Foto: Eyepix/NurPhoto via ZUMA Press

El “muro de paz” y la guerra contra las mujeres

Las víctimas por quienes las mujeres se manifiestan no son un arma contra el presidente. Pero su existencia debería servir para que él y su gobierno generen el cambio necesario para que ser mujer en México deje de ser un riesgo.
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Uno de los hechos más recientes de la cada vez más larga lista de acciones y declaraciones del presidente Andrés Manuel López Obrador en contra del movimiento feminista, fue cercar el Palacio Nacional con vallas metálicas. Su vocero, Jesús Ramírez Cuevas, lo llamó en Twitter “un muro de paz”.

Ese cerco fue convertido por compañeras activistas en un muro de la memoria, en el cual se escribieron los nombres de las víctimas de feminicidio y se colocaron flores. Además, gracias a la tecnología, fue atravesado para proyectar sobre la fachada principal de Palacio Nacional frases alusivas a los reclamos de la lucha por los derechos de las mujeres.

Sin embargo, a pesar de la intervención de las compañeras para transformar la valla, dándole un valor entrañable y contundente, no podemos perder de vista el significado real que tenía ese mal denominado “muro de paz”, mucho menos si se toman en cuenta el uso que se le dio como instrumento de represión el pasado lunes 8 de marzo, así como las agresiones físicas en contra de quienes participaban en la marcha por el Día Internacional de la Mujer.

Ese muro era, en realidad, un símbolo de violencia para todas las mujeres de este país, nos consideremos o no feministas, además de un acto de revictimización para todas aquellas mujeres que han perdido la vida o han sido víctimas de la violencia que prevalece en México.

Emma Goldman decía que “el elemento más violento en la sociedad es la ignorancia”, y considero que esa guerra que el presidente López Obrador ha iniciado contra el movimiento feminista es, justamente, producto de la ignorancia.

Cuando el presidente se ha referido al feminismo como una moda extranjerizante, demuestra desconocimiento de la historia del movimiento feminista en México, que se remonta a finales del siglo XIX. Desde entonces, el feminismo mexicano se ha ido transformando. Ha tomado elementos de la lucha global a favor de los derechos de las mujeres y también ha adoptado características que lo hacen único.

De hecho, y así se demostró en la marcha del 8M de 2020 y se refrendó en la de este año, no todas las mujeres que se manifiestan son feministas. Ahí estuvieron presentes niñas, adolescentes y mujeres que no se vinculan con colectiva u organización civil alguna, así como otras que no se identifican a sí mismas como feministas

Adicionalmente, no se puede hablar de un solo movimiento feminista en México. El feminismo no es monolítico, tiene una enorme variedad de formas de manifestarse y de expresarse, no es propiedad de nadie, aunque tiene como común denominador el que queremos justicia para las víctimas y un cambio para que las espeluznantes cifras de violencia contra las mujeres detengan su acelerado crecimiento.

Justo por ello, en octubre de 2020 se lanzó la campaña “Mujeres Vivas, Mujeres Libres”, la cual no es una organización y tampoco una colectiva. Somos un espacio para amplificar las voces de mujeres de todas las edades, feministas o no, que queremos que el Estado Mexicano escuche y nos apoye para garantizar, en los hechos, el derecho a una vida libre de violencia para todas y el derecho a decidir nuestro propio camino.

El presidente López Obrador también parece ignorar el altísimo riesgo que implica ser mujer en México. Para ilustrarlo, haré referencia sólo a algunos datos.

De acuerdo con la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, entre 2017 y 2020,el número de feminicidios se incrementó de 7 hasta más de 10 por día. En 2020, la situación empeoró como consecuencia de la pandemia por covid-19. Según datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, tan solo en abril (primer mes de confinamiento) hubo, en promedio, más de 11 asesinatos de mujeres al día, la cifra más alta de todo el año.

Si se revisan otros tipos de violencia, se observa que, de enero a octubre de 2020, se denunciaron 13,867 violaciones; en otras palabras, cada día se denuncian en promedio 46 agresiones sexuales en México.

La violencia sexual es detonante de embarazos no deseados. No obstante, y a pesar de ser una causal reconocida en todos los códigos penales del país para que las mujeres puedan tener acceso a un aborto seguro, la confusión, el estigma y el desconocimiento del personal de salud y del de impartición de justicia, hacen que las mujeres sientan miedo de ser denunciadas. Ese miedo las obliga a acudir a abortos inseguros.

El aborto inseguro es la cuarta causa de mortalidad materna en México. Además, tiene un alto costo para el sistema de salud mexicano, ya que se estima que más del 36% de las mujeres que tienen abortos inseguros desarrollan complicaciones que requieren atención médica, en la mayoría de los casos, de emergencia.

En tanto no se apliquen las disposiciones que permiten terminar con un embarazo producto de una violación y se despenalice el aborto hasta la semana 12, como ya ocurre en la Ciudad de México y Oaxaca, seguirán acumulándose las muertes.

Todas estas cifras son en realidad mujeres, a quienes el “muro de la paz” revictimizó al intentar borrar sus nombres y sus tragedias, al tiempo que fue una muestra de violencia contra quienes, feministas o no, manifestamos que no queremos más mujeres que mueran por el simple hecho de serlo, ni que pierdan la vida por no tener la libertad para decidir sobre sus cuerpos.

Las víctimas por las que nos manifestamos no son un arma de guerra contra el presidente. Lo único para lo que tendrían que servir las agresiones que no debieron haber sufrido –si es que algo tan escalofriante puede servir para algo–, es para que él y su gobierno generen el cambio necesario para que ser mujer en México deje de ser un riesgo, y que éste sea el país en el cual las mujeres estén vivas y sean libres.

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