¿Hasta cuándo podrán seguir diciendo lo que dicen sin pagar consecuencias? La pregunta es la misma en el Brasil de Jair Bolsonaro, el Estados Unidos de Donald Trump o el México de Andrés Manuel López Obrador. Y es que una de las principales características de los políticos populistas es que los votantes no solo no castigan, sino que justifican, aplauden y recompensan actitudes y discursos que antes se consideraban inaceptables. Todo se les resbala, como si estuvieran cubiertos de teflón.
Pero parece que el teflón populista de Boris Johnson, primer ministro del Reino Unido, está llegando a su fin. Hace unas semanas, Johnson hizo durante un discurso lo que antes deleitaba a su auditorio: comenzó a improvisar de manera caótica hasta perder por completo el hilo de la argumentación. “El gobierno no lo puede hacer todo y debe dejar de estorbarles a ustedes”, decía Johnson ante empresarios. Entonces, se dio cuenta de que no tenía sus notas en orden y comenzó a buscar desesperado la siguiente página. “Disculpen. Lo siento. Lo siento mucho”. Cuando se dio cuenta de que había perdido el discurso y no tenía caso seguir buscando, levantó la mirada y preguntó… “¿Quién de ustedes ha ido al parque de diversiones El Mundo de Peppa Pig? Ayer fui, como todos deberían hacerlo. No tenía mucha fe en el lugar, pero me encantó”. El video de Johnson haciendo el ridículo le dio la vuelta al mundo, pero la reacción del público británico no fue de risas y diversión. La popularidad del primer ministro, que se había recuperado levemente a lo largo de 2021 por el éxito de la estrategia de vacunación, se volvió a venir abajo.
Como en otros países, no hay forma de que los votantes se puedan decir legítimamente sorprendidos por la conducta de Boris Johnson, pues esta ha sido la misma desde siempre. Hay una anécdota extraordinaria, relatada en un artículo de la revista The Spectator, que lo pinta de pies a cabeza.
En 2006, cuando Johnson era un miembro del Parlamento sin cargo oficial ni relevancia política –un backbench MP, les dicen allá– fue invitado a dar un discurso en una muy formal entrega de premios del sector financiero. Jeremy Vine, periodista de la BBC, también había sido invitado a hablar en el evento. Vine cuenta en el artículo que la gala inició puntualmente –hablamos de británicos– y que cuando todos comenzaron a pensar que Johnson los iba a plantar, este llegó jadeante y despeinado. Preguntó a los invitados de qué se trataba el evento, como si no tuviera idea de dónde estaba. Vine y otros le explicaron. Era obvio que no tenía un discurso preparado, así que pidió una pluma y garabateó rápidamente en un papel:
OVEJAS
TIBURÓN
Y otra palabra que Vine no alcanzó a ver.
Johnson comenzó a hablar, titubeante, y tuvo que voltear a leer el nombre del evento detrás de él para poder decir que le daba gusto estar ahí. Todo mundo comenzó a reír, sorprendido. Johnson contó entonces una historia sobre la granja de ovejas de su tío y cómo, debido a las estorbosas regulaciones de la Unión Europea, ya no podían enterrar a los animales muertos como antes, sino que tenían que seguir un engorroso procedimiento burocrático. “Por eso”, continuó, “mi personaje favorito del cine es el alcalde de la película Tiburón, pues a pesar de todo, mantuvo las playas abiertas. Cierto, algunos niños fueron devorados por el tiburón, pero imagínense cuánta diversión tuvo la mayoría en esas playas, gracias al valor del alcalde para ignorar todas las regulaciones”. Más risas y aplausos. Johnson cerró su caótica intervención con un chiste muy viejo y, encima, lo contó muy mal y pareció olvidar el final. Pero, para sorpresa de Vine, los elegantes asistentes aplaudían con gran entusiasmo. “No importaba que Boris no tuviera un guion, o un plan o una idea del evento en el que estaba, y que parecía estar improvisando todo con lo primero que se le viniera a la cabeza. Me di cuenta de que estaba en la presencia de un genio”, escribió el periodista.
Vine cuenta entonces que un año y medio después asistió a otro evento de gala en el que Boris Johnson era el orador principal. Pero cuando llegó, no lo vio en ninguna mesa. Entonces, minutos antes de iniciar el evento, Johnson llegó, tarde, despeinado y jadeante. Se sentó y preguntó de qué se trataba el evento. Pidió papel y pluma. Escribió “OVEJA”, “TIBURÓN” y subió al podio. Y comenzó a actuar como si no tuviera idea de dónde estaba, para después comenzar a hablar de la granja de ovejas de su tío y del alcalde de la película Tiburón. El periodista pensó que, al menos, esta vez contaría bien el chiste que olvidó la vez anterior. No fue así. Lo contó igual de mal y, de nuevo, se disculpó por olvidar el final. Todos rieron y le aplaudieron el discurso igual que en el evento anterior, para el completo asombro de Vine. “Desde entonces, hemos visto a Boris Johnson ascender de miembro del Parlamento a alcalde de Londres y de ahí a Secretario de Relaciones Exteriores. Ahora está a punto de volverse primer ministro”, concluyó el periodista con preocupación, pues descubrió –antes que muchos– que Boris Johnson no era un político diferente y fresco, sino un mentiroso e inescrupuloso mercader de autenticidad enlatada.
“La mayor parte de su carrera”, dice The Economist, “el atractivo político de Boris Johnson ha sido su capacidad para romper las reglas. Como alcalde de Londres, rompía las pequeñas reglas de la política, burlándose de sus solemnes rivales. […] Como primer ministro, Johnson prometió romper las grandes reglas que le dan forma a la realidad política y darle al ‘pueblo’ cualquier cosa que el ‘pueblo’ pidiera.” Lo malo para Johnson es que el mismo “pueblo” que pidió sacar al Reino Unido de la Unión Europea hoy comienza a pedirle que se vaya. Su propensión a la mentira lo llevó a negar una y otra vez que, en plena cuarentena, se organizaban fiestas en la famosa residencia oficial de la calle Downing número 10, violando las restricciones que el propio gobierno británico imponía a los ciudadanos. Pero la verdad ha salido a la luz y las fiestas han sido confirmadas. En un país con una oposición fuerte, medios independientes y ciudadanos con un mínimo de exigencia a sus gobernantes, la conducta deshonesta de Johnson dejó de ser aceptable. Se está cumpliendo la máxima, “no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo”. El teflón populista dura mucho, pero no es indestructible.
Especialista en discurso político y manejo de crisis.