Las elecciones regionales celebradas en Venezuela el pasado domingo 15 de octubre estuvieron manchadas por graves irregularidades. Por eso la imagen que nos muestra el Consejo Nacional Electoral (un mapa pintado de rojo: el color de la revolución) luce apócrifa. Digámoslo de esta manera: El chavismo ganó por efecto del photoshop. Los números que han puesto al gobierno a alzarse con la victoria de 18 de las 23 gobernaciones en liza están intervenidos por las poderosas manos del Big Brother, que todo lo sabe, como en la novela 1984 de George Orwell. Y que todo lo inventa. Observamos una imagen que en apariencia suena verdadera pero nos choca su halo postizo. Su falta de espontaneidad. El régimen logra el quórum porque los ciudadanos van sin garantías a un proceso electoral viciado. Para empezar: el árbitro es un apéndice del Partido Socialista Unido de Venezuela. ¿Ello qué significa tratándose de un régimen despótico y con sed de totalitarismo? Significa muchas cosas.
Significa que la oposición no tiene acceso al padrón electoral. La data es una caja negra: ello se presta para la usurpación del voto. Significa que 48 horas antes de la elección, por ejemplo, 700 mil electores que suelen votar en zonas donde tradicionalmente arrasa la oposición fueron transferidos por el CNE de su habitual centro de votación a otro sitio. La triquiñuela se llama el “ratón loco”: la gente se desconcierta por la jugada de última hora. Muchos desisten de votar porque los reubican en barriadas peligrosas o porque, sencillamente, les resulta complicado desplazarse hacia el nuevo centro, alejado de su zona de residencia. Significa que las condiciones para participar son cada vez más adversas: el Big Brother afina su técnica de maquillaje de la foto en la medida en que su popularidad se va erosionando.
¿Qué significa que las elecciones se hayan celebrado con un CNE parcializado? Significa que se eliminó el uso de tinta indeleble: un pequeño “detalle” que facilita que se produzca el voto múltiple: un elector puede sufragar varias veces. Significa que 900 mil personas fueron afectadas en su derecho al voto porque las máquinas supuestamente estaban averiadas. Algunos al final pudieron votar. Otros, no. La cuenta no está clara. Pero eso suma al photoshop. Significa que no se eliminaron de la boleta, como prevé la Ley Orgánica de Procesos Electorales, la tarjeta de quienes, en un principio, eran candidatos de la oposición pero que luego declinaron en favor del candidato de la Mesa de la Unidad Democrática. Este “descuido” del CNE arrojó 200 mil votos nulos, según la cuenta que saca el politólogo John Magdaleno. Votos que hubieran ido a las arcas de la oposición. ¿Qué importancia tiene un factor como éste? Citemos este dato: Nicolás Maduro le ganó a Henrique Capriles las elecciones presidenciales de abril de 2013 por 223 mil 599 votos. No es una nimiedad: las tretas que urde el CNE pueden llegar a definir quién gana una presidencial. Y en las regionales, sin duda, esto inclinó la balanza hacia el PSUV. El photoshop da dividendos. Ha habido una sumatoria de detalles. Todos ellos, juntos, nos remiten a la perspectiva del fraude.
Sabemos que la realidad es distinta a la que muestra el CNE: el rostro se llena de arrugas con el paso de los años: Ley biológica. Igual pasa con los gobiernos que lo hacen mal: envejecen de ineficacia y los ciudadanos se lo cobran el día de las elecciones: Ley politológica. Pero el Big Brother escribe su propio relato: se coloca al margen del escrutinio popular. Interviene la imagen. La retoca. La maquilla. La contamina de perfección. El photoshop chavista ha sido urdido de manera profesional. No se limita al día del acto electoral. El fraude es estructural. Fue gestado en cámara lenta y el 15 de octubre llegó a su clímax. Entonces nos topamos con unas cifras mágicas que colocan en la cima de la popularidad a un régimen que tiene 80 por ciento de rechazo. ¿Cómo es que un gobierno detestado por la mayoría se alza con el 78 por ciento de las gobernaciones? La respuesta: por la alquimia de números que el árbitro es capaz de fabricar.
Si no había condiciones, ¿por qué la oposición acudió a las urnas? El antecedente inmediato que tenía a la mano la MUD era el de las parlamentarias celebradas en diciembre de 2015. En esa contienda la alternativa democrática obtuvo, pese a todo el ventajismo del régimen, pese a que luchaba contra el Big Brother, 110 curules. El PSUV logró 55. ¿Qué ha pasado desde entonces? Que la élite chavista tuvo la certeza, no ya la presunción, de que podía perder. Y afinó la técnica del photoshop, que la venía practicando desde antes, pero que ahora se hizo más impúdica: introdujo, por ejemplo, la jugada perversa del “ratón loco”, copiada de la Nicaragua de Daniel Ortega. Suprimió, como dijimos, la tinta indeleble. Sacó a sus bandas armadas para boicotear el proceso. No, esta vez la dictadura ha ido más lejos: el CNE incluso le fabricó 2.066 votos al candidato del PSUV en el estado Bolívar, el general Justo Noguera, para que ganara. Robo a mano armada. Andrés Velásquez, el candidato de la MUD, tiene las actas que certifican su triunfo. Todas. ¿Puede el chavismo coronar un triunfo como el que anuncia el CNE cuando, según cálculos del FMI, la inflación llegará a 652 por ciento al cierre de 2017 y cuando el Producto Interno Bruto experimentará una contracción de 12 por ciento al finalizar este año? El relato no suena verosímil. Hay algo que no cuadra en esta felicidad matemática.
Ningún demócrata apela a cartas tan sucias. Los demócratas compiten. Los demócratas se baten en el ring sin el auxilio de dopajes que les proporcionen una victoria falsa. Los dictadores acuden al photoshop.
(Caracas, 1963) Analista política. Periodista egresada de la Universidad Central de Venezuela (UCV).