En la carrera de periodismo te enseñan que la función del periodista no es convencer. Por una parte, la ortodoxia periodística piensa que el periodismo es una herramienta imprescindible en la formación ideológica y política del electorado; por otra, que su función es buscar la verdad, que está en un término medio entre dos opuestos: el político A dice esto y el periodista no comprueba si es cierto o no, sino que le pregunta su opinión al político B, que dirá algo opuesto e igualmente interesado. El núcleo del método periodístico es ese, o al menos su aplicación real.
Como explica el periodista Peter Beinart en un artículo en The Atlantic, hay una regla tácita: el político no cuenta mentiras, pero quizá medias verdades, y el periodista no le refuta abiertamente, sino que entrevista a su oponente. Trump ha roto esta regla porque miente descaradamente, y el periodista se ve en la obligación de tomar partido. Cuando la semana pasada admitió, tras decir lo contrario durante años, que Obama sí había nacido en Estados Unidos, echó la culpa a Hillary Clinton del movimiento que cuestiona la nacionalidad del presidente. El New York Times, frente a una mentira tan descarada, decidió romper también la regla y decir claramente en un titular que Trump mentía.
Trump es un infierno para los fact-checkers. Varios grandes periódicos estadounidenses publican versiones anotadas y comprobadas fácticamente de sus discursos. El candidato republicano lo aprovecha para hacerse la víctima: dice que sufre una persecución, y cuanto más miente, más le refuta la prensa, lo que le proporciona más pruebas de esa persecución que busca acabar con él.
Es posible que, para los convencidos, los hechos no sirvan de nada. Tampoco decir que Trump es un mentiroso o un racista convencerá a sus votantes. El psicólogo social Jonathan Haidt ha escrito que, en la pugna actual en las democracias occidentales entre globalistas y nacionalistas, los primeros han de asumir que es posible que sus valores y comportamiento cosmopolita activen tendencias autoritarias en los nacionalistas. Para alguien que cree que el multiculturalismo, la apertura, la tolerancia y la diferencia son valores superiores, es algo difícil de admitir. Haidt considera que es necesario seducir a aquellos que perciben que su orden moral se ha alterado radicalmente:
¿Cómo podemos recoger los frutos de la cooperación global en el comercio, en la cultura, la educación, los derechos humanos y la protección medioambiental mientras respetamos -en lugar de diluir o aplastar- las múltiples identidades locales, nacionales y provincianas que hay en el mundo, cada una con sus tradiciones y su orden moral? ¿En qué mundo pueden coexistir en paz globalistas y nacionalistas?
El periodismo de declaraciones, que sigue la concepción de he said/she said, preguntaría a miembros de los dos grupos. Se taparía la nariz y entrevistaría a un supremacista blanco y a un cosmopolita neoyorquino sobre la política de los refugiados. El periodismo post Trump ha de negar esa equidistancia, asumir que la función del periodismo no es convencer o seducir, y refutar las ideas de un supremacista blanco no porque forman parte de otra cultura y de un orden moral distinto, sino porque son claramente falsas.
Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).