Para Mateo
Cuenta la historia que durante los desfiles triunfales de los militares romanos victoriosos, un esclavo los acompañaba susurrándoles una y otra vez al oído “recuerda que eres mortal”. Esa es la función que cumple la crítica en las democracias modernas: impedir que el gobernante pierda de vista que es un servidor público, que su entronamiento es pasajero y que su legitimidad depende a fin de cuentas de sus gobernados. Hace unos días, el cineasta Alfonso Cuarón asumió esa tarea. Recogió el guante que el presidente Peña Nieto le había lanzado durante una entrevista con León Krauze meses antes, en la que lo acusó de estar mal informado sobre la reforma energética, y sacó un amplio desplegado interrogando al presidente. Hizo buen uso del derecho a la información que tiene todo ciudadano en cualquier democracia.
La carta y las preguntas de Cuarón tienen sus puntos débiles. Le pasa toda la cuenta de su desinformación al gobierno, haciendo a un lado la parte de responsabilidad que le toca (se han publicado innumerables libros y artículos sobre la historia y el complejo funcionamiento de la industria petrolera que están al alcance de todos, especialmente de un angloparlante como Alfonso Cuarón) y echándole leña a la hoguera del paternalismo condescendiente del Estado mexicano.
Por lo demás, algunas de sus preguntas tienen un sustento endeble. Los precios de bienes como los hidrocarburos y la electricidad dependen del mercado y de variables políticas impredecibles (los precios del petróleo, por ejemplo, han fluctuado históricamente como resultado de la inestabilidad de regiones productoras como el Medio Oriente o de las vicisitudes políticas de países exportadores como Irán o Rusia). Bajarán, en principio, si la oferta y la competencia aumentan en México –y si no ocurre nada en el mundo que eleve los precios– y eso puede pasar en uno o dos años, como asegura el gobierno, o en una década.
La tercera pregunta es también retórica. México no tiene los recursos para invertir masivamente en fuentes energéticas alternativas. El gobierno puede decir misa, pero tendremos que esperar a que esas tecnologías las desarrollen otros países para adoptarlas. La verdad es que a pesar de las grandes inversiones que han hecho Japón, China y los Estados Unidos en el sector, las fuentes renovables de energía proveen hoy por hoy menos del 2% del consumo de esos países. Y el proceso de sustitución será lento: se ha calculado que por lo menos durante los próximos 20 años, los hidrocarburos representarán aún entre el 75 y 80% del consumo energético mundial.
Sin embargo, comparto de principio a fin la preocupación central de la carta de Alfonso Cuarón y sus dudas sobre la capacidad y eficacia del gobierno, y la fortaleza de nuestro sistema legal, para manejar los cambios que conlleva la reforma energética, la apertura del sector a empresas extranjeras y el potencial que tiene la reforma para disparar geométricamente la corrupción que padece PEMEX –sindicato y socios incluidos–. Y aquí la única receta es la transparencia y la representación. Incluir a todos los grupos de interés en el Consejo de Pemex y sacar a la luz pública las licitaciones, y la letra grande y pequeña, de cada contrato de asociación de PEMEX con empresas extranjeras. En suma, llevar a la práctica lo que plantean las respuestas del gobierno.
El contenido de esas propuestas es preciso. Lo malo es el tono, que nos lleva de vuelta al derecho a la información que reclama Alfonso Cuarón. La carta está dirigida al presidente, no a su equipo de asesores. Pero las respuestas del gobierno son burocráticas e impersonales. Como nadie las firma, no habrá a quién reclamarle si no se cumplen.
Peña Nieto se equivocó en el tono. Una de las mejores fuentes de legitimidad para cualquier gobierno, sobre todo en un país con la corrupción endémica de México, es la rendición de cuentas: la visibilidad responsable que es el mejor símbolo de la igualdad y reciprocidad entre gobernante y gobernados.
La resonancia que ha tenido la carta de Cuarón debería convencer al gobierno de abrir un canal sistemático de comunicación y rendición de cuentas con los ciudadanos. A través del congreso (como en Inglaterra, donde los primeros ministros son vapuleados semanalmente por la oposición en el Parlamento) o de conferencias de prensa y entrevistas (como las que enfrenta el presidente de los Estados Unidos). En tiempos de cambio el silencio no es una buena opción.
(Publicado previamente en el periódico Reforma)
Estudió Historia del Arte en la UIA y Relaciones Internacionales y Ciencia Política en El Colegio de México y la Universidad de Oxford, Inglaterra.