Ilustraciรณn: Vicente Martรญ

La democracia disfuncional

La exitosa campaรฑa de Trump abreva del enojo profundo de los conservadores. El modo en que el nativismo encontrรณ cauce en el Partido Republicano es indispensable para entender lo que se debate en las elecciones de noviembre.
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Estados Unidos ha arrastrado a lo largo de su historia un doble pecado original: el exterminio y sometimiento de los habitantes nativos, y la esclavitud que culminรณ en una cruenta guerra civil. Esa guerra decimonรณnica mantuvo la unidad del paรญs a sangre y fuego y aboliรณ la esclavitud de iure. Pero no de facto: la segregaciรณn en el sur sobreviviรณ una centuria junto con el racismo que la sustentaba.

Indios nativos y negros no fueron las รบnicas vรญctimas del nativismo. El mayor mito en la historia de Estados Unidos es el melting pot: la leyenda insostenible que pinta al paรญs como un paraรญso de tolerancia e inclusiรณn que funde en un solo caldero a todos los que llegan a sus costas buscando refugio.

El paradigma que mueve al nativismo –la “restauraciรณn de la supremacรญa de la raza blanca anglosajona”– se transformรณ en un odio profundo al otro. A cualquiera que tuviera creencias, nacionalidad o etnia diferentes a los anglosajones. Irlandeses, chinos, catรณlicos, griegos, turcos, armenios, serbios, italianos, mexicanos y judรญos sufrieron una discriminaciรณn sin fisuras entre el siglo XIX y principios del XX.1

Cada ola de inmigrantes exacerbรณ el racismo y los argumentos que lo justificaban. Desde la “ciencia”, una caterva de seudocientรญficos pretendiรณ probar la inferioridad de cualquiera que no formara parte de la hipotรฉtica raza blanca. Fundaron revistas y publicaron encuestas e investigaciones amaรฑadas, artรญculos y libros para probar que la inmigraciรณn debilitaba y corrompรญa la pasta anglosajona original y “genรฉticamente superior” del paรญs, y exigieron a los polรญticos medidas para detener la inmigraciรณn y evitar un “suicidio racial”.

Madison Grant, el aristocrรกtico teรณrico de la eugenesia, propuso a principios del siglo XX, como รบnico remedio para evitar ese suicidio, la “esterilizaciรณn eugenรฉsica” para librar al paรญs de los dรฉbiles, fracasados e inmigrantes indeseables. Se rumoraba que Adolf Hitler le habรญa escrito alguna vez a Grant confesando que “su libro era su Biblia”.2 La economรญa se convirtiรณ en la รบltima justificaciรณn del racismo: los inmigrantes se volvieron el chivo expiatorio perfecto, la primera y รบltima causa de cualquier crisis econรณmica y su cauda de desempleo.

Para 1924, una serie de leyes antiinmigraciรณn cerraron el paรญs a los asiรกticos, impusieron estrictas cuotas de entrada a inmigrantes considerados indeseables y validaron el acoso y la deportaciรณn de extranjeros sin documentos. Condenaron a la muerte a cientos de miles, si no es que a millones de judรญos perseguidos por el nazismo que habรญan permanecido de noche y de dรญa a las puertas de los consulados estadounidenses en Europa en espera de una visa que nunca llegรณ. Ningรบn relato del sufrimiento de quienes pedรญan refugio logrรณ conmover el รกnimo pรบblico. Como ahora, lo que la ciudadanรญa demandaba era convertir al paรญs en una fortaleza racial cerrada a piedra y lodo.

El tรฉrmino raza, tan ajeno a culturas polรญticas verdaderamente incluyentes, adquiriรณ carta de naturalizaciรณn en Estados Unidos, y el nativismo se convirtiรณ en un ingrediente fundamental del conservadurismo republicano.

A mediados del siglo XX, el New Deal era el paradigma polรญtico en Norteamรฉrica. El largo gobierno de Franklin D. Roosevelt habรญa consolidado un poderoso Estado benefactor y regulador, legitimado programas sociales de ayuda a los mรกs necesitados y el apoyo a la educaciรณn pรบblica. Sin embargo, en aras de la estabilidad y para mantener el predominio demรณcrata, un acuerdo tรกcito entre las รฉlites de los estados sureรฑos y los polรญticos demรณcratas en Washington mantuvo por dรฉcadas la segregaciรณn entre negros y blancos en el sur a cambio de votos. A su vez el Partido Republicano se habรญa movido al centro y adoptado un conservadurismo moderado y pragmรกtico. La ecuaciรณn polรญtica cambiรณ hacia rumbos inesperados en 1964, con el aplastante triunfo del demรณcrata Lyndon B. Johnson sobre el republicano Barry Goldwater.

Johnson emprendiรณ las reformas que pasaron a la historia como la Gran Sociedad y que serรญan el principio del fin del segregacionismo legal en el sur. Pero el triunfo del nuevo presidente fue pรญrrico. Johnson, un polรญtico hรกbil y astuto, sabรญa –y lo dijo mรกs de una vez– que con las reformas los demรณcratas habรญan roto el pacto tรกcito con los blancos sureรฑos y que perderรญan sin remedio el apoyo electoral del sur. Paradรณjicamente, el republicano al que habรญa derrotado se transformรณ en el ideรณlogo de las รฉlites sureรฑas segregacionistas que, como Johnson habรญa previsto, empezaron a abandonar las filas demรณcratas.

Barry Goldwater revolucionรณ el gop (como se le conoce al Partido Republicano por las siglas de Grand Old Party) y estableciรณ el credo conservador que es hoy por hoy el corazรณn de la agenda republicana. Satanizรณ al Estado benefactor y propuso encogerlo a su mรญnima expresiรณn. En nombre de la libertad y el libre mercado, promoviรณ incansablemente la reducciรณn del gasto federal y la devoluciรณn de poder a estados y localidades que debรญan ser los encargados naturales de la educaciรณn y de los programas de salud y ayuda a los grupos mรกs pobres, herencia del New Deal.

El verdadero conservadurismo –de acuerdo con Goldwater– debรญa luchar en contra de cualquier regulaciรณn proveniente de Washington y del alza de impuestos, especialmente a los mรกs ricos (los motores del progreso y el crecimiento econรณmico en la nueva visiรณn republicana). El nativismo fue la cereza del pastel. A partir de Goldwater la agenda conservadora se volviรณ abiertamente antiinmigrante.

Richard Nixon recogiรณ lo que le convenรญa del ideario de Goldwater para emprender una “estrategia sureรฑa” que consolidarรญa el conservadurismo republicano en los estados del sur profundo y modificarรญa el tradicional mapa polรญtico del paรญs. El reacomodo de fuerzas polรญticas colocรณ al gop en el centro de dos corrientes electorales contrapuestas que no ha podido armonizar: un electorado de escasos recursos, blanco, de cuello azul, poco educado, aislacionista, resentido y racista, y una รฉlite de votantes y cabildos inmensamente ricos, dueรฑos de poderosas industrias, bancos e instituciones financieras.

El Partido Republicano se encontrรณ pronto entre la espada y la pared: entre la necesidad de consolidar los votos de su electorado cautivo a travรฉs de promesas que anunciaban un futuro radiante y la dependencia de sus patrocinadores millonarios que promovรญan una agenda polรญtica opuesta a los intereses de los votantes conservadores mรกs pobres.

El resultado, dice E. J. Dionne en Why the right went wrong, fue un cรญrculo vicioso de promesas y traiciones que sumรณ a la agenda populista conservadora, centrada en el concepto de raza, la palabra rabia. Un enojo profundo de la base republicana que es la fuente de la que abreva la exitosa campaรฑa electoral de Donald Trump.

En unos cuantos aรฑos las roldanas y engranajes que movรญan al sistema polรญtico estadounidense han dejado de funcionar. La vieja maquinaria, que arrastra lastres de siglos, no ha podido ser reparada, y las nuevas piezas no embonan con el instructivo legal redactado por los creadores del sistema. La parรกlisis polรญtica que amenazaba al paรญs desde hace dรฉcadas con la radicalizaciรณn del conservadurismo, saliรณ a la luz y se fortaleciรณ durante la presidencia de Barack Obama. Las viejas normas y la evoluciรณn –o involuciรณn– del armazรณn polรญtico mismo se han convertido en obstรกculos casi insalvables para la gobernabilidad.

La normas constitucionales para la elecciรณn de senadores, por ejemplo, fueron creadas para dar una representaciรณn equilibrada a todos los estados del paรญs. Pero con el paso de las dรฉcadas y la migraciรณn rural a las ciudades, han derivado en una representaciรณn muy poco democrรกtica que favorece a los sectores mรกs conservadores dentro y fuera del Partido Republicano, independientemente del nรบmero de votantes que representan.

Los huecos en los cimientos constitucionales han permitido que un candidato que recibe menos votos ciudadanos resulte el triunfador en una elecciรณn presidencial porque gana mรกs estados (como sucediรณ en el aรฑo 2000, cuando el demรณcrata Al Gore, que recibiรณ mรกs votos populares, perdiรณ frente al republicano George W. Bush que se llevรณ treinta de los cincuenta estados del paรญs).3

Dentro del Senado estas normas aรฑejas han favorecido un profundo desequilibrio de poder y alimentado la ingobernabilidad. De acuerdo con E. J. Dionne, senadores que representan a 11% de la poblaciรณn del paรญs –que vive, por lo demรกs, en estados pequeรฑos y conservadores– pueden reunir con toda facilidad los 41 votos que se requieren para bloquear cualquier iniciativa en la Cรกmara. Todo ello para no hablar de la danza de delegados y superdelegados en las primarias que pueden imponer su voluntad y anular en la convenciรณn partidista el resultado del voto individual, libre y secreto en elecciones primarias y caucuses.

El juego entre votantes y delegados, que ha adquirido relevancia en esta rueda electoral como producto del impacto de la candidatura de Donald Trump, es otro engranaje antidemocrรกtico del sistema polรญtico de Estados Unidos. Tanto en el Partido Republicano como en el Demรณcrata, los delegados salen de las primarias. Los republicanos pasan, sin embargo, por un filtro triple: partidarios locales nombran a delegados estatales y estos, a su vez, eligen a los nacionales que irรกn a la Convenciรณn. Los superdelegados de ambos partidos –gobernadores, congresistas y lรญderes estatales– tienen aรบn mรกs peso que los delegados. El Comitรฉ Nacional Republicano y los grupos de interรฉs que apoyan al partido abrigan hoy por hoy la esperanza de que los delegados derriben la candidatura de Trump a pesar de los millones de votos que ha recibido.

En la atmรณsfera actual de polarizaciรณn, el sistema bipartidista norteamericano se ha convertido asimismo en un mecanismo descompuesto. En una democracia multipartidista, como la de Francia, un partido radical de derecha no paraliza la gobernabilidad (a menos que los votantes pierdan la cabeza y le regalen la presidencia y el legislativo). La necesidad de construir coaliciones con otros partidos mรกs moderados para llegar al poder y ejercerlo obliga a la ultraderecha a moverse al centro, como ha sucedido con el Frente Nacional de Marine Le Pen.

Este es un trรกnsito imposible en la vida polรญtica de Estados Unidos. El sistema bipartidista ha derivado en gobiernos divididos, alรฉrgicos al compromiso, donde los conservadores republicanos incrustados en el legislativo –y hasta hace unos meses en la Suprema Corte– han optado por obstaculizar todas las iniciativas del presidente demรณcrata en turno. Cualquier triunfo de la Casa Blanca se convierte automรกticamente en una derrota para el Capitolio.

En el pasado las diferencias de un gobierno dividido se zanjaban a travรฉs de la negociaciรณn y el compromiso: republicanos y demรณcratas se movรญan al centro para garantizar la gobernabilidad. Esta saludable dinรกmica empezรณ a agonizar en los aรฑos noventa durante el gobierno de Bill Clinton. Los acuerdos bipartidistas han sido una de las vรญctimas principales del giro a la ultraderecha del gop. La radicalizaciรณn ha sido, en efecto, asimรฉtrica, segรบn las elocuentes cifras a las que acude Dionne. De acuerdo con encuestas del Pew Research Center, en 2014, 67% de votantes republicanos se calificaban a sรญ mismos como conservadores y tan solo 32% se llamaban moderados o liberales. Por el contrario, 34% de demรณcratas se consideraban liberales y 63% se identificaban como moderados o conservadores. La base de republicanos para negociar acuerdos en un territorio comรบn es mucho mรกs reducida en el gop que entre los demรณcratas.

La explicaciรณn de este raro fenรณmeno que corre contra la demografรญa (Estados Unidos es un paรญs cada vez mรกs diverso รฉtnica y culturalmente), contra la cultura polรญtica de mujeres y jรณvenes (crecientemente seculares y modernos) y a favor de una coaliciรณn de votantes en extinciรณn (blancos mayores de cincuenta aรฑos, aislacionistas, profundamente ignorantes, religiosos y racistas) tiene tres vertientes principales.

En primer lugar es resultado del surgimiento reciente de poderosรญsimos centros de poder paralelos: grupos de interรฉs con inmensos recursos econรณmicos que han explotado las libertades que les otorgรณ en 2010 la decisiรณn de la Suprema Corte conocida como Citizens United que eliminรณ los topes a la cantidad de dinero que las corporaciones pueden dedicar a la participaciรณn polรญtica. Tambiรฉn es producto de la multiplicaciรณn, a partir de los aรฑos noventa, de medios de comunicaciรณn masivos ultraconservadores ligados al Partido Republicano y a los grupos de interรฉs multimillonarios, entre los que sobresale la cadena televisiva Fox News.

La segunda vertiente que ha alimentado la radicalizaciรณn republicana a la derecha es el legado histรณrico conservador que corre desde la campaรฑa anticomunista de Joseph McCarthy, pasa por Barry Goldwater y Nixon y desemboca en los candidatos aislacionistas, fanรกticos y nacionalistas que dominan el escenario de la campaรฑa del gop por la presidencia en el 2016.

El tercer componente de la polarizaciรณn polรญtica republicana, que ha estado presente desde la fundaciรณn de Estados Unidos, es el nativismo, eufemismo que los estadounidenses usan para enmascarar el racismo que ha teรฑido su cultura polรญtica desde los orรญgenes del paรญs.

Los votantes frustrados del gop, que son el cimiento de movimientos como el Tea Party y enarbolan ademรกs una agenda cultural medieval, no tuvieron nunca oportunidad de imponerse dentro del partido a los grupos de interรฉs multimillonarios que conforman los comitรฉs de acciรณn polรญtica, conocidos como sรบper pacs, y que son los dueรฑos del dark money, el dinero oscuro que ha colocado sus propios intereses en el corazรณn de la agenda republicana.

Jane Mayer ha dedicado aรฑos a estudiar a los grupos conservadores mรกs ricos de Estados Unidos y su extensa red de influencia polรญtica. El resultado es Dark money, un libro extraordinario y exhaustivo, de reciente publicaciรณn,4 que se lee, a ratos, como una novela de terror o como un libro detectivesco, lleno de traiciones, intrigas y complots, villanos incluidos.

Mayer describe a detalle el complejo e inteligente tejido que un grupo de familias riquรญsimas, encabezadas por los hermanos David y Charles Koch, ha construido por dรฉcadas hasta imponer su agenda sobre uno de los dos partidos polรญticos del paรญs. Han acumulado tanta influencia que se han convertido en un poder paralelo que amenaza con suplantar al Partido Republicano mismo.

No son solo las cantidades incalculables de dinero que han dedicado a la tarea de controlar el sistema polรญtico (en la campaรฑa electoral de 2012 invirtieron siete mil millones de dรณlares, mรกs una buena cantidad de dinero “oscuro”), sino la extensa red de organizaciones que han creado y que han penetrado todos los รกmbitos de la vida del paรญs, desde la academia hasta grupos como el Tea Party.

Los Koch han financiado una maquinaria polรญtica montada en instituciones filantrรณpicas (que les permiten evadir impuestos), instituciones educativas y think tanks (como la Fundaciรณn Heritage y el Instituto Cato), cabezas de playa en las principales universidades del paรญs y sistemas de becas que promueven su visiรณn econรณmica (una copia en calca de las ideas de Goldwater, mรกs las que les convienen, como la lucha contra cualquier regulaciรณn ambientalista que pueda afectar a las empresas petroleras altamente contaminantes que son la base de su fortuna). Organizaciones que son un perfecto caldo de cultivo para formar maestros, pensadores y lรญderes de opiniรณn que propaguen sus ideas.

Los Koch han contratado publicistas eficaces y sin escrรบpulos que diseรฑan sin prisa ni pausa publicidad negativa y han creado tambiรฉn una red de organizaciones fantasmas. Cascarones que rebotan dinero de uno a otro para mantener en el anonimato a sus donadores y mover recursos y gente por debajo del agua para apoyar a grupos afines y a los candidatos que comparten su agenda conservadora.

Los hermanos Koch financiaron tambiรฉn la redistribuciรณn de distritos electorales en 2010 (el tristemente cรฉlebre gerrymandering) que asegura a muchos republicanos su asiento en el Senado o en la Cรกmara. El gerrymandering aglomerรณ a los votantes demรณcratas en algunos distritos, de tal manera que muchos de sus votos se perdieran, y al electorado conservador en otros, donde los candidatos republicanos podrรญan ser electos y reelectos sin ninguna competencia.

La resoluciรณn Citizens United de 2010 rompiรณ el รบnico dique que limitaba la participaciรณn polรญtica de los Koch. Las sumas aplastantes de dinero que pueden usar legรญtimamente desde entonces, han puesto a sus pies a jueces, senadores, representantes y candidatos presidenciales. (Para muestra un botรณn: Mitch McConnell, el lรญder republicano del Senado, se ha negado sin ningรบn fundamento legal a considerar al candidato a la Suprema Corte propuesto hace semanas por el presidente Obama. Lo que estรก defendiendo, en realidad, es la vigencia de la Citizens United que tanto favorece a sus patrones, los Koch.) El creciente poderรญo de la รฉlite de supermillonarios, un grupo de interรฉs que no ha sido elegido por nadie y a nadie rinde cuentas, es otro engranaje disfuncional y antidemocrรกtico del sistema polรญtico de Estados Unidos.

Se necesitarรญa una bola de cristal para predecir, en medio de la caja de Pandora que ha sido la campaรฑa republicana, lo que sucederรก en la Convenciรณn de julio en Cleveland.

Lo cierto es que ni los poderosos donadores que rodean a los hermanos Koch ni los polรญticos tradicionales del gop quieren avalar la nominaciรณn de Trump. Si pretenden detenerlo enfrentarรกn dos escenarios a cuรกl mรกs sombrรญo. En el primero, que Jacob Weisberg5 ha bautizado como el escenario Sansรณn, Trump destruirรญa al Partido Republicano junto con su propia carrera polรญtica. En el segundo, cada vez mรกs remoto, se lanzarรญa como candidato independiente de un nuevo partido. En ambos, los demรณcratas conservarรญan la Casa Blanca y, muy probablemente, recuperarรญan el legislativo.

De lo que no hay ninguna duda es de que la lecciรณn central de la campaรฑa de Donald Trump es que el eje de las preocupaciones del electorado republicano conservador (mรกs importante aรบn que reducir el tamaรฑo del Estado, los impuestos y el aborto) es la inmigraciรณn. El retorno a la escena polรญtica norteamericana de la obsesiรณn con la pureza de raza y la convicciรณn irracional de que el otro, el extranjero indeseable, amenaza con destruir no solo la supremacรญa de la raza anglosajona sino el paรญs.

Mala noticia para Mรฉxico. ~

 

 

 


1 Peter Schrag, Not fit for our society. Immigration and nativism in America, Oakland, University of California Press, 2011.

2 Ibid., p. 76.

3 E. J. Dionne Jr., Why the right went wrong. Conservatism–from Goldwater to the Tea Party and beyond, Nueva York, Simon & Schuster, 2016.

4 Jane Mayer, Dark money. The hidden history of the billionaires behind the rise of the radical right, Nueva York, Doubleday, 2016.

5 “A wounded Donald Trump can still fatally floor the Republicans”, Financial Times, 8 de abril de 2016.

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Estudiรณ Historia del Arte en la UIA y Relaciones Internacionales y Ciencia Polรญtica en El Colegio de Mรฉxico y la Universidad de Oxford, Inglaterra.


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