Una vez más, en su alrevesado mundo donde los hechos alternos sustituyen a los hechos y el retiro de tropas de Iraq se convierte en la llegada de 3,500 soldados más, el impulsivo presidente estadounidense ha lanzado una nueva escalada de violencia en el Oriente Próximo. Al ordenar el asesinato del general iraní Qasem Soleimani en el aeropuerto de Bagdad, ha escalado desproporcionadamente el conflicto con Irán sin medir las consecuencias que esto acarreará, violando de paso la soberanía de un país amigo.
“Lo hice”, dijo Trump, “para lograr la paz”. ¿La paz con quién? ¿Con Irán, el país del asesinado general? ¿Con Iraq, el país aliado donde las tropas estadounidenses entrenan al ejército iraquí? ¿Con los terroristas que obedecían las órdenes de Soleimani para atacar objetivos estadounidenses en el área?
El asesinato del general persa ha reavivado el odio contra Estados Unidos en ambos países y en gran parte de la región. En Iraq, el Parlamento votó unánimemente a favor de pedir al gobierno que decrete la expulsión de tropas extranjeras en su país (5,000 efectivos estadounidenses que asesoran a los iraquíes en su lucha contra ISIS). Irán ha prometido una enorme represalia contra Estados Unidos.
Más grave aún, la orden homicida de Trump abre un nuevo capítulo en la conflictiva relación con Irán y augura que la respuesta bien podría ser el asesinato de una figura de alto rango en Estados Unidos. “¿Qué pensaríamos si Irán asesinara al comandante en jefe de las fuerzas estadounidenses en el Oriente Medio? ¿Sería una declaración de guerra?”, pregunta el presidente del Instituto de Estados del Golfo Árabe en Washington D.C., entrevistado por la periodista Robin Wright en el New Yorker.
A la declaración iraní de que cualquier ciudadano americano es un blanco legítimo, Trump ha respondido diciendo que contempla 52 objetivos para responder una eventual agresión. ¿Cuántos objetivos tendrá Irán? El toma y daca entre estos dos países ha sido largo y explosivo. En 1953, Estados Unidos y Gran Bretaña orquestaron un golpe de Estado contra el gobierno democráticamente electo de Mohamed Mosaddegh e impusieron la dictadura del sha Mohamed Reza Pahlavi, que duró 26 años. En 1978, mientras el presidente Jimmy Carter elogiaba al Shah por mantener “una isla de estabilidad” en una región convulsionada, el gobierno reprimía salvajemente a quienes protestaban contra el régimen. A principios del año siguiente, el sha abandonó el país y a finales de año, un grupo de activistas tomó por asalto la embajada estadounidense, secuestrando a 52 de sus diplomáticos.
¿Estamos al inicio de una tercera guerra mundial? No lo creo, no ahora mismo. Sin embargo, el atentado contra un miembro del primer círculo de poder y tan cercano al Ayatola seguramente provocará una represalia equivalente, lo suficientemente fuerte como para convencer a Trump que fue un error que no debe repetirse.
Dado el desequilibrado balance de fuerzas, es evidente que Estados Unidos tendría la ventaja en una guerra abierta. Sin embargo, la experiencia en Vietnam, Afganistán o Iraq demuestra que las victorias estadounidenses son de muy corta duración, y el triunfo es muy relativo, sino es que dudoso.
El problema es que entre la hiperbólica retórica de Trump con amenazas que incluyen el cambio de régimen en Irán, así como con las aventuras imperialistas de Irán en la región, la guerra no declarada entre ambos países está cada día más fuera de control.
El consenso general, sin embargo, es que una guerra abierta sería una catástrofe, sobre todo para Iraq, donde la pacificación ha sido difícil. Desde mediados del siglo XX y hasta lo que va del XXI, la región que va de Persia a Anatolia y a Arabia sigue siendo la menos estable del mundo
Escribe sobre temas políticos en varios periódicos en las Américas.