No es inusual que una sabrosa elucubración sobre el próximo gobernante tome todo el espacio del debate público. La lógica sucesoria, presente desde que un nuevo jefe toma asiento, se instala con fuerza cuando se atisba su salida, y devora el alma, las palabras y las acciones de los anhelantes.
Pero no es el único fenómeno que llega en el último tramo de un gobierno. También llegan a Palacio y a su corte la prisa y la conciencia. La victoria queda atrás y el gobernante y sus cortesanos se dan cuenta de que su poder no es para siempre, que la salida se acerca y que hay que terminar lo comenzado, esconder la basura y preparar la conservación del trono.
Esa es la etapa que se vive actualmente en México, y con esa clave podemos leer todos los frentes hoy abiertos por el gobierno encabezado por Andrés Manuel López Obrador. El presidente está en el cuarto año de los seis que se le otorgaron y para él y su grupo urge ganar el relato, terminar las obras y defender lo conquistado.
El relato. En el ámbito discursivo el grupo político en el poder tiene hoy dos baterías principales: la defensa de la patria y la defensa de la voz del pueblo. La primera bandera la construyó tras el bloqueo opositor a una reforma eléctrica estatista que el oficialismo presentó como antiextranjerizante. Al bloquearla, los no morenistas se convirtieron en “traidores a la patria” que defendieron intereses extranjeros. No hay acusación formal, pero sí hay campaña. La segunda bandera, la de la voz del pueblo, la enarbolan con un artificial ejercicio de revocación de mandato realizado en abril para aplaudir al presidente (más del 90% de votos fue en contra de la revocación y participaron solo 17% de los electores) y con una iniciativa de reforma electoral que actualiza el sistema de partidos y la representación legislativa, pero destruye el perfil técnico y autónomo de la autoridad electoral. Esto encontrará un dique en el Legislativo y ya está usándose en el discurso: los que no son de Morena no quieren que el pueblo mande.
Las obras. En sentido amplio, el plan de Andrés Manuel López Obrador ha funcionado. Terminó un aeropuerto, está por terminar una refinería y lleva ya un avance notable en un tren en el sur. No se puede decir que no libró los obstáculos, aunque no resolvió la peligrosa saturación de la terminal en la Ciudad de México y no es una alternativa atractiva para el mercado. Según marca el calendario, la refinería estará inaugurada en julio de 2022, refine o no, y el tren a mediados de 2023. La rentabilidad y operación de las tres grandes obras del sexenio está en entredicho, pero terminadas, es de esperarse, sí van a estar.
La conciencia. La conciencia del último tramo devora el ánimo de los anhelantes oficialistas, pero empieza también a hacer mella entre funcionarios y, para ser justos, entre los críticos del gobierno. Los funcionarios que se creyeron invencibles y eternos, que lucraron con su cargo, que hicieron tráfico de influencias, que desviaron dinero al partido o a su bolso, que usaron la soberbia como herramienta entre pares, empiezan a ver la importancia de recuperar amigos y limpiar la casa. Saben que la renovación sexenal, aun favoreciendo a su partido, elimina los capelos protectores.
La conciencia también permite a los críticos evaluar la dimensión de lo que hizo este gobierno, el tamaño de sus logros y lo profundo de sus equivocaciones. A estas alturas quizá muchos ven con alivio que el arreglo democrático se mantiene a pesar del refinamiento de los controles políticos de facto y del refuerzo metaconstitucional del presidencialismo. Ignoro si como parte de esta conciencia, los cortesanos y el gobernante encuentran peligrosa la militarización de la gestión, construcción y administración pública. La entrega de ese poder trasciende a la renovación sexenal, lo que significa que los trasciende a ellos, y ahora sí podrán verlo con claridad.
En México no tenemos estaciones, y nuestra conducta no incluye prepararse para ese tránsito, doblando lo que no se usará y recuperando rituales y herramientas aptos para los nuevos climas. No tenemos eso, pero tenemos el sexenio. Y ya estamos en otoño.
es politóloga y analista.