Foto: Cassowary Colorizations, CC BY 2.0, via Wikimedia Commons

George Orwell, política, violencia y mentira

La lucha de Orwell contra el totalitarismo y la corrupción política de la lengua lo convierten en un autor más vivo que la mayoría de nuestros contemporáneos.
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George Orwell sigue siendo el mayor profeta de nuestro tiempo, por su valiente denuncia de la concentración de poder. Su descripción de la sociedad totalitaria e hipervigilada, donde las palabras –bienestar, transformación, poder, pueblo, por ejemplo– sirven para mentir y engañar, es desoladoramente actual. “No veo que exista –escribió Simon Leys– un solo autor cuya obra pueda tener para nosotros una utilidad práctica más urgente e inmediata.”

Imaginó Orwell, en 1984, una sociedad monstruosa donde todos los actos, públicos y privados, eran vigilados por un poder central omnímodo. Esa pesadilla futurista se aproxima mucho a nuestra realidad mexicana, en la que el gobierno espía sin pudor a periodistas, activistas y ciudadanos. Big brother ha dejado de verse como una profecía terrible. La gran novela de Orwell (cuyo título invierte los últimos números del año –1948– en que fue escrita) describe “completa, coherente y verídicamente el abismo totalitario al borde del cual nos hallamos hoy tan precariamente suspendidos”, comentó Simon Leys en su extraordinario y muy recomendable libro Orwell o el horror a la política (Acuarela & A. Machado, 2010).

Orwell fue, según Bernard Crick, su mejor biógrafo (George Orwell, la biografía, Ediciones el Salmón, 2020), un hombre completamente determinado a enunciar verdades difíciles de digerir. Sobre todas las cosas, fue un escritor político. Paradójicamente su originalidad está cimentada en un profundo odio a la política (“por su propia naturaleza, la política implica violencia y mentira”). Su contemporáneo Cyril Conolly escribió que Orwell era incapaz de sonarse la nariz sin lanzar un discurso sobre la situación de los obreros oprimidos que fabricaron el pañuelo. Abogaba por la política para proteger mejor los valores no políticos, como la decencia y la honradez. Su asco por la política nació de su experiencia en la Guerra civil española luego de ver que los comunistas estaban más preocupados por combatir a los anarquistas que peleaban en su bando que contra las fuerzas franquistas (“lo que vi en España y lo que he visto más tarde del funcionamiento interno de los partidos de izquierda me han provocado horror a la política.”) Su aborrecimiento se acrecentó con el tiempo, cuando de regreso a Inglaterra los medios de izquierda se negaron a publicar su testimonio de su experiencia en el frente de Cataluña “para no darle armas al enemigo”. Padeció entonces el silencio y la calumnia. Su repulsión, su odio al autoritarismo y la mentira fue el combustible que impulsó la creación de sus tres obras maestras: Homenaje a Cataluña, Rebelión en la granja y 1984.

George Orwell no fue, pese a su crítica feroz del totalitarismo, un escritor liberal. Su lucha antiautoritaria la hizo en nombre del socialismo que, para él, escribe Leys, “era una causa que movilizaba todo su ser.” Un socialismo problemático, hay que decirlo. Ignoraba completamente el marxismo, sentía un desprecio total por los intelectuales socialistas y “maldecía el conjunto de la experiencia comunista”. Creía que “todas las revoluciones son un fracaso”. Sabía muy bien que “el colectivismo lleva a los campos de concentración, el culto al jefe y a la guerra”. Percibía claramente que la economía centralizada constituía una grave amenaza para la libertad individual. “Mi novela –escribió a propósito de 1984– pretende mostrar las perversiones a las que se expone una economía centralizada y que ya han sido parcialmente materializadas en el comunismo y el fascismo.” Para Orwell, los valores cardinales del socialismo eran la justicia y la libertad. Su defensa encarnizada del individuo, su aversión a la burocracia, la ortodoxia y los clichés, su denuncia del colectivismo, lo sitúan hoy, afirma Leys, como un “anarquista conservador”. En vez de leerlo y comprenderlo, sigue Leys, la “persistente estupidez de la izquierda” se ha dejado “confiscar de manera escandalosa al más potente de sus escritores.”

Orwell sintió siempre un hondo desprecio por la alta sociedad a la que pertenecía, por su origen y sus estudios. Las páginas de Simon Leys en las que muestra cómo se disfrazaba de proletario para fraternizar con los oprimidos son notables. Tenían algo de juego: en cualquier momento podía cambiarse de ropa e ir a conversar con sus amigos sobre Joyce y Eliot. La literatura fue la preocupación central de su vida (“el arte es la invención de la verdad”.) En este campo su mayor aporte fue la trasmutación del periodismo en arte, mucho antes de que lo intentaran Truman Capote y Norman Mailer. Fue un hombre de una integridad absoluta. Orwell murió hace 73 años, pero su lucha contra el totalitarismo y la corrupción política de la lengua lo convierten en un autor más vivo que la mayoría de nuestros contemporáneos. Sus libros son una jarra de agua helada en el rostro de los conformistas.

George Orwell es quizá el más actual de los escritores políticos, hoy que nos enfrentamos al populismo, perversión del socialismo y antesala del fascismo. Que el populismo cuente con una vasta audiencia popular no lo hace menos sino más riesgoso. Su pelea es la nuestra. Los peligros que advirtió en su tiempo continúan vigentes: “La verdadera diferencia no está entre conservadores y revolucionarios, sino entre los partidarios de la autoridad y los partidarios de la libertad”. ~

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