Leo en el New York Times que ha fallecido Richard Goodwin, uno de los redactores de discursos de los presidentes John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson. En su obituario, se destaca su participación en la redacción de un discurso histórico: aquel en el que el vicepresidente Al Gore reconoció el fallo de la Suprema Corte de Justicia que le daba el triunfo de la elección presidencial del año 2000 a George W. Bush.
Releer ese discurso es impresionante, porque sus palabras están llenas de algo que hoy parece completamente ausente de la retórica política: la generosidad. Recordemos que Al Gore ganó el voto popular, pero perdió en el Colegio Electoral. La presidencia se terminó peleando en un dramático recuento de votos en Florida y, al no haber claro ganador, llegó al máximo tribunal del país. Para muchos, Al Gore fue el ganador legítimo y Bush el beneficiario de una decisión polémica de la Suprema Corte. El fallo a su favor amenazaba con dividir irremediablemente al país. Los ojos de la nación y del mundo estaban sobre el vicepresidente Gore ¿aceptaría los resultados? Así arrancó su discurso:
Buenas noches. Hace unos momentos hablé con George W. Bush y lo felicité por convertirse en el 43º presidente de Estados Unidos. Y le he ofrecido reunirme con él lo antes posible para que comencemos a sanar las divisiones de la campaña y la competencia por la que hemos pasado. Hace casi siglo y medio, el senador Stephen Douglas le dijo a Abraham Lincoln al perder las elecciones presidenciales que “el fervor partidista debe rendirse ante el patriotismo. Estoy con usted, señor presidente, y que Dios lo bendiga”. Bueno, en ese mismo espíritu hoy le digo al presidente electo Bush que lo que quede de rencor debe hacerse a un lado, y que Dios bendiga su liderazgo sobre nuestro país.
Más adelante, Gore señalaba:
Ahora que la Suprema Corte ha emitido su veredicto quiero que no quede duda: estoy fuertemente en desacuerdo con su decisión, pero la acepto. Acepto el resultado que será confirmado por el Colegio Electoral. Y esta noche, por la unidad de nuestro pueblo y la fortaleza de nuestra democracia, reconozco su victoria. También acepto mi responsabilidad, que siempre cumpliré sin condiciones, de respetar al nuevo presidente electo y hacer todo lo posible para ayudarle a reunificar a los estadounidenses.
Estas palabras comunican un respeto a toda prueba por la ley y por las instituciones. Y más que otra cosa, yo leo en ellas la capacidad de una persona de entender que su ambición por la presidencia, aunque legítima, no es nada ante la necesidad de preservar la democracia y evitar que un país se desgarre y se divida irremediablemente por las pasiones partidistas. Esa generosidad que hoy está ausente por completo del discurso de Donald Trump, quien no deja que pase un solo día sin demostrar la misma crueldad y mezquindad con la que actuó en la campaña, dividiendo con cada palabra a su propio país.
Y claro, uno voltea a ver a nuestro México y no puede dejar de pensar: ¿qué hubiera pasado si López Obrador hubiera dado en 2006 un discurso como el de Al Gore? ¿Qué hubiera ocurrido si en vez de dedicarse doce años a dividir a México, AMLO se hubiera convertido en un opositor férreo con Calderón y Peña, pero leal y constructivo para la democracia y para los ciudadanos? ¿Qué pasaría si hoy, que va ganando en todas las encuestas, él y los suyos se dedicaran a unir y no a dividir, a acercar en vez de separar, a tranquilizar y dar certidumbre a una sociedad que todos los días amanece con noticias de violencia criminal sin sentido?
Uno voltea a ver al principal retador de AMLO y la generosidad tampoco brilla en su discurso. Ricardo Anaya no es generoso ni siquiera por supervivencia. Necesita sumar muchos apoyos y votos en muy poco tiempo, pero su discurso sigue igual: más preocupado por recordar a la Kodak, descalificar a AMLO, criticar a Calderón y negar a Fox que por tender puentes, sanar heridas y unificar a quienes podrían apoyarle en esta hora crucial para su campaña.
Hoy que nos aproximamos a alta velocidad a una elección de protesta definida por la ira, pienso en el 2 de julio, el día después… Sin importar quién gane, ¿quién de los perdedores será capaz de decir lo que dijo Al Gore en ese discurso? ¿Quién tendrá la altura de ponerse a disposición del ganador para trabajar juntos por México? ¿Quién podrá dar un discurso de concesión en el que diga que los mexicanos nos uniremos para ayudar a nuestro próximo presidente?
Y quien sea que termine ganando, ¿tendrá la humildad de pedir ese apoyo e invitar a todos a sumarnos a una causa superior? ¿La generosidad ausente en la campaña aparecerá en el poder? ¿O nos esperan seis años de retórica más mezquina, seis años de conflicto permanente, de insultos y denigración contra quienes piensan distinto? ¿Seis años de usar el podio presidencial para repartir castigos y perdones a voluntad? ¿Y serán solo seis años?
Especialista en discurso político y manejo de crisis.