diferencia de nosotros, los jóvenes checos de 1989 entienden que la libertad cívica no es un estallido puro, o una borrachera interminable, sino un fluido que a cada tramo construye y limita su cauce. En Praga son nuevamente los estudiantes quienes han puesto en marcha el reloj de la historia, pero esta vez han aprendido la lección. Nacieron con malicia. Saben que si cayeran en la menor provocación, el gobierno tendría el pretexto perfecto pan reprimir y aplazar para otra generación —la suya propia, nada menos— la inaplazable democratización de la vida checoeslovaca. Por eso evitan a todo trance la violencia, tanto real corno simbólica. Sus huelgas ocurren sin abandono de las aulas: no castigan a sus instituciones ni se castigan a sí mismos. Por la mañana tapizan las tiendas de la ciudad con sus proclamas y por la noche las limpian. Ni balas, ni barricadas, ni adoquines. Ni siquiera puños. En Praga, el 17 de noviembre, los estudiantes iniciaron una movilización que en diez días ha transformado quizá para siempre la vida de esta nación. Y lo han logrado sin romper un sólo vidrio. A golpes cívicos de convicción y malicia.

También los jerarcas son distintos. En el Kremlin gobierna el hombre que muchos checoeslovacos llaman “San Mikhail Gorbachov”. En 1968, horas antes de la invasión, Brezhnev llamó a Alexander Dubcek para advertirle que no había más “Socialismo con cara humana” que el socialismo soviético. A mediados de noviembre Jan Fojtik, el ideólogo del Partido Comunista Checo de visita en Moscú, escuchó el mensaje inverso. Días más tarde, la plana mayor del partido, responsable casi toda del trabajo sucio del 1968, renunciaba a sus puestos. En Praga, la nueva primavera ha llegado en el invierno.

La Plaza de San Wenceslao es un inmenso rectángulo ascendente, bordeado en ambas aceras por hermosos edificios homogéneos que remata en el monumento ecuestre al Santo Patrono de Bohemia. Son las 9 de la mañana del día 27 y hay ya miles de personas en el lugar. Las esculturas que custodian a San Wenceslao tienen asidas a la cintura, mediante cordones, unas inmensas banderas checas. Las brigadas prueban los altavoces y equipos de sonido. Preparan la huelga general que estallará a las 12 en punto. Unos pasos hacia abajo del monumento hay un gran bloque circular de granito que los jóvenes han convenido en espacio votivo. Surcada en todos sus resquicios por ramos de flores, una extraña cordillera de cera multicolor recorre la circunferencia. Cientos de veladoras y pequeñas velas permanecen prendidas. De rodillas, como frente a un pastel de cumpleaños pero sin sonreír, en silencio, una chica toma la flama de una veladora exhausta y protegiéndola del viento helado la deposita suavemente en una veladora más joven. La escena se repite en los pasajes de algunas calles aledañas donde el 17 de noviembre la policía golpeó a los estudiantes. La gente se arremolina en estos altares cívicos. Algunos recuerdan quizá a Jan Palach, aquel bonzo de la libertad que en enero de 1969 se prendió fuego en San Wenceslao. Hoy el fuego tiene una significación vital distinta. El 24 de noviembre, frente a una concentración de 300 000 personas, Alexander Dubcek volvió a hablar a su “amado pueblo de Praga”. Al final de su discurso recordó las palabras de un sabio: “si ya hemos ganado la luz, ¿por qué habría de volver la oscuridad?” y añadió: “A pesar de que habíamos alcanzado ya la aurora, hemos tenido que vivir en la oscuridad por demasiado tiempo. Actuemos ahora de forma que la luz sea real y definitiva.” Por eso la chica en el círculo votivo resguarda la flama con todo cuidado. Sabe que es frágil. Nació en tiempos de oscuridad. La flama que trasmite es ella misma.

Praga es un periódico mural. Decenas de miles de comunicaciones escritas tapizan sus muros y vitrinas, sus puertas y columnas. Cada checo ha descubierto que vivía en la clandestinidad y que en su alma guardaba un zamisdat inédito. Desde el 18 de noviembre la ciudad se ha llenado de escritores. Hay pocos graffiti en las paredes. Lo que abunda es la limpia expresión personal de las opiniones. No son volantes ni propaganda: son ideas fijas, ideas a la luz. A veces una frase, a veces un programa político o una caricatura. Ningún texto se parece a otro, ni ninguna escritura. Mi amigo Denis Reynaud, en Praga desde hace 20 años, me traduce:

“Fin al Gobierno de un solo partido”.

“Hay que permanecer alertas para alcanzar la justicia”. T. Masaryk.

“Tres etapas: la rusa (1948-1968) la policíaca (1968-1989) la libertad (1989 en adelante)”.

“Deseamos discusión abierta en los medios de comunicación”.

“17 de noviembre no se olvida”.

“Hay que limpiar el 68”.

Una pequeña escuela técnica decidió reunirse en asamblea y proponer por su cuenta reformas que aseguren la libertad, el pluralismo, la transformación total del sistema político y una idea recurrente del momento actual: la revisión histórica del 68. Los checos quieren saber lo que ocurrió verdaderamente en ese año y deslindar las responsabilidades. Estas resoluciones de la escuela no llegaron quizá a Rude Pravo o a los medios de comunicación, pero vieron la luz pública en la vitrina de un restaurante y fueron muy leídas. Más adelante, en un pasaje comercial, predominan los posters con fotos de Masaryk hacia el fin de su vida y de Dubcek, sonriente, en 68, instantáneas de la represión policiaca del de noviembre (perros, macanas, gases, redes) y ridiculizaciones gráficas del ancien regime: una mano mecánica empotrada en una tabla se levanta para aprobar y al hacerlo levanta consigo otra y otra, ligadas entre sí por un alambre transmisor fijo: todas idénticas, todas simultáneas, todas asintiendo. La cara de los hombres que poseen esas manos automáticas no es una rara: es un rollo de papel en blanco.

La escritura de la libertad tiene otros medios. La Plaza de San Wenceslao a las 11:45 a. m. se llena por completo. Medio millón de personas ha llegado a manifestar. Abundan las parejas y los contingentes. No hay júbilo desbordado ni euforia en sus rostros —me comenta Roberto Fagoaga, otro mexicano fascinado en Praga— hay una alegría más profunda, la certeza de que esta vez los cambios serán irreversibles.

Muchos traen su pancarta personal: “Macanas al diablo”, “Se acabaron los cuentos de hadas”. Otros llegan a título corporativo: perfumistas, jardineros, obreros de una fábrica electromecánica, “mineros del uranio, con los estudiantes”. No faltan los redactores de una revista literaria con el lema perfecto: “Por una literatura sin censura”. Un oleaje de proclamas recorte la plaza de un extremo a otro: “Ya estamos aquí”. “La unidad es la fuerza”, “Dimisión”, “Ya nos colmaron”. Algunos altavoces proclaman la necesidad de una economía libre o la renuncia total del gobierno. De los edificios penden grandes carteles evidentemente improvisados, de fabricación casera: “El poder del pueblo”, “Elecciones libres”. Todos en la plaza desfilan con sus distintivos tricolores y muchos ondean la bandera. La huelga general, respetada en el país, ha pasado a segundo término. Lo que ocurre es algo más notable: la ocupación pacífica de la ciudad por sus habitantes, la primera votación real en la historia checoeslovaca desde los años treinta, un referéndum espontáneo, no con boletas sino con pasos y palabras. A las doce en punto la multitud corea y canta. Un viejo alucinado zigzaguea con la sonrisa pegada a los labios: no puede creer lo que ve. Un joven agita su bandera con la mano izquierda y golpea insistentemente al cielo con la V de su victoria. En las esquinas o en el metro, ocurre lo increíble: la televisión —oficial, claro— muestra escenas de la violencia —oficial, claro— del 17 de noviembre. En Praga no hay, el día de hoy, un sólo policía. No es difícil que, vestidos de civiles, algunos hayan llevado pancartas personales a San Wenceslao.

Lo que no cambió en 21 años, ha cambiado en 10 días. Praga es un laboratorio donde ocurre una precipitación de la química histórica. Todavía el 16 de noviembre, el sistema político parecía intocado e intocable, inmune a los cambios en Polonia o Hungría, indiferente a la caída del Muro de Berlín. Un chiste autolesivo recorría las calles: Somos Caesescueslovaquia. Aquí dar clases privadas de filosofía llegó a convertirse en un crimen contra la patria. Los micrófonos del Señor del Castillo llegaban a las alcobas y grababan hasta las canciones en la regadera. Para muchos escritores o activistas, el arresto y la cárcel se volvieron experiencias cotidianas. El Proceso de Josef K… multiplicado una y otra vez por los grises agentes de la policía. El espionaje en el poder. Para el checo común y corriente pretender viajar al extranjero implicaba no sólo un calvario burocrático sino algo mucho peor: arrojar sobre sí la sospecha definitiva de ser un enemigo público.

De pronto, la marcha estudiantil del 17 de noviembre aceleró la historia. Los estudiantes escogieron ese día por cumplirse el 50 aniversario de la represión nazi contra los jóvenes de Praga. El gobierno había concedido graciosamente cierta liberalización en el movimiento migratorio. Pacíficamente, los jóvenes piden mucho más: elecciones libres y democracia La policía los reprime. Hay centenares de lesionados y detenidos. El 18, los autores y artistas de teatro protestan contra la brutalidad, cancelan sus representaciones y apoyan a los estudiantes que convocan a una huelga general para el día 27. El 19 ocurre un acontecimiento crucial: se crea el Foro Cívico.

Lo integran profesionistas, intelectuales, estudiantes, maestros, obreros. El célebre dramaturgo Vaclav Havel es uno de los miembros más activos. El Foro toma el Teatro “Linterna Mágica” como sede y se declara en sesión permanente. Su primera decisión es pedir la renuncia de los responsables de la represión. De inmediato el Foro se conviene en vocero natural y legítimo de la sociedad civil. El 20, 200 000 personas se manifiestan en Praga y otras muchas en el interior del país. El 21, el Primer Ministro Adamec se distancia repentinamente de la línea dura de su partido y ofrece dialogar con el Foro. El 22, Dubcek habla en San Wenceslao. El 23 la manifestación asciende a 300 000 personas. El 24 renuncia Jakes, el Secretario General del Partido Comunista, hombre tan inarticulado que en sus discursos confundía democracia con demografía. (Los cómicos protestaban contra él porque les hacía la competencia.) En su renuncia, escrita seguramente por alguien, Jakes admite: “La opinión pública tiene razón. Nuestra reestructuración se ha quedado en las grandes palabras no en los hechos auténticos”. El 27, Checoeslovaquia respeta la huelga general convocada nueve días antes por los estudiantes. Es el momento decisivo: “Una golondrina no hace verano, ¡no cedamos!”

A las 4:30 p.m. el Partido Socialista de Checoeslovaquia convoca a una conferencia de prensa en el Hotel Forum. Desde hace décadas ha sido un Partido con varias “p”: pequeño, palero, pusilánime. Lo único glorioso que le queda es su pasado: es el Partido de Masaryk. Ahora, con la quiebra del Partido Comunista, ha tornado cierta fuerza. Cuatro figuras pétreas ocupan el presidium. El Secretario explica que los acontecimientos han sido tan acelerados y sorprendentes que el discurso repartido minutos antes en la puerta, es obsoleto: sus bases lo han modificado. Habla de la necesidad de ampliar el Frente Nacional (el espectro de partidos), asegurar el acceso equitativo de los partidos a los medios de comunicación y promover elecciones democráticas. Un exaltado checo que acaba de regresar del exilio lo increpa: “¿están dispuestos a retomar la herencia de Masaryk? ¿Están dispuestos a abandonar el marxismo?”. El robot responde: nunca hemos abandonado a Masaryk ni abrazado a Marx. Un corresponsal inglés le pregunta: “¿aceptan o no el papel hegemónico del P.C.CH.?” Respuesta: Queremos igualdad con otros partidos. Siguen tres intercambios de antología:

– ¿Por qué durante estos 20 años nunca protestó usted contra las persecuciones?

– Es verdad, nunca protesté. Pero tampoco aprobé.

– ¿Qué opina del Foro Cívico?

–Preservaremos la identidad de nuestro partido. No aceptaremos cambiar el monopolio de una verdad por el monopolio de otra.

– Los jóvenes, cómo sabrá usted, están decepcionados del socialismo. El socialismo se ha desacreditado ante ellos. ¿Piensa usted que su partido deberá cambiar de nombre y proyecto?

– Nuestro partido se fundó en 1897. Nuestro ideal proviene de nuestro origen. Si este ideal no coincide con la realidad no veo por qué haya que cambiar de ideal.

Poco a poco los periodistas abandonan la sala. Con socialistas así, ¿quién necesita comunistas?

El Foro Cívico ofrece una conferencia de prensa muy distinta. Se realiza en la “Linterna Mágica”. En el estrado hay siete personas: representantes estudiantiles, académicos y profesionistas. A la derecha del grupo destaca la cara sonriente —a la Peter Ustinov— del Doctor Komarek. Hace años fundó una pequeña institución independiente de Prospectiva económica que previó, paso a paso, lo que ha ocurrido. En tiempos de complacencia, Komarek suministraba duchazos de agua fría a la jerarquía checa. La reforma política y la liberalización económica le parecieron siempre inaplazables. El público conoce la precisión de sus ideas y su origen: abandonado por su madre, se crió en un hogar obrero que le dio el apellido Komarek, que significa “Mosquito”. Hoy es uno de los hombres más populares en Checoeslovaquia. No sería difícil que en el futuro resultara Primer Ministro.

“La huelga ha sido un éxito” —informa el vocero del Foro— “A pesar de las comunicaciones defectuosas, tenemos noticia de una solidaridad generalizada, más que suficiente para dar peso a nuestras negociaciones de mañana con el gobierno”. Después de un recuento detallado de los objetivos de estas negociaciones y la identidad de los representantes, comienza la ronda de preguntas. Komarek toma una sola vez la palabra:

No creo que puede equiparar con justicia nuestra situación con la de Hungría o Polonia. Checoeslovaquia vive ahora un movimiento político espontáneo y generalizado. Nuestra tradición es reformista. La historia ha probado una y otra vez que nuestro pueblo no necesita administradores de la democracia. La situación de facto es una; la de jure otra. Es necesario que la segunda se supedite a la primera.

Los corresponsales inquieren sobre planes concretos: ¿El Foro Cívico se convertirá en partido político? ¿Aceptaría una cohabitación de poder con el P.C.? ¿Sigue los pasos de “Solidaridad’? ¿Volverá a convocar a la huelga general si los medios incurren en la censura? Un miembro del Foro resume y responde:

Es demasiado pronto para precisar nuestro papel en el futuro. Solidaridad midió mal sus tiempos, sus fuerzas, y tuvo que esperar 10 años. Nosotros hemos logrado mucho en diez días. Aún ahora Solidaridad se enfrenta a un dilema: ¿es un partido o un sindicato? Nuestro papel es el de vocero de la sociedad, un vocero independiente. Así negociaremos mañana. Recordemos las palabras de Havel. “nuestro objetivo es no ser objetivos”.

Afuera, en San Wenceslao, la gente atiende al periódico mural y protege las veladoras. Ya en la avenida frente al Forum, advierto un enorme edificio moderno totalmente iluminado. “Es la sede del P.C.CH.”, me explica Denis, “están en sesión permanente”. Una hilera interminable de autobuses espera en las calles. Las placas denotan la más variada procedencia. Han venido espontáneamente acarreados a discutir formas de defenderse. “Soy un comunista fiel, lo he sido por 30 años —declara uno de ellos a la televisión—. Ningún estudiante me arrebatará lo que he logrado”.

Más de un millón y medio de comunistas checoeslovacos podrían afirmar lo mismo. ¿Qué ocurriría si salieran a manifestar en San Wenceslao? Del enfrentamiento civil, líbralos San Mikhail G.

En Checoeslovaquia la Iglesia Católica ha jugado un papel político menos activo que en Polonia. Este es también un país protestante y aún preprotestante: recuérdese la herejía de Juan Hus que tiene seguidores hasta hoy. Con todo la Iglesia Católica es predominante: tiene millones de creyentes, varios santos de tiempos pasados, una santa —Inés— muy reciente y, oficiándolo todo, el nonagenario Cardenal de Praga: Franciscus Tomásek.

Su relación con el gobierno comunista ha sido invariablemente tensa y, durante algunos años, trágica. En tiempos recientes, la jerarquía comunista había tratado inútilmente de ganar su buena voluntad. A raíz de los últimos acontecimientos, el Cardenal aceptó conversar con Miroslav Stepán, Secretario del Comité Municipal del P.C. en Praga. El régimen dio cuenta de ese encuentro llamándolo “diálogo”. El día 24, Praga se enteró de la protesta del Cardenal:

Como pastor de la Iglesia trato de no rehusarme a hablar con quien se acerca a hablar conmigo. Pero mi encuentro con el señor Stepán no puede verse como el diálogo por el que pugné en vano desde hace muchos años. Insisto en mi mensaje al pueblo de Checoeslovaquia. La Iglesia Católica está decididamente del lado del pueblo en la presente lucha. Agradezco a los que ahora luchan por el bien de todos nosotros y confío por entero en el Foro Cívico, que se ha convertido en el vocero de la nación.

Hoy todas las campanas de Praga repicaron a las 12 en punto. La Iglesia también llamó a la huelga.

De ciertas conversaciones en Oxford hacia 1981 con Julius Tomin, un atormentado disidente checo, recuerdo el nombre de Peter Uhl: es ingeniero, activista desde los años sesenta, es uno de los principales firmantes de la Carta de los 77 y ha estado innumerables veces en la cárcel. Su esposa, activista por su cuenta, ha corrido la misma suerte: ha sido golpeada y encarcelada durante todo el período policíaco: 1969-1989. Su dirección y teléfono en el directorio aparecen equivocados. No obstante, logramos hablar con su esposa. Nos cita a las 10 p.m. Uhl vive en un edificio lóbrego. A oscuras subimos las escaleras interminables hasta dar con la puerta. Nos abre una chiquilla de 13 años, aterrada: “No, mis padres no están en casa, no sé a qué horas vendrán, no sé nada, de verdad nada”. ¿Cuántas veces habrá vivido la misma escena? Esperamos afuera a Uhl. Inútilmente. ¿Es usted Uhl?, preguntamos a otro inquilino que entra al edificio: “No, claro que no”, y cierra de inmediato. Al día siguiente Denis habló por teléfono con la mujer.

— Está muy apenada. Apenas el sábado lo soltaron de prisión. Le hablan atribuido ciertas declaraciones a la BBC contrarias a la versión oficial. Lo soltaron por decreto presidencial pero él no acepta que su liberación sea un regalo. Quiere que se entable un juicio hasta sus últimas consecuencias. Han sido días terribles. Trabaja como fogonero.

—Me imagino, ha de estar metido día y noche en el Foro Cívico, redactando proyectos, estrategias etc… como fogonero.

—No, Uhl trabaja en verdad como fogonero: entra a las 5 de la mañana y sale a las 10 de la noche.

El 29 por la mañana Praga se entera de las negociaciones entre el Foro Cívico y el Primer Ministro Adamec. En la “Linterna Mágica” la gente hace colas para recibir la información. Un eficaz sistema de prensa atiende a los corresponsales extranjeros. Al leer el texto con los resultados, pienso que Havel quiso decir algo muy distinto: “Nuestro objetivo es no ser objetivos”, es decir, blancos fáciles para el enemigo. En sólo diez días recogieron de la sociedad un decálogo de exigencias que difícilmente el gobierno podrá rehusar:

  1. El Primer Ministro se compromete a integrar un nuevo gabinete a más tardar el 3 de diciembre.
  2. El Primer Ministro someterá a la Asamblea Federal la supresión de los artículos constitucionales que se refieren a la hegemonía política del partido comunista y la hegemonía ideológica del marxismo-leninismo.
  3. El Primer Ministro hará lo conducente para que el Foro Cívico tenga acceso a los medios masivos de comunicación y, a corto plazo, tenga un periódico propio.
  4. El Primer Ministro asegura al Foro Cívico que a más tardar el 10 de diciembre (día internacional de los Derechos Humanos) todos los presos políticos quedarán libres.
  5. El Foro Cívico se complació en enterarse a través del representante de la Asamblea Federal del establecimiento de un comité especial de investigación sobre la represión del 17 de noviembre. Pide que los estudiantes formen parte del comité.
  6. El Foro Cívico pidió al Primer Ministro, además del cambio de gabinete, un nuevo programa de gobierno que siente las bases legales para asegurar: elecciones libres, libertad de asociación, libertad de expresión y de prensa, libertad de creencias, abolición de la supervisión estatal en las iglesias. Es necesario abolir también las milicias populares y la presencia del partido en los centros de trabajo. El Foro Cívico advirtió con claridad al Primer Ministro que si la opinión pública no está satisfecha con su nuevo programa o cree que no actúa con la rapidez necesaria, pedirá la renuncia al Primer Ministro y su gabinete y propondrá al presidente un nuevo Primer Ministro.
  7. El Foro Cívico pedirá por escrito al presidente, Dr. Gustav Husak, su renuncia antes del 10 de diciembre de 1989.
  8. El Foro Cívico pedirá al Primer Ministro la formulación de una ley constitucional que revoque el mandato a aquellos miembros de los varios cuerpos directivos de la vida política checoeslovaca que hayan traicionado la voluntad de sus representantes.
  9. El Foro Cívico apela al gobierno y a la Asamblea Federal para que condene inmediatamente la ocupación del país por los ejércitos del Pacto de Varsovia en 1968. La Asamblea Federal deberá apelar igualmente al Soviet Supremo de la URSS y a los cuerpos legislativos búlgaros y alemanes con el objeto de que admitan la ilegalidad de la intervención no sólo en términos de derecho internacional sino de las normas del propio Pacto de Varsovia, puesto que la intervención ocurrió sin conocimiento ni aceptación de los cuerpos estatales de Checoeslovaquia.
  10. Aunque les pide mantenerse en estado de alerta, el Foro Cívico considera que estos resultados son suficientes y permiten a los ciudadanos volver al trabajo. Los comités de huelga pueden transformarse en toros y levantar o no las huelgas de acuerdo a su libre decisión. El Foro Cívico apela al público a calibrar la situación y los resultados de estas negociaciones y comunicarle sus opiniones en todas las formas posibles.

Coincidiendo con la huelga general, el Foro Cívico había publicado un programa conciso y claro de siete puntos bajo el título de “Esto es lo que queremos”. Las negociaciones con Adamec han echado a andar el proceso de cambio político tal y como lo preveía aquel programa. Las previsiones sobre salvación ecológica, justicia social y cultura libre pueden esperar. La economía checa también. No es ya la maravilla que fue, pero está libre de deudas y es una plataforma más sólida que la de otros países de la Europa Central que dan el salto a la libertad. En Checoeslovaquia no hay colas. Con todo, el Foro Cívico habló claro también en este sentido: “Queremos abandonar los viejos métodos de manejar la economía porque restan motivación a las personas en el trabajo, porque provocan desperdicio de recursos y nos han quitado competitividad en el mundo. Queremos crear una economía de mercado, no una economía burocrática”.

Por la noche la televisión informa que, punto por punto, el gobierno ha empezado a cumplir con los requerimientos del foro. (Ahora hasta los comunistas han creado su propio foro de “comunistas democráticos”). Por 309 votos contra 0, la Asamblea Federal ha aprobado el fin de la hegemonía comunista en Checoslovaquia. Un primer ciclo parece haber terminado. A través del Foro Cívico, esta sociedad ha impuesto un programa concreto y un plazo a su gobierno. En 10 días que merecerían conmover al mundo, los checoeslovacos han practicado aquella maravilla ateniense: la democracia directa.

Último día en Praga. Llegamos a la ciudad vieja. Los museos de historia y arte se han solidarizado con la huelga. Caminamos hacia el viejo barrio judío. Denis me señala el lugar donde nació Kafka. Es un hermoso edificio de amplios departamentos. Supongo que tienen una exhibición con fotografías, manuscritos en vitrinas, etc… pero Denis me decepciona: en la Enciclopedia Checa el escritor Franz Kafka no existe. En un ángulo del edificio, las autoridades concedieron la disposición de un busto de acero negro en el que Kafka parece un cuervo: “Aquí nació Franz Kafka. 1883-1924”. Es todo y es natural: ninguna premonición literaria del totalitarismo es comparable, en su detalle, anticipación y horror, a la de Kafka. Sus libros, por supuesto, no se consiguen. En una de las “buenas” librerías de Praga, el autor más exhibido sigue siendo Lenin. Las sinagogas de Praga permanecen cerradas. Casi todas son museos estatales que conservan seis siglos de tesoros litúrgicos y otros tesoros distintos, desgarradores: los dibujos de los niños en el campo de concentración de Terezin que según la propaganda oficial “mostraban así su oposición al fascismo”. Quiero entrar pero ningún ruego vale: “la democracia es la democracia”. Desde un taburete, sobre una barda, contemplo el cementerio judío. Es un naufragio de lápidas en el tiempo. Una animada congregación de piedras que se miran y discuten, una marcha sinuosa en la hojarasca hacia el Este, hacia Jerusalem. La vieja sinagoga donde, según la leyenda, a mitad del siglo XVI el Rabi Jehuda Loew ben Bezalel, amasando cabalísticamente arcilla y letras creó una réplica humana, está cerrada también. El golem en huelga.

Tomo el camino real hacia el puente del rey Carlos. Cuesta arriba por la calle Neruda, se llega al brumoso Castillo de Praga. Su dominio sobre la ciudad formó parte, con toda certeza, de la topografía psicológica de Kafka. Hoy lo habita el presidente Husak. Hasta hace unos días Husak era tan ubicuo e inaccesible como Klamm, su homólogo en la novela de Kafka, ahora debe de estar haciendo sus maletas. El pueblo ha tomado el Castillo y lo ha vuelto su propiedad. Un nuevo presidente lo ocupará a partir de diciembre. El agrimensor Dubcek, quizá. O el señor K…: Komarek.

En la plaza vieja las autoridades han plantado un gran árbol de Navidad. En su base los estudiantes han robado una manta con una sola palabra: “Renuncien”. Del edificio donde el padre de Kafka atendía su negocio cuelga un cartel: “Democracia y humanismo”. Los checoeslovacos saben que la cultura es el barómetro sensible de la libertad. Por eso el punto final del manifiesto “Esto es lo que queremos” del Foro Cívico, se refiere a la cultura:

La cultura no compete solo a los artistas, científicos y profesores sino a la vida toda de nuestra sociedad. Debemos liberamos de las ideologías restrictivas y superar la separación artificial entre nuestra cultura y la cultura mundial. El arte y la literatura no deben ser más objeto de censura sino de contacto libre con el público.

La ciencia debe tener su justo lugar en la sociedad. De ese modo superaremos las expectativas inocentes y absurdas sobre la ciencia así como su supeditación a los dictados del partido.

El nuevo sistema educativo democrático deberá basarse en principios humanitarios y evitar el monopolio estatal en la educación. La educación es nuestro mayor patrimonio nacional: debe dirigirse a crear hombres de pensamiento independiente y alta responsabilidad moral.

Poco a poco los exiliados internos de la “Revolución Cultural” checa salen a la superficie. Los maestros, intelectuales, profesionistas y escritores que el señor del Castillo envió a trabajo forzado en minas, fábricas, hospitales o bosques vuelven a atreverse a hablar. Vaclav Havel verá sus obras en los escenarios de Praga. Por años trabajó como empleado de una cervecería. La cárcel y la censura eran su pan de cada día. (Su última detención ocurrió en mayo. Su delito: prender una veladora en la tumba de Jan Palach). Ahora vive un momento de triunfo pleno, tan pleno que puede darse el lujo de confesar:

Me gustaría arreglar con el Ministro del Interior estar libre tres días a la semana y volver a la prisión dos días a la semana para tomarme un respiro de libertad… de la libertad.

La ironía de Havel contiene una verdad profunda. Para Occidente, en muchos sentidos, Europa Central fue el corazón cultural del fin de siglo XIX y de las primeras décadas del XX. Hoy tiene en ella una reserva moral. La segunda guerra mundial abrió un período de “secuestro”, según el vocabulario político de Kundera: secuestro nazi, secuestro comunista, secuestro policíaco. En la oscuridad de ese secuestro la cultura centroeuropea —checa, polaca, húngara, rumana— produjo obras notables, contraparte de actitudes colectivas no menos notables. El título de Croce —La Historia como hazaña de la libertad— se cumplió en la dura vida diaria de estos pueblos y en sus insurrecciones: Varsovia 1945, Budapest 1956, Praga 1968, Gdansk 1981. Ahora la cultura y el temple popular han ganado la libertad. ¿Qué harán con ella?

Por lo pronto estarán atareados con mil problemas concretos: desde la producción económica hasta el replanteamiento de fronteras seguras tanto para la geopolítica como para la identidad. La batalla que les espera para sobrevivir en el siglo XXI será menos espectacular, menos romántica, más sorda y desesperante que la que han sostenido durante las décadas de secuestro. Pero el tiempo llegará en que la libertad positiva, la libertad para…, tomará el lugar de la negativa, la libertad de. ¿Qué harán con ellas? Una síntesis. Desperdiciarán menos, apreciarán más. Su pasado reciente y remoto los apresará siempre en la condición humana. Sonreirán de los otros y de sí mismos. Entrarán y saldrán libremente de la cárcel de la vida.

Este artículo se publicó por primera vez en enero de 1990, en el N° 158 de Vuelta.

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Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clío.


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