Jonathan Swift enfrentĂł a su personaje mĂĄs famoso con el abanico de vicios en una sociedad que bien puede condensarse en la actualidad mexicana. QuizĂĄs olvidamos la brutalidad en Los viajes de Gulliver. Tal vez, simplemente, harĂa bien darse cuenta de que su travesĂa âpor Liliput y con los gigantes de Brobdingnag; entre la ineptitud del reino de Laputa, la torpeza de Balnibarbi o la dependencia a los fantasmas del pasado en Glubbdubdrib y la lucha por la racionalidad en la tierra de los Houyhnhnms, los hombres caballo que hablan y los yahoo, los que se parecen a nosotrosâ es un relato polĂtico.
Estamos ahĂ, entre la mezquindad de los diminutos con su inmensa facilidad para la hipocresĂa. Encallamos en su isla y nos adueñamos de su tradiciĂłn: el baile por medio del cual se escalan posiciones de poder. Sumergidos en el entendimiento polĂtico de los liliputenses, aquĂ quien salta la soga sube de posiciones y no hay mejor ejemplo de este espectĂĄculo como nuestras elecciones. ExhibiciĂłn de esa extraña cualidad de piel gruesa y vocaciĂłn por la autohumillaciĂłn en quien cambia de adherencia o principios para seguir jugando, porque el juego no es la polĂtica que deberĂa ser sino mantenerse entre sus instrumentos como si el ejercicio de lo pĂșblico se tratara de mantener la cabeza pegada al cuello.
â⊠solicitan al emperador permiso para divertir a Su Majestad y a la corte con un baile de cuerda, y aquel que salta hasta mayor altura sin caerse se lleva el empleo. Muy frecuentemente se manda a los ministros que muestren su habilidad y convenzan al emperadorâŠâ
Nuestra relaciĂłn con lo pĂșblico y la muy nacional facilidad para exacerbar identidades logrĂł prescindir de la maldad como objeto del anĂĄlisis. Se le disfraza con matices, pero rara vez se asume como tal. En MĂ©xico no se ve maldad en la risa de un presidente frente a la tragedia, los suyos pasan por alto cualquier expresiĂłn de la indolencia y esta se adopta por partidarios y convierte en virtud de aparente heroicidad purificadora. Es el lenguaje del fanatismo vestido de moral en Brobdingnag. Insumo para la construcciĂłn de una utopĂa, como todas, excluyente de la realidad que debe modificarse con la polĂtica. ÂżQuĂ© tanto hemos entendido de su utilidad cuando esbozos de pensamiento mĂĄgico se aceptan como lemas de campaña?
Cuando una naciĂłn se interpreta bajo cĂłdigos democrĂĄticos, las elecciones no tienden a ser un asunto trascendental. No es nuestro caso. A estas alturas, quizĂĄ la mayor deuda de la transiciĂłn democrĂĄtica es no haber cimentado los anticuerpos para resistir la seducciĂłn de mundos imaginarios. Esos en los que a un paĂs donde se asesinan candidatos a puestos de elecciĂłn, la cabeza del Estado se atreve a llamarle un paĂs en paz y donde ni una palabra sobre el peso de su muerte cabe en el debate presidencial o la indignaciĂłn colectiva. Democracia de cartulinas y cultura polĂtica del reino de Laputa. Gente de apariencia razonable pero incapaz de razonar. BurĂłcratas natos para quienes el responder que ya se aclarĂł un escĂĄndalo equivale a desaparecerlo en medio de la opacidad, por definiciĂłn poco clara. Sello y doble sello sobre un memorĂĄndum. Grisitud de oficialĂa de partes, como grises los experimentos de la Gran Academia en Balnibarbi. Orgullosa de sus quehaceres cientĂficos, de sus mĂ©todos y disciplina; ciega y promotora de ceguera ante la incapacidad para que estos den resultados. En Balnibarbi intentaron sacar rayos solares de los pepinos, Gulliver se sorprendiĂł. AquĂ la familia de los aceites se mezclĂł con agua.
Todas las paradas en la travesĂa escrita por Swift fueron en civilizaciones, pero civilizaciĂłn no siempre quiere decir avance. Los pueblos tienen el derecho democrĂĄtico a retroceder. TambiĂ©n la obligaciĂłn Ă©tica de notarlo. Aunque sea tarde.
Hasta ahora, ambos debates presidenciales ây no veo posibilidad de cambio para el terceroâ, con sus anĂĄlisis en cĂłdigo deportivo, reflejan mĂĄs nuestra relaciĂłn polĂtica con la verdad a lo largo de las campañas y en el dĂa a dĂa que cualquier otra cosa.
La insistencia en el rechazo al uso polĂtico de la realidad es espejo del analfabetismo democrĂĄtico que construimos. Supongo que en la isla voladora de la transformaciĂłn tiene algĂșn sentido que quien compite por un cargo no use las consecuencias de aquello bajo su gobierno para demostrar falta de capacidades, desinterĂ©s, falsedades y soberbias. El mero lema de transformaciĂłn es opuesto a su significado, como el orwelliano Ministerio de la Mentira puede ser tambiĂ©n el Ministerio de la Verdad.
Uno de los tristes fracasos de estos años es la imposibilidad de leer al paĂs fuera de dicotomĂas, pero llegamos a ese punto. A estas alturas hay autoengaño en las voces que aĂșn mantienen la apuesta por los matices. NingĂșn relativismo alcanza para negar la expansiĂłn territorial del crimen, la crisis de seguridad y violencia, las mentiras alrededor de la precariedad en el sistema de salud y educaciĂłn o la militarizaciĂłn generalizada. Cada una, invariablemente, es producto de ejercicios de gobierno e indisociables de la gestiĂłn actual. Reconocer estas condiciones o negarlas solo tiene dos vĂas, una u otra. Salvo en la hipocresĂa liliputiense. Aclaro que me sigo refiriendo a la obra de Swift. Dejo a un lado el ĂĄnimo habitual de defender.
Estamos en los albores de una mayor crisis: profundizar la mala relaciĂłn con la verdad lleva a una mala civilizaciĂłn que perfecciona sus peores cualidades.
La permanente situaciĂłn de ser un paĂs inacabado facilitĂł la irresponsabilidad. Todo Estado apenas necesita de unos años denostando a las instituciones, sustituyendo lo poco de confianza en ellas por la burla, el desprecio y el maltrato, para regresar unas cuantas dĂ©cadas y enaltecer la convivencia apolĂtica: la selva. En ella, la discusiĂłn alrededor de la realidad pasĂł a segundo plano. La verdad se convirtiĂł en un asunto secundario que ni siquiera merece nombrarse. Menos en una contienda electoral, espacio natural para reforzar las pulsiones identitarias sin detenerse antes de que salgan de control.
Bajo una aparente pluralidad de opiniones se divide el mundo en dos. El espejo del reduccionismo de Houyhnhnms situĂł a Gulliver cĂłmodo entre los hombres caballo, hasta que lo vieron demasiado semejante a los yahoo. Identitarismo de manual. Y Gulliver pasĂł el resto de sus dĂas solo, rechazando el contacto con los suyos, odiĂĄndose a sĂ mismo como este paĂs estĂĄ aprendiendo a hacerlo: hablando con caballos en el establo. Su Ășltima escala. ~
es novelista y ensayista.