"Compra de voto" by 7com (Own work) [CC BY-SA 4.0 (http://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0)], via Wikimedia Commons

El viejo vicio de juzgar moralmente las decisiones del votante

Durante la elección del Estado de México, los memes se encargaron de denostar a quienes venderían su voto. Pero esta reacción olvida que la compra de votos no se construye en el breve espacio de una campaña electoral.
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Semanas antes de la elección en el Estado de México un grupo de entusiastas antipriístas estaban organizando unas brigadas para ir a los municipios más pobres del Estado de México (de acuerdo con el Coneval hay un universo de 16.67 millones de personas en algún tipo de situación de pobreza o situación vulnerable), platicar con  los pobladores y tratar de convencerlos de la importancia de que el PRI dejara de gobernar la identidad. Al final las brigadas no se concretaron, básicamente porque solo se reunieron voluntarios para ir a Metepec, Texcoco, Nezahualcoyotl y Cuatitlán. (En realidad los voluntarios vivían en estos municipios).  

Los planes para visitar los municipios con el mayor porcentaje de población en situación de pobreza –Zumpahuacán (Distrito 7), San José de Rincón (Distrito 13), Ixtapan del Oro (Distrito 10), Luvianos y Sultepec (ambos en el Distrito 9)– se vieron prontamente reemplazados por una idea más simplona pero más cómoda: los memes.

Conforme los resultados preliminares fueron llegando (y habiéndose resuelto las dudas en torno al “fraude en el PREP del Estado de México”) esos memes fraternos se convirtieron en reproches, y el hermano mexiquense que tenía el destino en sus manos se convirtió en un indigno “come lonches” que empeñó el futuro a cambio de un tinaco y una tarjeta de Tarjeta Salario Rosa.  

 

Solemos imaginar la compra de votos como una transacción económica sencilla en donde a cambio de dinero o algún tipo de bien en especie alguien decide (por falta de “valores/dignidad” o por “necesidad económica”) vender su derecho a votar. Pero esta transacción no es tan sencilla ya que, como han señalado Frederic Charles Schaffer y Andreas Schedler en ¿Qué significa la compra de votos?, por un lado, los compradores no pueden apoyarse en ninguna norma de intercambio justo y para tener éxito deben resolver complicados problemas de monitoreo e imposición y, por el otro, el “vendedor” puede estar frente a una serie de escenarios que pueden hacer poco clara la existencia de un intercambio tan simple como la “compra-venta”, por ejemplo, aceptar el dinero, pero votar como había planeado hacerlo: si había planeado votar por el partido que le dio el tinaco, ¿le compraron el voto? Si recibió el tinaco pero votó por el partido opositor, ¿vendió su voto?

La “compra de votos” no se construye, o por lo menos no su parte más efectiva, durante el breve periodo que representa una campaña electoral, y sería un error querer entenderla en una lógica de mercado. El intercambio de votos se construye a lo largo de años y está muy vinculado a las redes clientelares que tejen los partidos. En esa intrincada relación hay margen para una simple compraventa de votos, pero la coacción, la reciprocidad y la decisión estratégica por parte del elector de “vender” su voto juegan papeles fundamentales que hemos tendido a subestimar. Mientras sigamos repitiendo ese viejo vicio nuestro de querer juzgar moralmente las preferencias y decisiones del votante, seguiremos sin entender cómo operan las estrategias de movilización y manipulación electoral.

 

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Es politóloga, periodista y editora. Todas las opiniones son a título personal.


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