El fenómeno migratorio en México ha cambiado radicalmente en el curso de la última década y la caravana de migrantes centroamericanos que actualmente está cruzando el país es una muestra clara de ello. La caravana es solo la punta del iceberg de una realidad migratoria nacional y regional en constante evolución. Para hacer un análisis integral de la migración, se deben tomar en cuenta sus cuatro componentes centrales: emigración (los que se van), inmigración (los que llegan), tránsito (los que pasan en su camino a otro país) y retorno (los que regresan).
Primero, la emigración: históricamente, por más de un siglo, México había sido un país primordialmente de emigración, en particular hacia Estados Unidos. Hoy en día, en ese país viven 11.6 millones de personas nacidas en México, más 23 millones de descendientes de mexicanos de segunda y subsecuentes generaciones (aproximadamente la mitad de segunda y la otra mitad de posteriores generaciones). Se estima que 5.8 millones de ellos se encuentran en una situación migratoria irregular o tienen un estatus legal temporal o precario.
Segundo, el retorno: como resultado de la reducción de la tasa de natalidad en el país (7.1 a 2.3 hijos en los últimos 50 años), el endurecimiento de la política migratoria estadounidense a partir de 2005, el incremento en las deportaciones y la crisis económica de 2008-09, desde 2010, la migración neta de mexicanos a Estados Unidos es cero o negativa, es decir, más mexicanos regresan que los que se van. Esto ha introducido un nuevo tema en la agenda migratoria en el país: el retorno de grandes cantidades de mexicanos (deportados, auto-deportados ante el creciente racismo y xenofobia en Estados Unidos, o por retorno voluntario), los cuales suman más de 3 millones en la última década.
Tercero, la migración en tránsito: como consecuencia de la falta de oportunidades económicas en Centroamérica, así como el incremento de la violencia e inseguridad, el flujo de migrantes centroamericanos que transitan a través de México, buscando llegar a Estados Unidos, se ha incrementado sustancialmente desde hace tres lustros. Cabe señalar que el 92% de estos migrantes en tránsito provienen del triángulo norte de América Central (Guatemala, Honduras y El Salvador). Aun ante la dificultad de medir este flujo irregular, se calcula que en 2017 había más de 450 mil migrantes en tránsito por México. Este número podría parecer muy elevado, pero en 2005 ya transitaban por el país aproximadamente 418 mil personas. Por la crisis económica y una política migratoria más estricta en Estados Unidos, este número cayó a 126 mil para 2010, pero el incremento en la violencia e inseguridad en Centroamérica lo hicieron crecer. Esta migración en tránsito ocurre bajo un contexto de inseguridad, donde las personas migrantes se enfrentan a una serie de riesgos y a la violación sistemática de sus derechos humanos en México.
Buena parte de estos migrantes centroamericanos en tránsito son detenidos y deportados por México o Estados Unidos. Históricamente, México detenía y deportaba más transmigrantes que Estados Unidos. El 2005 fue el año donde México hizo más deportaciones, con cerca de 225 mil eventos, contra 125 mil realizadas por Estados Unidos. Desde entonces, las deportaciones de centroamericanos en México cayeron a 75 mil en 2012, año en que Estados Unidos lo sobrepasó por primera vez en las últimas décadas, con más de 90 mil. A partir de ese año, las detenciones y deportaciones hechas por ambos países han crecido paulatinamente con el incremento de los flujos, hasta llegar a más de 400 mil eventos en 2017, aproximadamente la mitad llevadas a cabo por cada país.
Finalmente, cuarto, la inmigración y el refugio: México no ha sido un país abierto a la inmigración y el refugio, salvo en contados momentos: con los refugiados republicanos españoles en los años 30, con los sudamericanos en los 70 y con los guatemaltecos en los 80. El mejor dato para sustentar esto es que, de acuerdo con el censo de población de 2000, solamente vivían en el país 295 mil extranjeros. Para 2010, el número había aumentado a prácticamente un millón; sin embargo, casi 900 mil eran estadounidenses, buena parte de ellos personas retiradas, expatriados o hijos de mexicanos deportados, mientras que los centroamericanos solo llegaban a 90 mil. Los inmigrantes en México representan menos del 1% de la población, y los centroamericanos no llegan ni a 0.1% del total de la población nacional.
Con el endurecimiento de la política migratoria de Estados Unidos, muchos de los migrantes en tránsito no pueden cruzar la frontera norte de México, convirtiéndose, voluntaria o involuntariamente, en inmigrantes indocumentados. Esto ha hecho que la cifra negra de inmigrantes irregulares, mayoritariamente centroamericanos, haya crecido de manera importante en los últimos años. Las cifras para 2017 varían entre los 500 mil y un millón. Aunque esto sea un incremento de 500% a 1,000% en la última década, sigue representando menos del 1% de la población mexicana.
La caravana de migrantes centroamericanos inició en Honduras, el 13 de octubre, con 600 personas. Al llegar a la frontera con México, el 19 de octubre, ya eran 4 mil migrantes; para el 25 de octubre, se sumaron otras caravanas para llegar a 8 mil y para el último día de octubre se calcula que las múltiples caravanas podrían sumar 10 mil personas. Si alcanzaran esa cifra, las caravanas solo representarían el 2% de los migrantes en tránsito en México este año, o el 1% de los pocos inmigrantes que hay en el país.
Estas cifras ayudan a entender las caravanas en su real dimensión y de manera integral. Se trata de un fenómeno que lleva ocurriendo más de dos décadas y en dimensiones mucho mayores. La diferencia es que, al venir juntos y reclamar públicamente el respeto a sus derechos humanos, son más visibles. Además, la reacción del presidente Trump –en buena medida resultado de la coyuntura electoral en Estados Unidos–, amenazándolos a ellos, a México y a sus países de origen, así como mandando 5,200 tropas para blindar su frontera, los ha colocado en el centro de atención de los gobiernos, medios de comunicación y sociedades de Centroamérica, México y Estados Unidos.
Previsiblemente, cada uno de estos actores ha actuado siguiendo sus intereses y percepciones particulares, reaccionando más a la coyuntura que al fondo: Trump lo politiza, con tintes racistas y xenófobos, por razones electorales; Peña Nieto quiere administrar la crisis proponiendo que los flujos sean ordenados y regulares; las organizaciones sociales y la academia exigen la defensa de sus derechos humanos; y los medios de comunicación buscan más la nota o la imagen que impacte, en vez del análisis profundo. Finalmente, partes de la sociedad se polarizan, sacando lo más noble o lo más reaccionario de su ser, mientras que el resto de la población poco a poco va conociendo y se va interesando del tema.
En México, la política migratoria y los análisis periodísticos se hacen con información incompleta, incorrecta o desactualizada. Por ello, las primeras tienden a ser reactivas, tardías e insuficientes, mientras que los segundos generalmente son coyunturales, superficiales y, muchas veces, equivocados. La realidad actual deja claro que mientras los migrantes sean visibles, existirán. Caravanas como la que recorre México reflejan la evolución y cambios en un fenómeno manifiesto desde hace décadas. Han tenido un impacto positivo, ya que obligan a autoridades, medios de comunicación y sociedad a actuar, usando más y mejor información, para atender y proponer soluciones proactivas, suficientes y efectivas a una realidad migratoria de alto impacto social, ignorada durante muchos años.
Profesor-investigador titular de la División de Estudios Internacionales y coordinador del Programa Interdisciplinario en Estudios Migratorios del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE-MIG). Miembro del Sistema Nacional de Investigadores.