El dilema de Israel

La prรณximas elecciones en Israel se han vuelto un asunto de autodefiniciรณn.ย 
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Israel tendrรญa que vivir un terremoto polรญtico para alterar el resultado anunciado de las elecciones generales del 22 de enero. Todos dan por hecho que el Likud de Benjamรญn Netanyahu recibirรก suficientes votos para conformar de nuevo un gobierno. Nadie espera ningรบn cataclismo: la derecha no se dividirรก; los partidos de izquierda y de centro no llegarรกn a un acuerdo para presentar un solo bloque, ni encontrarรกn por arte de magia un programa bien armado y convincente, ni un lรญder carismรกtico y providencial para atraer mรกs electores.

Netanyahu triunfarรก de nuevo, al frente de un partido bicรฉfalo –la otra cabeza corresponde a Avigdor Lieberman y su partido de ultraderecha, Yisrael Beiteinu– y gobernarรก con la agenda que ha enarbolado por dos aรฑos. Un programa que defiende los intereses de los pobladores del Margen Occidental (el territorio de un potencial Estado palestino), de grupos y partidos ultraortodoxos, que se ha negado a negociar con los palestinos bajo el mito de que “no hay con quien negociar”,y que ha colocado el poderรญo militar israelรญ en el centro de su polรญtica exterior.

Benjamรญn Netanyahu es un polรญtico autista: padece alergia al contacto con otros y a la negociaciรณn. Aparentemente cree que darle la espalda a los palestinos los harรก desaparecer y que la fuerza militar ha convertido a Israel en una fortaleza inexpugnable inmune a los profundos cambios que ha vivido el Medio Oriente. Lo cierto es que los palestinos siguen y seguirรกn ahรญ, y el escenario internacional ha colocado a Israel en una situaciรณn mucho mรกs difรญcil que hace dos aรฑos: con menos aliados; un Hamรกs fortalecido al sur, en Gaza (gracias al apoyo de la Hermandad Islรกmica en el gobierno en Egipto, y Turquรญa). Al norte, con la amenaza de una Siria que puede caer en el caos en cualquier momento,ademรกs del eterno dolor de cabeza de Jizbolรก en Lรญbano. Todo ello para no hablar de la sombra de un Irรกn nuclear.

Una mayorรญa de la opiniรณn pรบblica en Occidente, la prensa internacional, amplios grupos de judรญos de la Diรกspora (como el J Street norteamericano que ha establecido que el apoyo a Israel no implica apoyar por fuerza al gobierno israelรญ en turno), y millones de votantes israelรญes, estรกn en abierto desacuerdo con la agenda de Benjamรญn Netanyahu. Piensan que no sรณlo es la peor alternativa para defender los intereses de Israel, sino tambiรฉn un proyecto miope que ha dejado a un lado el principal problema del paรญs: la necesidad de sentarse a negociar la paz con los palestinos. El enigma es por quรฉ el Nuevo Likud de Netanyahu ganarรก con toda probabilidad la elecciรณn y por quรฉ la paz no es el primer punto del programa de los partidos mรกs fuertes de centro izquierda.

La respuesta va mรกs allรก de los avatares de los partidos: la clave parece estar en la naturaleza misma de la sociedad israelรญ.

Israel es como un crisol pequeรฑo al que le aรฑadieron demasiados ingredientes –con pocos disolventes– y cuyas aspas giran sin poder mezclar nada. Cada ingrediente de la amalgama pelea por su propia identidad y se resiste a mezclarse en una masa comรบn, mientras la batidora aplasta a otra colectividad que comparte el mismo espacio.

La sociedad israelรญ es un melting pot fallido. Por eso la elecciรณn se ha vuelto una guerra cultural domรฉstica; un asunto de autodefiniciรณn (afirma Gideon Levy en el periรณdico Ha’ aretz), de lucha por identidades particulares que ha vulnerado la democracia.

Ningรบn grupo รฉtnico o polรญtico –escribiรณ Carlo Strenger en esas mismas pรกginas– parece sentirse a gusto en Israel. Todos perciben que su “identidad” estรก en riesgo: los descendientes de la primera ola de inmigrantes europeos creen que han perdido su tradicional fuerza polรญtica; los sefaraditas se sienten humillados –ciudadanos de segunda–; los rusos –la base dura del partido de Lieberman–, en desventaja polรญtica. Los ultra ortodoxos se sienten amenazados por la asimilaciรณn, los pobladores de los territorios ocupados en riesgo de perder sus hogares y de no poder imponer su proyecto mesiรกnico al paรญs entero, y los liberales, rebasados por la ultraderecha en el poder. Y faltan los agravios de los รกrabes israelรญes.

Netanyahu y sus socios viven de atizar esa guerra cultural. Han diluido los mejores disolventes que acelerarรญan los giros del crisol –a saber, los valores democrรกticos. Han pretendido unir a la sociedad israelรญ, no alrededor de un ideal democrรกtico, multicultural, tolerante, laico y abierto al diรกlogo, que respete los derechos de todos,sin imponer los de ninguno, sino en torno a una amenaza externa que ellos han alimentado.

No sorprende que los mejores israelรญes hayan condenado el programa de la derecha. Amos Oz, el gran escritor israelรญ, advirtiรณ hace dรญas que el riesgo de eliminar la negociaciรณn con los palestinos de la agenda polรญtica es la posibilidad de que la democracia israelรญ entre en agonรญa y el futuro del paรญs sea, en efecto, un solo estado. Pero รกrabe.

Es preferible, ha dicho Oz, un desenlace digno de Chejov y no de Shakespeare. Al final de los dramas de Shakespeare, la idea de la justicia flota sobre el campo de batalla, pero todos acaban muertos. Los personajes chejovianos, por el contrario, terminan golpeados, disminuidos y, a veces, humillados, pero vivos.

 

(Publicado previamente en el periรณdico Reforma)

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Estudiรณ Historia del Arte en la UIA y Relaciones Internacionales y Ciencia Polรญtica en El Colegio de Mรฉxico y la Universidad de Oxford, Inglaterra.


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