Formas en las que una ciudad se construye para no olvidar sus heridas

La representación visible de los crímenes en el espacio público es parte de otra educación diaria y de una apertura a comprender y superar situaciones difíciles.
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En la Ciudad de México tenemos la Casa de la memoria indómita, el Museo Memoria y Tolerancia y el antimonumento +43 sobre Reforma. En Acteal los tzotziles conservan la pequeña iglesia donde, en 1997,  los paramilitares asesinaron a 45 personas, entre ellas a niños y mujeres embarazadas. Hace unos días en Chihuahua Reco, el colectivo que “se dedica a recordar, reconstruir y reconciliar a víctimas de la violencia a través del arte”, impartió un taller de muralismo en Creel para que la comunidad pintara los 13 rostros de las víctimas de una masacre impune del 16 de agosto del 2008.

Si la ciudad que habitamos es, de alguna manera, una casa, ese rincón nuestro del mundo, es o tal vez debería ser una suerte de ofrenda para elaborar el duelo social, una creación hasta de los recuerdos más dolorosos porque nos definen como comunidad, y es unos de los principios de la capacidad para recuperarnos tras un desastre, aprendiendo del proceso.

Con frecuencia escucho y leo el término “ciudades resilientes” y la verdad es que no termino de entender.

Por definición, la resiliencia es la capacidad psicológica de superar o sobreponerse al trauma. Médicamente, puede tratarse de cómo el cuerpo se recupera del daño que lega una enfermedad. En urbanismo, sin embargo, la resiliencia tiene que ver con la capacidad de una ciudad, por ejemplo, de adaptarse para enfrentar y resistir amenazas estructurales o ambientales como el cambio climático, deidentificar, comprender y utilizar escenarios de desastres presentes y futuros.

Pero la resiliencia (joder, qué palabra tan fea) también tiene que ver con las formas en las que una ciudad se construye o diseña para no olvidar un trauma. Los memoriales de los desaparecidos, por ejemplo, integran el trauma a la identidad del lugar; un lugar donde los efectos psicosociales de los crímenes han afectado la conciencia de las personas, mientras la negación del discurso oficial se materializa en las calles, contra la política de Estado que se esfuerza por ocultar el horror.

La representación visible de los crímenes en el espacio público es parte de otra educación diaria, y de una apertura a “la capacidad de los individuos y grupos dentro de las comunidades de reorganizar y, finalmente, superar los impactos de situaciones y acontecimientos difíciles”, porque sobre todo deseamos con todo el cuerpo, el cuerpo individual y social, que no se repitan.

 

 

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