La controversia sobre Colón en Nueva York

En Nueva York, las distintas memorias de la ciudad se pusieron en juego en una comisión formada por el alcalde de Nueva York, que estudió la conveniencia de derribar varios monumentos.
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Aunque Cristóbal Colón no pisó el suelo del actual territorio de Estados Unidos, un grupo de organizaciones civiles de este país han demandado, en los últimos meses, derribar estatuas y monumentos al gran navegante genovés. Varias estatuas de Colón fueron vandalizadas en Houston, Boston, Baltimore y los Yonkers, al norte de Nueva York. Las acciones, inspiradas en el movimiento contra la simbología confederada, que se reactivó tras los incidentes en Charlottesville el verano pasado, llevaron a la alcaldía de Nueva York a abrir el debate sobre los monumentos de la ciudad.

Poco después del Columbus Day de 2017, el alcalde Bill di Blasio creó una Comisión Revisora de Monumentos, encargada de resolver si se mantienen en pie algunas estatuas como la de Theodore Roosevelt al frente del Museo de Historia Natural o la del médico J. Marion Sims en un costado del Central Park; la tumba de Ulysses S. Grant en Riverside y una placa en honor del mariscal Philippe Pétain en el llamado Canyon of Heroes, en Broadway. El magnífico monumento a Cristóbal Colón, en Columbus Circle, donado por la comunidad italiana de Nueva York en 1892, cuando las fiestas por el cuarto centenario del descubrimiento, fue incluido en esa lista de sitios históricos a remover.

Como se puede observar, ninguna de las estatuas en controversia honra a líderes o símbolos confederados. A Grant, héroe del Norte en la Guerra Civil, se le cuestiona su antisemitismo. A Roosevelt, su racismo contra los indios y los negros americanos. A Sims, sus experimentos médicos con las mujeres, especialmente, con las mujeres afroamericanas. A Pétain, cuya placa data de 1931 y celebra sus servicios en la Primera Guerra Mundial, su nazismo posterior. A Colón lo que le reprocha este movimiento es la “violencia, la esclavitud y la conversión forzosa al cristianismo” de los nativos americanos.

Decíamos que la estatua de Colón, esculpida por el artista Gaetano Russo, fue levantada por los inmigrantes italianos de la ciudad a fines del siglo XIX. En aquellos años vivía en Nueva York el poeta cubano José Martí, quien organizaba la última guerra de independencia de Cuba contra España. Martí, que también tiene su monumento en el Central Park, es hoy un símbolo del anticolonialismo, pero en vida fue un gran admirador de Cristóbal Colón. No había contradicción alguna, según Martí, en reconocer que Colón contribuyó a la creación del sistema colonial y esclavista y, a la vez, admirar la proeza de sus viajes a América y el renacentismo cristiano de una empresa que conectó a la humanidad.

En sus crónicas, Martí celebró que Nueva York homenajeara a Colón en el cuarto centenario del descubrimiento de América: “no hay lugar más ventajoso que aquel donde paran las vías todas y se juntan, al pie de una región de bosques y collados, los dos ríos”. Pero también elogió las fiestas del cuarto centenario en Santo Domingo, “la tierra amada de Cristóbal Colón, la tierra de más recuerdos y mayor nobleza indígena de aquellos tiempos en que se ensanchó el mundo, la tierra que el ambicioso italiano descubrió con gloria y abandonó con grillos, la tierra donde acaso, con su arquilla de plomo, revuelto el polvo con los huesos, está lo que queda del cuerpo macizo e inquieto del Almirante”.

Martí leyó en Nueva York lo mucho que se escribió sobre Colón en aquel centenario y fijó sus preferencias. Su reseña más cómplice fue la de The Columbus Gallery (1893), de su amigo el patriota cubano, anexionista, Néstor Ponce de León, una exhaustiva reconstrucción de los retratos, pinturas, medallas, estatuas y monumentos consagrados a Colón en el mundo. “Ni en inglés, ni en lengua alguna, hay obra tan juiciosa e imparcial”, escribió Martí sobre el libro de Ponce de León, y se cuidó de separar al historiador cubano de quienes “tienen al Almirante por el pirata ladrón y falsificador cobarde que pinta Aaron Goodrich, ni por el embajador de Dios y el Papa que quiso canonizar Rosselly de Lorgues”.

El norteamericano Goodrich y el francés De Lorgues fueron dos de las firmas del intenso debate sobre Colón a fines del siglo XIX. Debate que tenía como telón de fondo el pontificado antiliberal de Pío IX, pero también la crisis final del imperio español en el Caribe. No habría que olvidar que los cuatro viajes de Colón, como precisara Edmundo O’Gorman, no convencieron al Almirante de la existencia de un Nuevo Mundo, entre Europa y las Indias, pero sí trazaron un mapa muy completo del Caribe: Cuba, Santo Domingo, Puerto Rico, Jamaica, las Antillas menores, la boca del Orinoco, Venezuela y la costa centroamericana, entre Panamá y Honduras. 

Hace pocos días, la Comisión Revisora concluyó su informe y el alcalde Di Blasio aseguró que la única estatua que dejaría de estar en el Central Park es la del médico Sims, que se trasladará al cementerio de Brooklyn. El alcalde agregó que se estudiaba la recomendación de agregar inscripciones en los alrededores de Columbus Circle, que contaran la historia verdadera de la conquista y la opresión de los nativos americanos. Frente a la controversia no queda más remedio que dar a la razón a Pierre Nora, cuando dice que “el historiador debe ser un árbitro entre las diferentes memorias” de una nación. 

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(Santa Clara, Cuba, 1965) es historiador y crítico literario.


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