El 1º de enero de 1994 el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) irrumpió en la vida pública para declararle la guerra al gobierno de Carlos Salinas de Gortari y defender los derechos de los pueblos indígenas. A 25 años de su levantamiento armado, el EZLN sigue en pie de lucha.
Desde la Realidad, Chiapas, la comandancia zapatista dirigió unas palabras para defender su movimiento y expresar su rechazo al actual gobierno, en particular a dos de sus proyectos prioritarios, el Tren Maya y la Guardia Nacional. “Vamos a enfrentar, no vamos a permitir que pase aquí ese su proyecto de destrucción, no le tenemos miedo a su guardia nacional que la cambió de nombre para no decir ejército, que son los mismos, lo sabemos”, afirmó el subcomandante Moisés. En el mismo evento llamó “tramposo” y “mañoso” al presidente por apropiarse de los usos y costumbres indígenas al realizar en diciembre un ritual con el que pretendía “pedirle permiso a la Madre Tierra para construir su tren”, y sin embargo, no consultó a las comunidades que podrían ser afectadas. A este pronunciamiento se sumaron el Congreso Nacional Indígena (CNI) y el Consejo Indígena de Gobierno (CIG).
Un día después de estas declaraciones, el presidente López Obrador señaló durante una de sus conferencias matutinas que no tiene ningún problema con el EZLN y que respeta a sus integrantes, pero que no se va a dejar “cucar” y que el tren seguirá su construcción. “Tenemos ahora ya a un adversario que queremos vencer, que vamos a enfrentar todos los días: la crisis de México, y a eso estoy ocupado. Aunque quieran confrontarnos, no va a haber respuesta. Amor y paz”, dijo para dar por concluido el tema.
Esta no es la primera vez que el EZLN se opone a López Obrador. En mayo de 2005, al convertirse en el candidato presidencial del PRD, el subcomandante Marcos lo llamó “espejo” de Carlos Salinas y “germen de un autoritarismo y un proyecto personal transexenal”. Seis años después, en noviembre de 2011, López Obrador intentó acercarse al movimiento zapatista y le pidió a sus dirigentes que no lo descalificaran: “Yo les ofrezco mi mano franca a todos para que podamos en unidad sacar al país. Por encima de nuestras diferencias, el interés común es sacar adelante al país”. Sin embargo, el vocero zapatista ya había dejado claro su rechazo al tabasqueño en una carta que le dirigió a Luis Villoro por esas mismas fechas: “Uno de los 3 bribones que habrán de disputarse el trono sobre los escombros de México, ha venido a nuestras tierras a demandarnos silencio. […] Con un discurso más cercano a Gaby Vargas y a Cuauhtémoc Sánchez que a Alfonso Reyes, ahora predica y fundamenta sus ambiciones en el amor… a la derecha”. El último desacuerdo se dio después de conocerse los resultados de la elección presidencial. La comandancia zapatista emitió un comunicado en el que mencionaron que “la ilusión actual” producto del triunfo del tabasqueño parecía aliviar la historia de promesas incumplidas por parte del gobierno pero que eventualmente “se sumará la desilusión prevista”. Para el EZLN su llegada al poder no cambiará la situación del país y por eso no se sumaban a las celebraciones por su triunfo. Según la opinión de algunos especialistas, para los zapatistas, López Obrador no representa una transformación, sino una continuidad del sistema capitalista que durante años los ha oprimido. Además consideran que al rodearse de colaboradores provenientes del PRI y de los responsables de la matanza de Acteal engaña a los indígenas.
En sus orígenes, el EZLN fue un movimiento social bien visto por la izquierda mexicana, principalmente por integrantes del PRD, quienes se acercaron en varias ocasiones con la comandancia insurgente. En 1994, Cuauhtémoc Cárdenas, en aquel entonces candidato presidencial por dicho partido, un joven Andrés Manuel que contendía por la gubernatura de Tabasco y la activista Rosario Ibarra de Piedra se reunieron con el subcomandante Marcos y el mayor Moisés para escuchar las demandas de los indígenas chiapanecos. Una fotografía queda como testimonio de una de las “dos o tres ocasiones” en las que según el actual presidente se reunió con el subcomandante Marcos.
Pero evidentemente, al tratarse de un grupo en rebeldía, López Obrador no es el único presidente al que el zapatismo se ha opuesto. Tras dos años del levantamiento, varios representantes del gobierno de Ernesto Zedillo –entre ellos el entonces Secretario de Gobernación y actual Secretario de Educación, Esteban Moctezuma– buscó negociar con la insurgencia. El 16 de febrero de 1996 se firmaron los Acuerdos de San Andrés Larráinzar, un pliego de reformas constitucionales que reconocían los derechos políticos, jurídicos, sociales, económicos y culturales de los pueblos indígenas. A pesar de la firma, estos nunca entraron en vigor lo que provocó el alejamiento y la decepción de los integrantes del EZLN y de varias organizaciones nacionales e internacionales que los veían como una oportunidad única para comenzar a resarcir 500 años de marginación a las comunidades indígenas. Cinco años después, en 2001, una caravana integrada por 1,111 indígenas encabezados por el subcomandante Marcos llegó a la capital del país para exigir el cumplimiento de los Acuerdos de San Andrés. En respuesta, los legisladores aprobaron la Ley de Cultura y Derechos Indígenas presentada por el presidente Vicente Fox, a pesar de que los zapatistas consideraron que era insuficiente porque dejaba fuera varios puntos de los acuerdos. El voto decisivo lo tuvo el PRD en el Senado, cuya bancada falló a favor de la ley. Esto provocó una separación entre el partido político y el ejército zapatista. Si bien se trató de un distanciamiento político, el 10 de abril de 2004 ocurrió la ruptura social. Ese día, supuestos comités de apoyo indígenas del PRD emboscaron a un contingente zapatista que se dirigía a abastecer de agua las bases del movimiento en Zinacantán, Chiapas, porque el gobierno municipal –perteneciente al PRD–les había bloqueado el acceso al pozo. El ataque dejó a veinte heridos, cinco de ellos de bala, y varias casas destruidas. De acuerdo con el subcomandante Marcos, estas acciones fueron un castigo por su resistencia al gobierno perredista.
Desde el inicio su gestión, el gobierno de López Obrador se ha comprometido a atender las necesidades de los pueblos indígenas mediante un programa nacional que contempla la creación del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas y una reforma constitucional que los reconozca como sujetos de derecho público. Algunos de los puntos que formarán parte del programa son los que estaban originalmente en los Acuerdos de San Andrés y quedaron fuera de la Constitución, como el ejercicio de la libre determinación, autonomía y sistemas normativos. Sin embargo, los integrantes del EZLN se muestran escépticos del nuevo gobierno y no parecen que dichas promesas se concreten. La actitud del presidente de no consultar directamente a los pueblos indígenas sobre la viabilidad de sus proyectos antes de ponerlos en marcha, como indican los estándares internacionales, no es una buena señal de un cambio en la creación de políticas públicas. De acuerdo con una investigación publicada por la versión en español del New York Times, si prioriza los intereses privados y gubernamentales antes que a los de las comunidades originarias, el sexenio de López Obrador podría caracterizarse por ser uno en el que persistan los conflictos socioambientales . En 2011, Pedro Pitarch escribió en esta revista sobre la complejidad de desarrollar una política indígena sin escuchar las voces de los indígenas. La situación no ha cambiado, a pesar de los numerosos análisis al fenómeno. El actual gobierno tienen ante sí la oportunidad de superar las diferencias y construir una nueva relación entre el Estado y los pueblos indígenas donde se pase del asistencialismo y la explotación al trabajo conjunto.
Tras 25 años de vida pública, el EZLN ha combatido gobiernos locales y federales, pero sobre todo ha hecho visibles problemáticas que habían permanecido ignoradas. Aunque algunos académicos e integrantes de organizaciones internacionales han criticado estrategias, como el reclutamiento de niños guerrilleros y el vandalismo en algunos territorios, así como su retórica belicista, el EZLN se ha caracterizado por ser un movimiento de resistencia que lucha por el reconocimiento de los derechos de los indígenas y en contra de la marginación y la pobreza de las comunidades indígenas en el país. Si bien, no han logrado su propósito manifiesto de transformar al sistema político mexicano, su activismo ha logrado el autogobierno y la aplicación de sus propios mecanismos de justicia en ciertas comunidades bajo su control. Como concluyó el subcomandante Moisés en su más reciente comunicado: “Así que, digan lo que digan, así que piensan lo que piensan, nosotros nos vamos a defender. Pase lo que pase, cueste lo que cueste y venga lo que venga. Vamos a defendernos, vamos a pelear si es necesario”.