El “poder suave” mexicano

Si el gobierno quiere proyectar una mejor imagen de México en el mundo, debe enfocarse en solamente una tarea: hacer bien su trabajo. No hay más. Crimen y corrupción son los temas prioritarios.
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El presidente Peña Nieto se reunió hace diez días con los embajadores y cónsules que representan los intereses de México en el exterior. Les pidió difundir “una imagen veraz y objetiva del país”. Tras dedicarle no mas de dos líneas a lo que llamó “los ataques contra la paz de los mexicanos”, sugirió que promuevan a México como destino de inversión. México, dijo el presidente, logró “en meses lo que muchos otros no han logrado en años: transformarse estructuralmente”. El mensaje, pues, no podía ser más claro: en tiempos de suma complejidad, las embajadas y los consulados deben darse a la tarea de limpiar la golpeada imagen del país. En otras palabras: a falta de una realidad que avale su optimismo, el gobierno mexicano apuesta por las relaciones públicas, por el “poder suave”.

Es una encomienda complicada. Baste un ejemplo curioso. Hace unos días me topé con la edición más reciente de la revista inglesa Monocle, la publicación encabezada por el periodista canadiense Tyler Brulé. Monocle es una anomalía en los medios impresos de hoy: de diseño elegante, toca con la misma seriedad la política internacional, los viajes, la ecología, la tecnología o la economía. Brulé la ha convertido en un auténtico imperio (o al menos un imperio en el mundo de las revistas en 2015). El caso es que Monocle publica cada año un detallado y lúcido análisis sobre los países que mejor ejercen el “poder blando” en el mundo. El término, acuñado por el académico estadounidense Joseph Nye, se refiere (en términos generales) al ejercicio de la influencia, el prestigio y la credibilidad como herramientas para promover una agenda determinada. Evidentemente, el “poder suave” contrasta con el poder militar, la coerción y otras herramientas parecidas que poco tienen que ver con valores culturales, sociales y artísticos admirables y dignos de emular. En otras palabras: un país capaz en el ejercicio del “poder suave” reconoce que no hay mejor manera de ganar influencia que promoviendo una cultura a la que otros aspiren. Es, digamos, un proceso geopolítico de fina seducción.

En su estudio, Monocle no solo toma en cuenta el papel que juega el gobierno de un país en el exterior sino también —y esto es clave para Nye— su cultura popular y hasta sus empresas. Así, el primer lugar en el “ranking” de la revista lo ocupa Estados Unidos, cuyo dominio cultural en el mundo es (aunque chocante para algunos) innegable. No hay mejor embajador de “poder suave” en Estados Unidos que su maquinaria de cultura popular, desde Hollywood hasta el Súper Tazón. Monocle también elogia el rol de empresas como Google, Apple y Facebook, empresas “icónicas” que representan la “quintaesencia estadounidense”. El segundo sitio lo ocupa Alemania, gracias al liderazgo internacional de la señora Merkel, las grandes empresas alemanas y hasta su selección de futbol. Corea del Sur, por ejemplo, está en el decimoquinto sitio. No hay mejor carta de presentación para Corea que sus extraordinarios estudiantes, el crecimiento impresionante del “k-pop” (el pop coreano) y la fuerza de Samsung como marca mundial.

¿Y México dónde queda? Monocle coloca a nuestro país en el lugar 27. Esto es parte de lo que dice la entrada: “En el papel, el poder suave mexicano es impresionante: extraordinaria gastronomía y más museos y galerías que muchos países del mundo (…) pero México no vende bien todo esto (…) además, la historia mexicana que presenta la prensa internacional aún está dominada por el crimen y la violencia y si eso no cambia, nada de lo demás importa”.

Es un diagnóstico breve y preciso que invita a la reflexión. El mejor ejercicio del “poder suave” mexicano no pasa por el gobierno y la diplomacia. Pasa por la cultura. Los verdaderos embajadores de México en el mundo son los creadores de la antigua y riquísima cultura popular: escritores, cineastas, cocineros y un largo etcétera. Baste el ejemplo de la gran comunidad cinematográfica: directores, guionistas, fotógrafos, actores y productores mexicanos destacan en el mundo entero. Eso sí: con frecuencia difunden la imagen de un México sometido a la adversidad, la corrupción y el crimen. Es un retrato muchas veces terrible. ¿Se apega a la realidad? Mayormente, sí. ¿Podría ser más optimista? Quizá. Lo cierto es que no les interesa usar su esfera de influencia para promover el México atractivo en el que insiste Peña Nieto. En el fondo, lo que les interesa es mucho más auténtico e importante (para ellos y para el país): proyectar su obra con calidad, originalidad e incluso verdad. No tienen por qué pensar en otra cosa.

Por su parte, el gobierno haría bien en comprender que el “poder suave” no se enfoca ni se dirige por decreto. Si el gobierno quiere proyectar una mejor imagen de México en el mundo, debe enfocarse en solamente una tarea: hacer bien su trabajo. No hay más. Crimen y corrupción son los temas prioritarios. Porque como bien apunta Monocle: “Si eso no cambia, nada de lo demás importa”.

(El Universal, 19 de enero, 2015)

 

 

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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