Una María Corina Machado para México

El panorama opositor en México carece de propuestas novedosas o atractivas. Los partidos deben abrirse con urgencia a buscar nuevos liderazgos fuera del trajín político.
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Durante muchos años la oposición en México fue testimonial. El fin de Acción Nacional no era conquistar el poder sino continuar una “brega de eternidad”. En 1976 la oposición tocó fondo: el candidato priísta José López Portillo fue candidato único a la presidencia. 

Fue necesario mucho esfuerzo, mucho coraje, para construir una oposición que enfrentara al gobierno, que lo obligara a sentarse a negociar una transición pacífica a la democracia. 

En 1968 la juventud tomó las calles y le exigió al gobierno el cumplimiento de algunas demandas razonables y este le respondió con un baño de sangre. Como consecuencia de la represión, centenares de jóvenes tomaron las armas y el gobierno organizó contra ellos una cruenta guerra sucia. Torturaban a los muchachos, los desaparecían, desde avionetas los arrojaban al mar. Sabiendo que el sistema político no podía continuar por ese laberinto sin salida, Jesús Reyes Heroles propuso en 1977 una reforma política de avanzada, semejante a la apertura democrática que en esos mismos años se estaba construyendo en España. Fidel Velázquez se reunió con Reyes Heroles y le hizo saber que esa reforma era inviable. “A balazos llegamos al poder y solo con balazos nos van a sacar de él”, le dijo el poderoso líder obrero al secretario reformista. El resultado fue una tibia reforma política que, sin embargo, tuvo la virtud de abrir el Congreso a la oposición. 

A mediados de los ochenta el PRI operó en Chihuahua un “fraude patriótico”: no era posible que la oposición gobernara un estado limítrofe con Estados Unidos porque abriría la puerta a la tentación de buscar la anexión al país vecino. Esa fue la lógica de Manuel Bartlett, secretario de Gobernación entonces y hoy destacado prócer de la izquierda morenista. Un grupo de intelectuales atendió el llamado de los panistas chihuahuenses y decidieron denunciar públicamente la elección fraudulenta. Un año antes, en 1985, el terrible terremoto en la Ciudad de México hizo surgir, ante la impotencia del gobierno, a la sociedad civil organizada. De este modo, intelectuales, sindicatos democráticos nutriendo a los partidos de izquierda, empresarios norteños incorporados a las filas de Acción Nacional, una incipiente sociedad civil y, last but not least, una fracción disidente de priistas encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas, convergieron en las elecciones de 1988 para derrotar a Carlos Salinas de Gortari, candidato del PRI. El gobierno no aceptó la derrota, se “cayó el sistema” y se robaron la elección. 

La oposición siguió en los noventa empujando en todos los frentes, pero sobre todo concentró sus fuerzas en la creación, consensuada con los elementos progresistas del PRI, de un organismo independiente del gobierno dedicado a la organización de las elecciones con la plena participación de la ciudadanía. 

Faltaba un líder. Cuauhtémoc Cárdenas tenía fuerza moral pero era un mal candidato. Impulsados por el ejemplo de Manuel Clouthier, muchos empresarios se incorporaron a finales de los ochenta y principios de los noventa al PAN para conquistar el poder. Un empresario, guanajuatense y conservador, ex director de Coca Cola, encabezó a la oposición panista con la firme convicción de “sacar al PRI de Los Pinos”. Fox se convirtió en el primer presidente surgido de la oposición. Un gran candidato y un presidente mediocre. La oposición panista ya instalada en el poder se durmió en sus laureles. Ni el PAN ni el PRD, ni mucho menos el PRI como oposición, formaron nuevos cuadros. No se abrieron a la sociedad para incorporar nuevas voces. Los partidos se convirtieron en clubes cerrados, en un negocio que no quisieron compartir con nadie. Surgió el término “partidocracia” para designar esta clase de autismo político: partidos endogámicos, encerrados en sí mismos, alejados de la ciudadanía.

Fue forjándose, durante los periodos de Calderón y Peña Nieto, una grave crisis de representatividad. Los ciudadanos no se reconocían en los partidos existentes. Las prioridades de sus dirigentes no eran las de la gente de a pie. El populismo surgió precisamente de ahí, de esa falta de reconocimiento con los partidos existentes. PAN, PRI y PRD le abrieron la puerta a un movimiento encabezado por un líder carismático que hizo de su rechazo a los partidos establecidos (el llamado “Prian”) su principal bandera. 

El populismo autoritario llegó al poder impulsado por millones de mexicanos desencantados de la democracia. Buscaban, y lo encontraron en López Obrador, un presidente firme al que no le importara el respeto a las leyes y las instituciones. Desde el principio de su administración, López Obrador impulsó una escuela de cuadros al frente de la cual designó al ideólogo y caricaturista Rafael Barajas. El adoctrinamiento no se restringió a ese espacio. Millones de jóvenes han recibido de sus maestros (del SNTE y CNTE, aliados del partido oficial) una educación cargada de ideología. De ahí, a no dudarlo, surgirán nuevos liderazgos. En las concentraciones de Morena, más allá de los tradicionales acarreados, se advierte una multitud de jóvenes militantes. En cambio, en las tres multitudinarias manifestaciones de la sociedad civil opositora la juventud era escasa, lo que predominaba eran personas mayores de 40 años.   

El PRD desapareció, el PRI está deshecho y al PAN lo encabeza una dirigencia que es una continuación de la anterior, que hundió al partido en dos elecciones sucesivas. No se ve que de ahí vaya a salir un nuevo liderazgo. El INE acaba de autorizar a 58 agrupaciones políticas para continuar los dificilísimos trámites para constituirse en nuevos partidos. No es posible saber cuántos sobrevivirán el proceso. Quizá de ahí surjan nuevas voces, aunque las presencias más visibles de las nuevas agrupaciones son políticos reciclados, como Guadalupe Acosta Naranjo, o impresentables, como Eduardo Verástegui. No hay un movimiento juvenil que pueda funcionar como semillero de jóvenes políticos. Hay quienes se entusiasman con el joven Luis Donaldo Colosio, pero su liga con MC (un partido que ha servido de comodín a Morena) y su cercanía con el gobernador Samuel García no son buenas señales.

El panorama opositor luce sombrío. Los partidos languidecen, no hay movimientos juveniles ni escuelas de cuadros, no hay voces nuevas en el tablero político. No hay propuestas novedosas ni atractivas. La oposición está reducida a un papel reactivo. Pareciera que carecen de imaginación para proponer un camino diferente. Las ideas brillan por su ausencia. No se vislumbra en el horizonte, ni de lejos, una figura como la extraordinaria política venezolana María Corina Machado: valiente, inteligente, creativa, audaz, buena oradora que inspira a la gente a la acción. 

Existe en México un sector de la población preocupado por el rumbo que está tomando el país con la tácita desaparición de los poderes que hacían contrapeso al Poder Ejecutivo y de los organismos autónomos, preocupado por la completa colonización partidista del poder judicial. Dentro de ese sector abundan las mujeres y los hombres preparados que no saben cómo participar para frenar el acelerado deterioro nacional. No hay dentro de los partidos canales que los acojan. Las ONG han sufrido los embates gubernamentales bajo la modalidad del retiro de fondos. Estas organizaciones constituyen atractivos acervos de prospectos políticos, como también las universidades y el periodismo. De ahí debe surgir una nueva generación de líderes que se oponga al autoritarismo que avanza. No abogo por la aparición de un liderazgo providencial que lo resuelva todo sino por diversos líderes en áreas específicas que encausen el malestar ciudadano. 

Cada día que pasa, el gobierno avanza en su destrucción institucional, la corrupción se ha impuesto como forma de gobierno, el ejército no deja de ocupar espacios civiles. Los partidos deben abrirse con urgencia a la ciudadanía, deben buscar nuevos liderazgos en lugares ajenos al trajín político. Necesitamos, antes de que sea demasiado tarde, grandes dosis de esfuerzo, creatividad y coraje para rescatar este país que se hunde en el fango autoritario. Necesitamos una María Corina Machado para México. La cita es ahora. No hay tiempo que perder. ~


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