Escena del documental "Cuando Perón echó a los Montoneros".

El tigre (o león) del populismo

Tras las alusiones felinas de Andrés Manuel López Obrador, la pregunta que viene a la mente no es qué pasará con el tigre si el candidato no gana, sino qué pasará con el mismo tigre si efectivamente gana.
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A principios de los años 70, Perón no describía a su movimiento como un tigre, sino como un león. Tal vez porque en Argentina la palabra “tigre” designa más comúnmente al jaguar, o quizá porque la imagen del león evoca una serena majestuosidad. El caso es que, hacia finales de 1972, Perón no prevenía a los banqueros sobre los peligros de soltar al tigre, sino más bien trababa de convencer a la gran burguesía y a las cúpulas del Ejército y la Iglesia de que a él debían verlo como un viejo león desdentado y con garras romas. Un león bueno. 

Leones o tigres, la alusión felina de López Obrador me recordó una historia peronista. La pregunta que me vino a la mente no es qué va a pasar con el tigre si López Obrador no gana, sino qué pasaría con ese mismo tigre si gana y empieza a gobernar como les ha prometido a sus nuevos aliados de ultraderecha, suscribiendo “al pie de la letra” el ideario del Partido Encuentro Social.

Hace unos cinco años, investigando sobre insurgencias obreras en la Argentina, me encontré con un breve documental para la televisión que se tituló “Cuando Perón echó a los Montoneros” (una versión en tres partes que se corta hacia el final se puede ver aquí). El documental describe el acto del 1 de mayo de 1974 en la Plaza de Mayo, en el que se hizo patente la ruptura entre la izquierda radical del peronismo, representada por los Montoneros, y el propio Perón, así como el contexto de dicho rompimiento. 

Entre los estudiosos del populismo, el peronismo siempre ha sido el principal ejemplo de un amplio movimiento en el que las coordenadas ideológicas se trastocan completamente y la polarización se presenta en su mayor extremo: la patria contra la antipatria. Ya en el primer peronismo de los cuarenta y cincuenta convivían filocomunistas como John William Cooke y propagandistas pronazis como Raúl Apold, enfrentados a muerte entre sí y unidos en su devoción a Perón. 

Sin embargo, a partir de 1970, el peronismo se amplió aun más con la inclusión de contingentes juveniles que formaron desde organizaciones estudiantiles hasta grupos guerrilleros que ondeaban la insignia del viejo líder. Muchos de estos jóvenes devotos a Perón llegaron al movimiento desde organizaciones ultranacionalistas y antisemitas, como la agrupación Tacuara. Otros confluyeron desde la rica veta del foquismo guevarista. Una vez integrados como “formaciones especiales”, estos grupos conformaron el ala izquierda del movimiento, bajo una vaga ideología inspirada en los movimientos de liberación nacional de la época. 

El cambio fue súbito. Durante los grandes levantamientos populares de 1969, el “cordobazo” y el “rosariazo”, la figura de Perón fue raramente invocada. Para 1970, sin embargo, el apoyo de Perón a las campañas de hostigamiento de Montoneros y otras agrupaciones guerrilleras y civiles contra la dictadura era explícito y bien correspondido. Ello no impidió que, en 1972, el viejo dirigente iniciara un viraje de 180 grados. El objetivo era propiciar una salida democrática a la crisis política, allanando los temores que su retorno generaba entre sectores militares, económicos y religiosos. 

Para ello, Perón, por un lado, reforzó su control sobre la dirigencia sindical, brindando su apoyo a los elementos más conservadores y dispuestos a pactar con la patronal. Por otro lado, buscó acercamientos con sus antiguos rivales, como el conservador Vicente Serrano Lima, quien llegó a la vicepresidencia de Argentina como parte de la fórmula presidencial peronista en 1973. Bajo la superficie, el movimiento se empezó a llenar de personajes siniestros de extrema derecha, como José López Rega, asistente personal de Perón, bajo cuyo mandato se organizaron grupos paramilitares anti-izquierdistas. (Este proceso forma el trasfondo de la maravillosa película “El secreto de sus ojos”) 

Lo que hace tan interesante al documental que mencioné más arriba es la narración de los protagonistas acerca de cómo percibieron estos virajes y alianzas al interior del movimiento. Uno de ellos, Ernesto Jauretche, líder de la legendaria Juventud Peronista (JP), lo dice sin ambages: “entre nosotros decíamos ‘ese viejo hijo de puta’, ese viejo que nos hacía a veces cosas terribles… Del otro lado, los sindicalistas lo pensaban igual, decían ‘este viejo hijo de puta que está con los Montoneros’”. 

Las tensiones soterradas entre la extrema izquierda y la extrema derecha del movimiento peronista salieron súbitamente a la luz el día del retorno de Perón a Argentina, cuando el enfrentamiento entre las dos facciones dejó un tendal de muertos en las afueras del aeropuerto de Ezeiza. Una vez en el poder, Perón dejó en claro de qué lado estaban sus preferencias, con el nombramiento de un gabinete cercano a las organizaciones patronales y la marginación del ala izquierda del movimiento. 

El 1 de mayo de 1974, esa izquierda excluida le pasó la factura al líder. Los contingentes de Montoneros, la JP y otras organizaciones de base llenaron la Plaza de Mayo con sus cánticos de “¿Qué pasa, qué pasa, qué pasa, General, que está lleno de gorilas el gobierno popular?”, empleando el epíteto argentino por excelencia (“gorila”) para referirse a la derecha, además de otras alusiones vulgares a la esposa del presidente. Y ahí Perón perdió los estribos y se lanzó contra los mismos jóvenes que habían arriesgado el pellejo para traerlo de vuelta al poder. Dos meses después, el “gran conductor” moría, dejando un país dividido hasta la médula. 

Ernesto Laclau escribió en La razón populista acerca de la imposibilidad de mantener la ambigüedad ideológica una vez que el movimiento populista accede al poder. Perón logró estirar hasta el infinito su discurso, vaciándolo así de contenido, para abarcar a la mayor cantidad posible de sectores dentro del bloque de la “patria”. Frente a la necesidad de ofrecer un programa de gobierno, el peronismo tuvo que elegir entre una versión de la “patria” en perjuicio de otra, descobijando así a una gran parte de su coalición. 

Al final, el tigre (o león, jaguar, o felino de su preferencia) del peronismo no fue un “pueblo” frustrado por el permanente despojo electoral, sino el resultado de la fractura inevitable de la coalición populista en el poder: una bestia bicéfala liándose a dentelladas. 

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Politólogo, egresado de la UNAM y de la New School for Social Research.


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