Voy a exagerar para que se me entienda: la hipérbole es el gran mal de nuestra época. Para el activista en redes, una afirmación exagerada es aceptable si sirve a la causa, y es una muestra del compromiso firme con esa causa. Para el usuario de redes irónico y exagerado, hiperbolizar es demostrar que el objetivo a conseguir (sea la igualdad de género, la defensa de los derechos de los animales o la pobreza energética) es suficientemente importante. No diría que las granjas de cerdos son como Auschwitz si el debate sobre la explotación de los animales no fuera primordial. Tampoco diría que España es fascista y ha cometido un genocidio cultural contra Cataluña si la independencia no fuera necesaria.
Esta actitud común en redes y el activismo se ha trasladado al lenguaje común. Todos somos un poco activistas con determinados temas. Lanzamos consignas exageradas como si estuviéramos en campaña o como si fuéramos Greenpeace y tuviéramos que atraer la atención de la televisión. Esto tiene como consecuencia una disonancia enorme, una brecha gigante, entre el discurso y la realidad. Un ejemplo está en las hipérboles sobre la violencia machista. Si hablamos, como sostienen pensadoras como Rita Laura Segato, de una guerra contra las mujeres, la brecha entre la idea abstracta y la realidad es enorme. Hablar de terrorismo o guerra contra las mujeres requiere gran imaginación y un replanteamiento de conceptos como guerra o terrorismo. Si consideramos la violencia machista como una “guerra”, hay que crear conceptos nuevos para “guerra”.
En muchas ocasiones, la respuesta a esta crítica es que resulta obvio que es una metáfora o hipérbole. Usamos hipérboles que no nos creemos. Pero el concepto no se usa del mismo modo que cuando hablamos de “guerras culturales” o “guerras sexuales”, sino que asume en cierto modo un exterminio institucionalizado, orquestado de manera generalizada, de la mitad de la población. Lo que consigue esta hipérbole es frivolizar un problema grave como la violencia machista.
Las hipérboles tienen la capacidad de reducir la importancia de las palabras. Al decir “nos estáis matando”, es inevitable que el efecto se pierda con la hipérbole, y en buena medida desplaza el foco de atención desde el machismo y la cultura patriarcal hacia actitudes menos mayoritarias como el asesinato; el hombre que encuentra repugnante cualquier agresión a una mujer, que no ha cometido nunca un asesinato ni una agresión machista, olvida de esta manera todas las actitudes machistas que puede tener. Cuando un hombre así escucha “nos estáis matando”, no se siente interpelado (¿Cómo va a asumir, dándole la vuelta a la idea, que “os estamos matando”?) porque no ha matado ni matará a nadie, y puede correr el riesgo de olvidar aquello en lo que sí es culpable o al menos responsable. (Esto sin tener en cuenta el peligro de alienación de un posible “aliado” en la causa feminista, o la alienación de las verdaderas víctimas de violencia machista).
El feminismo ha cambiado y está cambiando tendencias e inercias machistas del pasado. Hay muchos conceptos y actitudes machistas que, gracias al feminismo, han desaparecido y resultan ahora inverosímiles e inaceptables. Y hay mucho más que hacer. Pero en ocasiones da la sensación de que esa preocupación por los símbolos y la lengua desaparece entre exageraciones y frivolizaciones.
Cuando hablamos de survivors para hablar de cualquier víctima de acoso sexual, estamos usando una hipérbole delicada (y que recuerda, al menos en Estados Unidos, como demuestra un divertido episodio de Curb your enthusiasm, a los supervivientes del Holocausto: el protagonista cree que va a conocer a un superviviente del Holocausto y realmente conoce a un participante del reality Survivor). Corremos el riesgo de frivolizar y equiparar a todas las víctimas: no es lo mismo la víctima del monstruo Harvey Weinstein, violada y chantajeada, que la víctima de sexual misconduct o negative encounters (como se le acusa a Lorin Stein de The Paris Review) en el lugar de trabajo. Saber diferenciar entre estos dos problemas es una manera de respeto a las víctimas y una posible forma de solucionar el problema.
Este debate no debería reducir la importancia de la violencia machista, sino juzgarla en su medida real. A veces el feminismo considera que el cuestionamiento de algunos de sus preceptos o estrategias es una enmienda a la totalidad, cuando lógicamente no lo es. Matizar no es siempre una estrategia para quitarle importancia a una causa. Pero es posible que las exageraciones sí que nos distraigan del problema real.
Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).