La estrategia envenenada de Theresa May

La primera ministra británica convocó elecciones para confirmar su liderazgo, pero el tiro le salió por la culata.
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Aunque la mayoría no nos hubiéramos apostado ni un céntimo a la posibilidad de que ocurriera, cuando Theresa May convocó elecciones anticipadas, a muchos se nos cruzó la idea por la cabeza: ¿y si el sorprendente movimiento de May salía mal? ¿Y si, en vez de acabar de desarticular a la oposición, lo que May hacía era articularla? Al fin y al cabo, aunque las encuestas parecían indicar que ni laboristas ni liberales demócratas eran capaces de remontar, May había dejado un enorme espacio político que en caso de campaña electoral se podría movilizar con consecuencias inesperadas.

A pesar de que el resultado era ajustado, y de que la campaña del Brexit no había hablado de abandonar el mercado único en ningún momento, el “Brexit is Brexit” pasó a concretarse en el también famoso “no deal is better than a bad deal”. May y sus asesores sabían que una parte importante de los votantes del Brexit lo habían hecho motivados por la voluntad de acabar con la libre circulación de personas. Así que, ante las reiteradas negativas de la UE a aceptar ningún tipo de limitación a la libre circulación desde dentro el mercado único, May había optado por asumir que quizá había que salir del mercado único. Un mal acuerdo, que no respetara las preferencias de los votantes euroescépticos, era peor que no llegar a un acuerdo. Y con esa idea decidió afrontar la negociación. Aunque no hay que descartar el enfoque más cínico de la estrategia. Si había alguna opción de salirse con la suya y conseguir acceso al mercado único sin libertad de circulación, pasaba por jugar a un juego de la gallina en el que el Reino Unido señalizaba que no iba a frenarse en ningún caso.

Sea como fuera, May se fue reforzando y moviendo hacia posiciones más y más euroescépticas y antiinmigración, sin que esto supusiera ningún tipo de recuperación de sus rivales y consiguiendo desmontar por completo casi el discurso del UKIP. Parecía pues una ola imparable, una ola que pensaba consolidar con unas elecciones anticipadas que le debían permitir reforzar sus mayorías y liderazgos. Todo parecía pensado y calculado, una May reforzada y sin oposición podría poner en práctica el plan de salida y esperar unos resultados lo suficientemente buenos como para salvar los muebles y la sensación de crisis que se había impuesto después del voto del pasado 23 de junio.

Hasta que de golpe las encuestas empezaron mostrar cierta recuperación de un laborismo que se estaba organizando y que, poco a poco, conseguía articular cierto bloque de oposición a la supermayoría conservadora que se anticipaba. Al fin y al cabo, el apoyo a una salida dura de la UE no es ni mucho menos unánime y May había dejado mucho espacio a su izquierda. Un espacio que empezó a verse más y más reforzado con la publicación del programa electoral del partido que hizo lo peor que podía haber hecho: poner el tema social en la agenda. La NHS y los recortes eran los únicos temas que dominaba aún el Partido Laborista, incluso más con la llegada de Corbyn, y la entrada de la dementia tax o de los recortes en gastos acabaron de dar espacio a Corbyn para crecer y hacerse grande. La gran mayoría de May desapareció y el fantasma de Richmond Park (o de Mas, por poner un símil más cercano) se consolidó.

La pregunta es: ¿y ahora qué? Y la respuesta es totalmente incierta. Theresa May queda claramente tocada con este resultado, pero el Partido Conservador no tiene ninguna alternativa clara a mano. Más allá de no convocar elecciones, no es evidente cuál era la estrategia que hubiera podido salir más rentable al partido. El Brexit sigue siendo el gran tema a gestionar y ni el país ni el partido tienen un plan claro sobre cómo afrontarlo. Sin un buen diagnóstico sobre hacía dónde se debe ir, el relevo entre los conservadores parece lo de menos. Además, si la única opción de permanecer en el gobierno pasa por un pacto con los unionistas irlandeses del norte, el margen de maniobra del partido en sus negociaciones del Brexit va a ser muy limitado. La estrategia no está clara y no es evidente por dónde la van a buscar. 

Por su parte, el europeísmo ha quedado muy tocado en estas elecciones. Los liberales demócratas han aumentado muy poco su poder. De hecho, se han limitado a concentrarlo, pues han perdido votos a pesar de aumentar asientos. Y los nacionalistas del SNP han sufrido un duro golpe. Parece que la mayoría ha aceptado el Brexit como mal menor a gestionar, o al menos no les ha importado votar a Corbyn. A pesar de haber demostrado ser fuerte social y electoralmente, el europeísmo es un movimiento débil y sin proyecto claro de gestión. El partido laborista ha prometido un acuerdo con la UE, pero también control de la inmigración, dos ideas teóricamente bastante incompatibles. Existen, pues, más preguntas que respuestas. Mientras tanto, la UE se ha sentado a esperar, y el tiempo va corriendo.

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Berta Barbet (Barcelona, 1986) es politóloga e investigadora post-doctoral en la Universidad Autónoma de Barcelona


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