España dadaísta

La explicación más sencilla –y por tanto verosímil– de la situación política española es que estamos viviendo un experimento vanguardista.
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Dos días antes de presentarse a una votación de investidura como presidente del gobierno, el líder del Partido Popular participa en un acto contra una amnistía que es una de las condiciones de los separatistas catalanes para apoyar una investidura del presidente del gobierno en funciones. No haber concedido una amnistía ni un referéndum, como reclamaban los independentistas, era algo que Sánchez reivindicaba como muestra de que no había cedido a sus exigencias en la pasada legislatura, pocos días antes de las elecciones del 23-J. Es cierto que había modificado el Código Penal a gusto de los independentistas, eliminando el delito de sedición y rebajando el castigo para la corrupción, pero por ahí no pasaba. Mientras no hiciera falta, se entiende. En el Congreso se vota un cambio del reglamento para el uso irrestricto de lenguas cooficiales en la Cámara y antes de que se apruebe se pone en marcha. Por el pinganillo se traduce al castellano, así que el diputado de Esquerra Republicana puede escuchar en español al que habla en euskera. El diputado de Sumar Jorge Pueyo, nacido en 1995 y expresentador de lo que se anunciaba como “el primer late night en aragonés”, dice que es una víctima de la represión lingüística. España pide que el catalán, el euskera y el gallego sean cooficiales en la UE; ante las reticencias de varios países, el ministro de Exteriores dice que de momento solo se impulsará el catalán, porque todas las lenguas son iguales pero algunas lenguas son más iguales que otras. El gobierno argumenta que la rehabilitación de militares antifranquistas en 1986 es un precedente para una amnistía a los líderes independentistas: unos lucharon por la democracia y otros contra la democracia, pero qué más da. Una mujer dada por muerta revive en el tanatorio de Zaragoza y fallece a las pocas horas en el hospital; intelectuales lanzan un partido de centroizquierda. Felipe González y Alfonso Guerra, como todo el PSOE hasta hace unas semanas, critican la amnistía, y se les reprocha no saber envejecer: el secreto de la eterna juventud es aplaudir al que manda. Y a la vez es un lío, porque el presidente no se ha pronunciado claramente, y sus espadachines sufren para mostrar su fidelidad. No saben qué pensar pero sí lo que está mal: hay que atacar a González y Guerra, que en buena medida crearon el poder político, social y mediático del PSOE, desde esos mismos conglomerados. Menos mal que Guerra hizo un intolerable chiste de peluquerías, en un país donde desjudicializamos los golpes de Estado y judicializamos los piropos, donde la pericia legislativa y un estado de emergencia comunicativa feminista han culminado en que los violadores de La Manada vean rebajada su pena y una mujer latinoamericana sea condenada por agresión sexual tras tocarle el culo a un chico en una discoteca, con 6 meses de prisión, 18 meses de inhabilitación para cualquier trabajo con menores y 2 años de libertad vigilada.

Publicado originalmente en El Periódico de Aragón.

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